www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 3/4
 
Retrato hablado de Lezama Lima
El escritor Eliseo Alberto adelanta un fragmento de su libro 'Dos Cubalibres', actualmente en proceso de edición.
 

Había llegado La Hora o La Mudada, como a él le gustaba decir; con cierto tiempo de antelación, tuvo a bien elegir la frase que, tallada en mármol, alumbraría su tumba: "El mar violeta añora el nacimiento de los dioses/ porque nacer es aquí una fiesta innombrable". La fiesta era la eternidad; la ausencia, otro (re)nacimiento. En el segundo mismo de su muerte, comenzó su multiplicación. El fantasma del poeta que mejor entendió los misterios de una Cuba desarraigada y raigal, improvisada y profunda, volaba libre entre los espejos de la gran literatura. Destellaba equívocos.

Los que tuvimos la dicha de conocerlo, y adorarlo, nos fuimos robando una a una sus muchas imágenes posibles. Las secuestramos. En este caso, quiero pensar por consuelo, el saqueo es homenaje. Esa dispersión de sus reflejos debe ser una broma que Lezama ideó risa a risa desde su diminuto claustro habanero, como un duende travieso que decide dejarnos en herencia una enorme confusión. La confusión puede ser un camino hacia la claridad o la transparencia.

Yo malcrío tres recuerdos, entre muchos que presumo de nuestra casi familiar relación: uno (suma de varios domingos) en Villa Berta, el segundo en la terraza de la revista Cuba Internacional (Reina y Lealtad) y el tercero en la salita de Trocadero.

Mi padre había comprado un juego de Croquett en la tienda El Encanto. Cortó el césped del jardín hasta dejarlo pelón, sembró los aros de alambre e invitó a los amigos a un primer torneo. El bastón de madera parecía un palo de golf en las enormes manos de Lezama. Los otros contendientes deben (pueden) haber sido Cintio Vitier, Roberto Fernández Retamar, Octavio Smith, Julián Orbón, Anabelle Rodríguez, Mario Parajón, tal vez Francisco Petrone (hay una fotografía suya en el campito) y Agustín Pi, sin duda el más calificado para los deportes de bajo rendimiento.

Papá explicó los principios del aristocrático pasatiempos. Era tramposo. Exquisitamente tramposo. Sus hijos lo sabemos bien. No era que le entristeciera la vencida: es que perdía la compostura ante la posibilidad de una derrota (vil) y era capaz de trocar las reglas con tal de imponer la norma que, en determinadas circunstancias, la rendición podía considerarse una victoria, al clásico estilo del gana-pierde infantil.

Pero más mañoso era Lezama Lima, notable ejercitador del disimulo y el arte del eufemismo: al menor descuido de los contendientes, acomodaba la pelota con una patadita discreta, para recolocarla en un ángulo propicio y asegurar el toque maestro, elegante, y la consecuente conquista del cetro imaginario —breve levitación de aplausos en la banca de las porristas, presidida por las hermanas Bella y Fina García Marruz, delgadas y juguetonas.

Lezama no paró de hablar durante la ronda inicial, con lo cual aseguraba que sus adversarios perdieran la necesaria concentración. Así establecía complicadísimos vasos comunicantes entre los versos del Conde Lautréamont y "el alma llena de lágrimas no lloradas de Dostoievsky" o entre parlamentos de Shakespeare ("los hombres no son dioses y por eso no tenemos derecho a pedirles siempre ternura") y alguna barrabasada de su propia cosecha ("¿alguna vez se ha preguntado, estimado Eliseo, por qué no ha variado la forma del barril de vino?"), al tiempo que los abrumaba con datos tan incomprobables como aquel de que el corazón de un canario da sesenta mil latidos por minuto y el del elefante apenas veinticinco, uno de sus disparates preferidos (a manera de homenaje, armo los diálogos reales, hoy imaginados, con fragmentos de sus textos. Para ellos, la palabra era una, hablada o escrita).

"Mi espíritu, como el de Montaigne, no se mueve si no lo agitan las piernas", proclamaba al acercarse a un nuevo aro. Papá se defendía: "Lezama, Lezama, nunca está de más un poco de humildad". Octavio limpiaba con un pañuelo los cristales de sus espejuelos. Roberto hacía equilibrios en la punta del pie, pendiente de la silueta que el sol sombreaba en el césped. "¡Persigo la imagen en su devenir!", exclamaba el autor de La expresión americana. El autor de En las oscuras manos del olvido se sacudía de hombros, como Toshiro Mifune en una película de Akira Kurosawa: "No olvide, señor Lezama Lima, que los romanos desconocían el jabón de afeitar y siempre estaban encomiablemente rasurados".

Cintio buscaba la armonía, la paz, y cedía razón a uno u otro orador, repartiendo elogios a partes iguales. "Atiendan, caramba: el partido reserva los mejores momentos para el postre", decía a la concurrencia. Tomadas de las manos, las hermanitas García Marruz bailaban tap en el borde de la fuente. Creo que ganó Julián Orbón, a pesar de su miopía. ¿O Mario Parajón, también miope? ¿O tal vez el amable Agustín Pi, casi apenado ante la humillación de los poetas? Fue un lindo domingo. Nunca los había visto tan niños. Más niños que yo.

1. Inicio
2. Trocadero número 162 era...
3. Había llegado La Hora o La Mudada...
4. El segundo recuerdo me lleva...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Ojos abiertos
CARMEN PAULA BERMúDEZ, Graz
Una desesperada declaración de amor
CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami
Cuerdas libres
GABRIEL SALVIA, Buenos Aires
El poeta del futuro
ORIOL PUERTAS, La Habana
Literatura para leer y bailar
CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir