www.cubaencuentro.com Jueves, 01 de mayo de 2003

 
  Parte 1/2
 
Silencio bajo protesta
La Habana ha dado marcha atrás al reloj: Ya no se puede hablar en pasado de la represión a los intelectuales.
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Controlar a los intelectuales ha sido uno de los mayores esfuerzos del régimen cubano. También uno de sus fracasos más manifiestos. La actual oleada represiva no es otra cosa que el capítulo más reciente de esa batalla con pausas entre Fidel Castro y los escritores y artistas, que se inició el primero de enero de 1959.

Fidel Castro
Carlos Martí, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), junto a Fidel Castro. En segundo plano, el ministro de Cultura, Abel Prieto.

Caduca la opción bélica contra el régimen; estancada desde hace años en acciones estériles la mayor parte de las respuestas del exilio frente a Castro; inoperantes y caducas las sanciones económicas; agotadas las gestiones políticas internacionales de todo tipo, el Gobierno de La Habana aún no se siente tranquilo: quienes piensan y escriben resurgen una y otra vez para cuestionarse el sistema. Periodistas, economistas, ingenieros, profesores y bibliotecarios se han convertido en los enemigos más temidos de la Seguridad del Estado: la represión se ha ensañado con ellos. No sin razón. La oposición en Cuba en estos momentos no se define en la lucha armada sino en la confrontación política; no hay una batalla ideológica, hay una lucha contra las ideas.

Los escritores y artistas de la Isla deben sentir una profunda vergüenza por las largas condenas contra los opositores pacíficos y  los periodistas independientes. No deben olvidar que, a los ojos del régimen, es igualmente sospechoso un disidente que se cuestiona el curso del proceso social y un creador interesado en difundir su punto de vista. La única diferencia aceptada es el grado de encubrimiento a la hora de exponer una opinión. En ambos casos, el grado de distanciamiento del punto de vista oficial lo establece el régimen. No son sólo las circunstancias las que hacen más o menos permisible una crítica. Castro es quien se abroga el derecho de dictaminar sobre qué protestar, cómo y cuándo hacerlo.

Desde hace años, el deteriorado aparato cultural del régimen cubano ha buscado el apoyo internacional, sin excluir a una parte de la comunidad exiliada. Ha aumentado la comunicación intelectual entre Cuba y los exiliados. Este es un hecho positivo cuando no se pierde de vista el concepto de que la cultura la constituyen los miembros de una comunidad o un país, no un gobierno. Hay que diferenciar entre las acciones individuales y las llevadas a cabo por un Estado.

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