www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 1/2
 
La cruz de Celia
La Reina fue un ejemplo de la Cuba posible: la imagen de un exilio que mira hacia el futuro.
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Affair in Havana es una película que no tiene que ver nada con la canción Havana Affair, donde los Ramones se burlan de la CIA, porque fue realizada en 1957 por un director de oficio como fue Lázló Benedek y sus actores principales son John Cassavetes y Raymond Burr. Sucede que el tema de la cinta es que un autor musical se enamora de la esposa de un inválido y sucede también que se desarrolla en La Habana y que en ella canta Celia Cruz.

Celia Cruz
Celia, Ricky Martín y Gloria Estefan: Mucho más que salsa.

Celia ya había participado en el cine antes —Una Gallega en La Habana es de 1955—, pero tuvo que esperar hasta The Mambo Kings, de 1992, para que la dejaran hablar en una película. Sucede también que su medio natural, que era el cine cubano, le estuvo vedado porque fue una exiliada. Así que cuando finalmente Celia pudo hablar en el cine tuvo que hacerlo en inglés, un idioma que siempre le fue ajeno.

Celia habló en la pantalla norteamericana, por primera vez, en un idioma extraño para ella. En este hecho simple se resume una historia de pesar y logros. Si alguien se atrevió a dejarla actuar, no lo hizo pensando en sus cualidades interpretativas —cualidades que por otra parte demostró, tanto en el cine como en la televisión, con su naturalidad y carácter histriónico—;  sino porque era lo suficientemente famosa, y lo suficiente buena como artista, para contar con que el público le perdonaría el acento y cualquier torpeza.  Pero podría parecer más extraño aún encontrar su presencia en los lugares más disímiles: en el concierto de Pavarotti y sus amigos en favor de Afganistán, en un programa especial de la serie infantil Sesame Street o en La venganza de la momia, una película de 1974. Por su parte, ella volvió al cine estadounidense en The Pérez Family, de 1993, y además trabajó en novelas e infinidad de programas de la televisión hispana.

Es imposible encasillar a Celia más allá de decir que fue una gran cantante de música popular. Las etiquetas de "guarachera"y  "reina de la salsa" no la definen por completo, porque nunca se negó a otros ritmos y otros ámbitos y al mismo tiempo siguió siendo siempre la misma. Su muerte es un duro golpe para el exilio cubano, ya que representó mejor que nadie lo mejor de ese exilio. Fue intransigente en su esencia más pura, pero al mismo tiempo no fue extremista e intolerante y vivió fuera de su país sin intentar el crossover, aunque manteniéndose al mismo tiempo abierta a los cambios musicales con una frescura y un entusiasmo que impidieron definirla como una voz que recordaba la Cuba de ayer, porque lo único que se podía decir de ella sin temor a traicionarla es que era una refugiada cubana cantando por el mundo.

Esa presencia y actualidad de Celia debe disgustar mucho al régimen de Castro. No se lo perdonan ni aún muerta. La nota publicada en la sección Cultura del periódico Granma no puede ser más mezquina: dos párrafos. En uno se destaca su importancia artística. En otro su labor "contrarrevolucionaria". Como suele ocurrir, el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba desperdicia palabras. Debían haber escrito: "Murió Celia Cruz. Era una gran artista, pero no era de los nuestros". Es el mismo empeño de siempre: usurpar la nación a través del Estado. Celia trasciende las fronteras políticas porque es una gloria para Cuba, para el país, no para gobierno alguno. Lo demás es entereza moral: que se avergüence Granma. La nota es mezquina, además, porque limita el papel de la artista a los Estados Unidos. Dice el periódico: "popularizó la música de nuestro país en Estados Unidos", y por vileza o ignorancia —o ambas— omite el éxito de la cantante en países tan distantes como Finlandia, Argentina, Japón y España.

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