www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 1/4
 
Retrato hablado de Lezama Lima
El escritor Eliseo Alberto adelanta un fragmento de su libro 'Dos Cubalibres', actualmente en proceso de edición.
 

José Lezama Lima (1910-1976), poeta universal del siglo XX cubano, apenas habitó dos casas en 66 años y sólo viajó tres veces al extranjero —de niño a Estados Unidos y de adulto a México y Jamaica. Al recordarlo, desde la admiración, no puedo dejar de preguntarme si será cierto que a la hora de sentarnos a relatar la historia de nuestros pueblos huérfanos, al menos las versiones emocionales de lo sucedido, la contundencia de la "verdad" resulta más importante que la vibración del "mito".

J. Lezama Lima
Escritor Lezama Lima.

La vida y la obra de Lezama, peregrino inmóvil, logran un equilibrio en apariencia imposible: desde el descubrimiento mismo de su vocación literaria, hechizo que habría de convertirlo en su propio talismán, su ídolo vanidoso, el escritor Lezama Lima enclaustró al hombre José entre cuatro paredes de verbos y sonoridades; esa sumisión, sin embargo, fue estímulo suficiente para realizar la hazaña de proponernos un mundo tan deslumbrante como real, una Cuba, una Habana, un espacio donde la imagen debía adelantarse a los hechos, en la convicción de que la poesía también era carne en el banquete sensorial de lo que aún llamaban patria, sin sobredosis política. "Yo que no sé decirlo: la República", dijo mi padre —y lo repito yo, que tampoco puedo.

La primera vez que Lezama cruzó el horizonte (esa cruel frontera de las ínsulas, por donde llegan o salen nuestras desgracias) fue en 1918 y por una corta temporada porque la mala suerte les cortaría el paso en una bahía de aguas profundas. Su padre, el coronel José Lezama Rodda, oficial de academia, moriría en Pensacola, Florida, a la altanera edad de 33 años.

Desde esa traumática experiencia, Lezama tendría pánico a salir de la Isla; en heroica consecuencia, decidió entonces cargarse el mundo en los bolsillos. Lejanía y tragedia serían las dos cartas más temidas de su Tarot personal. "El único viaje que me tienta será el que emprenda saltando como un conejo de constelación en constelación", me dijo en la sala de su casa, mientras la noche nos invadía, y no pude evitar una sonrisa al recrear la escena contra la pantalla de la luna.

"Es que hay viajes más espléndidos: los que un hombre puede intentar por los corredores de su casa, yéndose del dormitorio al baño, desfilando entre parques y librerías", diría en otra ocasión al novelista argentino Tomás Eloy Martínez: "Casi nunca he salido de La Habana. Admito dos razones: a cada salida empeoraban mis bronquios; y además, en el centro de todo viaje ha flotado siempre el recuerdo de la muerte de mi padre. Gide ha dicho que toda travesía es un pregusto de la muerte, una anticipación del fin. Yo no viajo: por eso resucito".

De regreso a la Isla, el niño Joseito (así le llamarían siempre las muchas mujeres que pastorearon su vida) fue a vivir al mejor de los sitios posibles: en la mansión marcada con el número 9 del Paseo del Prado. Allí (el Paradiso) leería a Cervantes, a Platón y a Goethe, tres de los dioses que habrían de acompañarlo siempre.

Por entonces, Cuba se estaba inventando a sí misma. La Habana se meneaba. Nuestra corta experiencia republicana se estremecía de sorpresa en sorpresa. Un habanero sonriente arrebató el trono del ajedrez a un filósofo alemán, tres santiagueros pusieron a medio mundo a cantar sones, los estudiantes aprendieron a protestar en las plazas públicas, un camagüeyano editó Sóngoro Cosongo, las prostitutas francesas pretendían reinar entre mulatas y, en prueba de amor, los chulos se mataban a balazo limpio a la salida de los bares.

Un refrán amargo atestigua que la alegría dura poco en casa del pobre. En 1929, todo espejismo de prosperidad se vino abajo por la crisis mundial del capitalismo y la madre de Lezama tuvo que mudarse con sus hijos al hombro a una vivienda más humilde, a dos cuadras del Prado: Trocadero número 162 —"en la acera de enfrente de las rameras prodigiosas". Vivía en el ombligo del pecado.

1. Inicio
2. Trocadero número 162 era...
3. Había llegado La Hora o La Mudada...
4. El segundo recuerdo me lleva...
   
 
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