www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 2/3
 
Reverencias y riberas
En el aire la oleada represiva, el desafío es subvertir la cultura del miedo. Ahora más que nunca, los intelectuales cubanos tienen un papel que asumir.
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

El fin de las riberas

Al horror del terrorismo y la guerra se suma ahora la ola represiva desatada en Cuba. En este caso tampoco es posible la indiferencia, o esa forma mezquina de alejarse de la costa que es la justificación ante lo injustificable. La denuncia de la represión en la Isla debe servir también para cuestionarse la farsa de borrón y cuenta nueva con que el régimen de La Habana viene intentando diluir la necesidad de una orientación moral y cívica del país.

Durante los últimos años, el Gobierno castrista practicó una banalización de la censura con actos y gestos tardíos: conciertos de rock y rap, una estatua de John Lennon, la aparición de obras prohibidas y la publicación de autores fallecidos en el exilio. Acudió a los sepultureros de turno, y comenzó a desempolvar libros censurados, canciones prohibidas y películas enterradas en bóvedas. No se trata de una condena en abstracto. Divulgar en la Isla la obra de un escritor censurado no deja de ser meritorio, por encima de la mediocridad del recordatorio oportunista. Pero hay que deslindar entre la ilusión de un pasado enterrado —destruida brutalmente por la realidad del encarcelamiento de decenas de ciudadanos pacíficos empeñados sólo en divulgar la verdad— y una actitud ante la vida que se limite a mirar hacia otro lado mientras se cometen injusticias.

Ahora más que nunca es necesario que los intelectuales cubanos asuman su papel. No se trata de confundir la labor del escritor con la del político. Un peligro siempre presente en un país donde uno de sus mejores escritores fue a la vez el héroe independentista elevado a la santidad nacional. Pero responder a esta urgencia hace indispensable plantearse varias preguntas que no tienen una respuesta fácil. La primera es hasta qué punto el creador debe sacrificar la realización de su obra frente a una situación transitoria. De nuevo el ejemplo de Martí puede resultar contraproducente. La famosa frase del arte a la hoguera no hay que seguirla al pie de la letra. De ser así Cuba sería un páramo cultural, porque siempre han existido razones para el fuego. El grupo Orígenes, tan fructífero en martianos, no siguió las palabras del "Apóstol": más bien hizo todo lo contrario durante toda la tiranía de Batista y en algunos casos y situaciones también tras el primero de enero de 1959: se alejó lo más posible de las llamas.

Otra cuestión es el peligro de la manipulación en cualquier sentido. El argumento —no pocas veces usado como justificación— de que los fines políticos de ambos bandos no dejan de ser eso: fines políticos, medios para alcanzar el poder. A todo esto se añade que la cultura la hacen los miembros de una comunidad o un país, no un gobierno. Hay que diferenciar entre las acciones individuales y las de un Estado. Apoyar a los mediadores culturales del régimen es otra forma de apoyar al régimen, pero rechazar en bloque a todos los creadores es menospreciar la cultura. Aquí están presenten las dos principales reacciones ante los artistas e intelectuales procedentes de Cuba manifestadas en Miami. La primera es de franco rechazo, de oposición abierta, de desprecio y odio. La segunda es la búsqueda pasiva de un espacio abierto que permita el encuentro. Ambas han mostrado su ineficacia. Bajo los términos ambiguos de la tolerancia y la intolerancia no se ha logrado alcanzar la necesaria delimitación de linderos: el rechazo lleva a la pérdida de la confrontación, por la que a veces vale la pena pasar por alto las trampas del enemigo. Juntos pero no revueltos.

Queda también la urgencia de debatir una situación que no resulta fácil de comprender fuera de Cuba, y cuya capacidad de asimilación comienza a alejarse desde el día en que uno sale de la Isla: el ambiente de encierro, frustración y desesperanza en que viven quienes no abandonan el país.

Las respuestas para algunas de estas preguntas vienen forzadas por las mismas condiciones imperantes en Cuba en la actualidad. Resulta muy difícil, por no decir imposible, la creación de una obra sólida dando la espalda a la realidad nacional. Al menos para un escritor. Nadie puede librarse del acecho de "algún poema peligroso". El intelectual cubano está obligado a tomar partido. No es un problema político. Es una condición moral.

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