Cartas
www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005 www.cubaencuentro.com

Hubiera deseado enviar esta nota al señor que firma como Enrisco en Encuentro en la Red, pero no conozco dirección a donde dirigirla. Por ser un artículo publicado en su revista entonces me dirijo a ustedes.

Mi propósito es señalar una oración discriminatoria y fuera de contexto en el artículo Lisandro, el terror de las letras, publicado el 22 de julio 2005. La oración es: "En los años sesenta y setenta trató de ser el mejor escritor de su país (tarea ardua para él, incluso nacionalizándose hondureño)".

Yo soy cubano-hondureño, y esta oración me parece realmente indigna de aparecer en una revista de alta calidad como la vuestra. Enrisco muestra una desconsideración y discriminación total hacia la cultura de un país que, probablemente, conozca muy poco. Considero totalmente innecesario un comentario de este tipo (trátese de Honduras o de cualquier otro país), y si el señor Enrisco es capaz de hacerlo, no me esperaba que su comentario apareciera publicado en una revista que me ha inspirado, hasta ahora, alto respeto.

Rolando Segura Peña

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Acabo de leer la columna titulada La sed de lo perdido, de Rafael Rojas, y confieso que me ha sorprendido. ¿A dónde iremos a parar si las mentes más lúcidas ceden a la tentación de reducir la historia a la voluntad de un hombre? ¿O es que acaso Rojas de verdad cree que los males de Cuba son achacables sólo al dictador? Es cierto que al final se refiere a los castristas voluntarios e involuntarios, pero ¿es eso suficiente cuando se trata de pensar un fenómeno tan complejo como una revolución? ¿Dónde deja Rojas las demandas históricas de la población cubana en 1959? ¿Dónde la huida en masa de una parte del fermento democrático durante los sesenta? ¿Dónde la resistencia inteligente que desde adentro, todavía hoy, muchos ciudadanos corrientes e intelectuales hacen a las manías totalitarias? Sin hablar de los vaivenes de la política internacional con respecto a Cuba.

Dejemos el berrinche a los politicastros de ambas orillas y concentrémonos en los porqué del deslumbramiento popular con los caudillos, cosa que, llegado el momento, podamos evitar nuevos totalitarismos de un tipo o del otro.

Ricardo Fronesis,
La Habana

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La sed de lo perdido es un artículo tan hermoso como triste. Durante muchos años imaginé una Cuba mejor, una Cuba como esa que se describe. Hice planes para pasar mi juventud en ella. No me norteamericanicé porque estaba convencido de que mi vida, lo que ya fue mi vida, transcurriría allá. Viví para volver. Qué iluso. Se me fue la vida y aquí estoy, en un limbo que casi me atrevería a llamar definitivo. El futuro ya pasó. Sé que podemos soñar cambios, épocas mejores, pero soñándolos, he visto a mucha gente envejecer y morir, a mucha gente cerrar los ojos con el resplandor de esa Cuba, para ellos ya inalcanzable, parpadeando en sus hogares, apagándose en sus velorios, abandonando, cabizbaja, los cementerios.

La sed de lo perdido es una mala sed, porque no hay vuelta atrás y el porvenir no tiene agua suficiente para apagarla. Viví y vivo en un quimera en la que lo más real son los poemas y la música que amo: Zenea, Martí, Eliseo, Cervantes, Lecuona, Sindo, Matamoros, algunas canciones de la primera mitad del pasado siglo, y luego, ciertas costumbres, ciertos rincones de Miami, algunos amigos, la familia, la vocación —siempre azarosa— para escribir, los recuerdos de mi pueblo natal y, todavía, no sé qué estúpida esperanza. Pensándolo bien no es poco, pero no es suficiente para matar la sed de lo perdido.

Sí, es la peor sed.

¿Qué hacer para que los cubanos más jóvenes sepan, mañana, lo que pasó en su país, lo que se trató de ganar y se perdió en él, la magnitud del daño, los nombres de los responsables (porque ninguno, medianamente listo, va a admitir que todo fue obra de un solo hombre), lo que significó esta sed? No lo sé. Pero creo que se trata de una lección que no debemos olvidar, que todo cubano debe y deberá aprenderse de memoria. Es importante que ninguno de ellos viva como hemos vivido tantos: con el futuro a nuestras espaldas, un presente fantasmagórico (por lo sustancialmente provisional) y un pasado cada vez más remoto. Quiero pensar que habrá gente que se encargue de llenar de pequeñas tarjas las fachadas de Cuba, tarjas que digan: aquí vivió Lydia Cabrera, aquí vivió Guillermo Cabrera Infante, aquí vivió Leví Marrero, aquí nació Julio Gutiérrez, aquí nació Cundo Bermúdez, aquí nació Olga Guillot, aquí nació Gastón Baquero, aquí nació René Touzet, aquí nació Severo Sarduy, etc. No creo que veré el día en que esas tarjas se cuelguen, pero desde el más allá estaré haciendo todo lo posible porque la gestión sea exitosa, o aplaudiendo, invisible, en el tramo más soleado de la acera, ya sin sed.

Orlando González-Esteva

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Si Ángel Velázquez Fernández hubiese leído bien el artículo mío que comenta, no habría encontrado en él ningún motivo para acusarme, como gratuitamente hace, de ser indolente ante la muerte de "iraquíes, afganos, vietnamitas y cubanos víctimas de atentados" y de "diferenciar el valor de los muertos, por su color, nacionalidad y forma de pensar". Precisamente, en ese artículo censuro a dos portavoces del castrismo por hacer lo que me atribuye mi lector.

"¿Existen diferencias entre los atentados contra Nueva York, Madrid y Londres y los bombardeos a Irak durante la primera parte de la guerra, por parte de la coalición anglohispanonorteamericana?", me pregunta Velázquez Fernández en la carta que envió a este periódico digital. En primer lugar, la coalición que interviene en Irak está integrada por 32 naciones; en segundo lugar, las tropas españolas no participaron en los bombardeos; y en tercer lugar, sí existen diferencias, la primera de las cuales es que los bombardeos de la coalición fueron selectivos, orientados hacia centros estratégicos militares y gubernamentales —aunque no siempre, como desgraciadamente ocurre en las guerras, se consiguió evitar sufrimientos a la población civil—, mientras que los atentados terroristas de Nueva York, Madrid y Londres se realizaron, en horas punta, en edificios de oficinas, trenes interurbanos, vagones de metro y autobuses de línea, lo cual expresa la voluntad de los asesinos de provocar la mayor cantidad posible de víctimas inocentes (inocentes si no votaron a Bush, a Aznar o a Blair, según la doctrina Frabetti, o si no son de piel blanca y ojos azules, según el código Otero).

Satanismo es un breve artículo de periódico, no un tratado sobre el terrorismo y las guerras de nuestro tiempo. Es abusivo que Velázquez Fernández me acuse, en referencia a ese texto, de practicar el "silencio cómplice" en relación con los múltiples sucesos sobre los cuales pregunta y discurre. Si yo le exigiera a este lector lo que él me exige a mí, le preguntaría por qué, cuando en su carta se refiere a "30.000 iraquíes civiles muertos, también niños, ancianos y mujeres, por parte de la coalición", no se refiere asimismo a los dos centenares de fosas comunes, cada una con miles de iraquíes y kurdos asesinados, halladas hasta hoy y procedentes de la tiranía de Sadam, o a las armas de destrucción masiva usadas por Sadam contra los kurdos y los iraníes, o a la pavorosa cifra de niños, jóvenes, ancianos y mujeres masacrados en Irak, desde el fin de la guerra, por el sadanismo residual y los fanáticos racistas y religiosos en sus ataques a mercados, mezquitas, escuelas y hospitales para sabotear la normalización del país, o… etcétera.

Para mí, tan escalofriante y punible es la voladura del avión de Cubana en Barbados como el hundimiento del remolcador 13 de Marzo, y tanto las atrocidades que se cometieron contra la población civil en la guerra de Vietnam como el atentado a las torres gemelas en Nueva York. Ningún crimen justifica otro. Esta es mi posición ante el terrorismo, expresada en mi artículo. Supongo que es también la de nuestro lector Velázquez Fernández. Si es así, ambos mereceremos la misericordia del Dios que él invoca.

Manuel Díaz Martínez,
Canarias

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Comienzo a sentir que soplan nuevos aires en nuestra revista, por cuanto hay diversidad de criterios y eso la enriquece y la coloca en un lugar privilegiado en la lucha que libramos los que queremos lo mejor para nuestra sufrida patria. Lo más inteligente es borrar nuestras diferencias conceptuales y buscar la unión de los cubanos dentro y fuera de la Isla, sin intervención extranjera, salvo la que se derive de la solidaridad mundial para nuestra lucha. Dolorosamente oigo hablar de exilio histórico, plantados, intransigentes, etc., pero que sólo basan sus llamadas luchas en la intervención norteamericana en la Isla. Cuando se hable de exilio histórico, pensemos en los tabaqueros de Tampa, en José Martí, en Francisco Vicente Aguilera, entre tantos otros que reunían centavo a centavo para liberar nuestra patria del colonialismo extranjero. Mientras hoy oímos hablar con toda tranquilidad como única solución la intervención y no la unidad entre los cubanos. Se impone una plataforma democrática que mantenga los servicios médicos y educacionales, que establezca una república libre y soberana dirigida por cubanos honestos. No queremos ni la corrupción y barbarie del batistato, ni la mentira, el engaño y la violencia del castrismo, sino una república que base sus principios en una constitución verdaderamente cubana y cuyo primer artículo sea la predica martiana: "El culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre".

Daniel Israel Marcos,
Nueva Jersey

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