www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 2/2
 
Los ochenta en los noventa
El crítico Kevin Power reflexiona acerca de las propuestas del arte cubano contemporáneo.
por DENNYS MATOS, Madrid
 

Si existe una generación de los noventa, ¿cuáles serían las características que la diferenciarían de la que explosionó en los ochenta?

Yo no creo que haya una generación de los noventa. Los ochenta siguen en los noventa. Creo que la generación de los ochenta sigue muy activa en los noventa y que las líneas de división no son de las décadas. Quizás a finales de los noventa se comienzan a ver los cambios radicales en lo que son las actitudes a este nivel. Lo que sí pienso es que tal vez entre un artista que está funcionando a principio de los ochenta y un artista que funciona dentro del Período Especial, ha pasado algo. Algo en la fuerza discursiva, la presencia de la ironía del pastiche, el abandono definitivo de la ideología, porque en los ochenta aún había gente que pensaba que se podían hacer cambios desde adentro, empleando para ello el discurso artístico.

En los noventa, con el Período Especial, se comienza a separar la posibilidad de hacer un cambio eficaz desde adentro y las actitudes se hacen más agudas, más irónicas, llegando a puntos de cinismo que no estaban presentes en los ochenta. Este es el único cambio que yo veo en cuanto a las creaciones de los noventa respecto a la década anterior.

¿Habla más bien de un cambio de actitud hacia el arte?

No veo estéticamente un cambio. Lo que sí veo, por ejemplo, es la evolución de la maniobra de la instalación, que en los ochenta no está muy presente, pero en los noventa sí, por la importancia que adquiere a nivel internacional. Esto coincide curiosamente con un retraso de la fotografía y el vídeo, creo que a consecuencia del Período Especial. La explicación está en la economía y no en una falta de capacidad creativa. En cuanto al escaparate de las formas del arte internacional, la instalación es la que más destaca frente a otras formas artísticas.

¿Piensa que las circunstancias del mercado han afectado el rigor de las propuestas artísticas?

Yo tenía la sensación general, durante gran parte del tiempo que viví en Cuba, de que el artista estaba hablando desde una postura personal, informal. Ahora percibo que a consecuencia de las bienales, de la presencia de coleccionistas de las ferias internacionales de arte, que están pescando y buscando figuras, el cubano —tanto a nivel de la calle como en el mundo del arte— sabe, por fuerza, que lo que tiene que hacer es defenderse. Le sucede un poco como lo que decía Foucault, es decir, tiene que entender cómo funciona el sistema. Y el sistema del mundo del arte es muy complicado. No prima la ética, y la gente lo ha aprendido con una velocidad asombrosa. Han aprendido cómo navegar en ese barco.

Claro, Cuba ha tenido también una situación algo falsa, exagerada, de ser foco de atención occidental durante muchos años por ser bastión del romanticismo de izquierda, o por los ataques de la derecha. Aún hoy, de alguna manera, sigue siéndolo, aunque en estos momentos yo creo que algunos países latinos, sobre todo Brasil, Argentina y México, tienen una situación creativa alta y positiva. Cuba mantiene su situación estable o en semi-bajón.

¿Cree que la falta de tensión creativa se deba a la desconcentración producida a raíz de la diáspora?

No sé si son los ciclos digamos naturales de agotamiento cultural. Creo que a la vez que el propio sistema enfoca la creación artística en Cuba en los noventa, se produce una edición de este fenómeno en todos los países europeos y en Estados Unidos, da igual si se habla de Finlandia o de España. Se hacen muchas más exposiciones colectivas de artistas cubanos que de otros países latinoamericanos, y este mecanismo suele agotar la oferta.

Por otra parte, el sistema empuja cada vez más a gente que está en cuarto año del ISA, convirtiéndola en un punto de referencia para el sistema comercial. Los alumnos tienen que presentar su obra y a mí me parece muchas veces excesivamente forzada, buscando adaptarse a las necesidades de un sistema sofisticado que está dispuesto a utilizarla.

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