www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 4/4
 
Retrato hablado de Lezama Lima
El escritor Eliseo Alberto adelanta un fragmento de su libro 'Dos Cubalibres', actualmente en proceso de edición.
 

El segundo recuerdo me lleva a la casona con aires de palacio francés donde radicaba la revista Cuba Internacional. El fraterno Manuel Pereira nos dijo, rebozando orgullo: "El Peregrino Inmóvil aceptó la invitación". Había convencido al Maestro para que diera una conferencia a los trabajadores de la publicación, una pequeña tropa de locos periodistas y fotógrafos que lo admirábamos sin reserva. Por aquellos días, y aún por estos, nada nos enamoraba más que la belleza y la inteligencia.

Veo en la sala a Antonio Conte, Iván Cañas, Reinaldo Escobar, Agenor Martí, Olga Fernández, Pirole, Ciro Bianchi Ross, Minerva Salado, Ernesto Fernández, José Antonio Figueroa, ¿Norberto Fuentes?, nuestro querido Baltasar Enero, también llamado El Conde de Eros, Rosario Suárez, mi esposa de entonces, y el negro Cuní, conserje silencioso. Los nombro para sacarlos de mi corazón y me vuelvan a acompañar un rato, como en los viejos tiempos de la inocencia.

Lezama ocupó su trono (la silla más sólida), ordenó una montaña de papeles manuscritos y consumió unos segundos fatigosos antes de anunciar el tema de la charla. Creo que presentía un próximo ataque de asma. "Amigos", dijo arrastrando las sílabas, "vamos a hablar de José Martí".

Desde el fondo del salón, yo calculé el grosor de aquella loma de hojas y asumí que, dado el retranque del asma, la lectura demoraría unas dos horas y media, así que me acomodé el esqueleto sobre la loma de revistas que me servía de banqueta. Crucé las piernas. Rosario puso su mano en mi rodilla izquierda; en una particular clave Morse me telegrafiaba paciencia.

Luego de otra pausa perezosa, bien calculada, Lezama cargó los pulmones y dijo en suave soplo: "Amigos, amigas... Martí es un misterio que nos acompaña. Muchas gracias. ¿Alguna pregunta?". Eso era todo. Todo con mayúscula. Carajo: aún no había terminado de estirar los huesos. Pereira comenzó a aplaudir. El poeta sonrió de oreja a oreja. El silencioso Cuní pasó con la merienda: refrescos y panetelitas borrachas. Ovación. Fin de escena. Todo a negro.

En el tercer recuerdo que a solas mimo, Lezama y yo conversamos en presente histórico sobre las dimensiones del mundo y las travesías de la imaginación (pregunto por su visita a México y dice que eso puede considerarse "una escaramuza"); al final de la velada, como acordamos de antemano, le leo mis poemas de juventud. Horribles. Diciembre y 1969. "Recostado está el taburete en el rincón amarillo". Leo. Leo. Lezama mordisquea el habano. Me inquieta. La ceniza nieva en el bolsillo de la guayabera. Leo: "Poesía es el silencioso crecer del árbol hacia los sputnik".

Por el filo de la ventana, entre metáfora y metáfora, veo pasar chancleteras con pañuelos. En algún momento de la tertulia, dejo trunca la lectura, abrumado por la sospecha de que el poeta se duerme en el sillón. Los párpados le pesan, los deditos de la mano tamborilean en el aire como si solfearan una de esas tonadas venezolanas que Julián Orbón les ha enseñado a querer en su piano caballeroso. Lezama dice por cumplido de perdonavidas: "Joven, hay una novela en sus versos", y muy a su manera mata de una sentencia dos pájaros de un tiro: "De usted y el azafrán de sus lecturas depende que sea buena la paella. México pasó. El único viaje que me tienta será el que emprenda saltando como un conejo...". Fin del espejismo.

Esa tarde me dedicó un ejemplar de Enemigo rumor, edición príncipe: "Para Eliseo Diego (hijo), que a su vez será padre de poetas, pues su poesía nace en el reflejo lunar de la osteina, que se hereda (ilegible) y siempre fructifica". Nunca he querido averiguar que significa la palabra osteina. Me fui con una impresión grata: la casa olía a fragancias de barbería, pero la camisa de Lezama, a pan blando.

Los extremistas políticos hoy se disputan su reclutamiento y tiran de su cuerpo hacia la izquierda o hacia la derecha, con idéntico desparpajo. Para unos fue una víctima, para otros un héroe. Un perseguido o un adelantado. Un ermitaño o un maestro. Un poeta oscuro, un hombre lúcido. Un demonio bueno. Un demonio malo. ¿Paradiso o Infierno? Quizás la verdad más cercana a la verdad sea la suma de todos esos malentendidos. Su imagen ("la sombra proyectada en la pared") no tiene antecedentes en la galería de los intelectuales cubanos de cualquier siglo porque en su nítida singularidad se consume el legado.

Lezama sólo trasciende en Lezama: esa es su grandeza. Su irrepetible, irradiante presencia. No dejó herederos ni imitadores. Fue la excepción que confirmó las reglas de un certamen de representaciones en el que él nunca participó, aunque le gustara comentar los arañazos y traspiés insensatos de los buscadores de fama. Un día le preguntaron qué era lo que más admiraba en un escritor:

"Que maneje fuerzas que lo arrebaten, que parezcan que van a destruirlo. Que se apodere de ese reto y disuelva la resistencia", dijo y encendió la mecha de una bomba con la candelilla del tabaco: "Que destruya el lenguaje y que cree el lenguaje. Que durante el día no tenga pasado y por la noche sea milenario. Que le guste la granada que nunca ha probado, y que le guste la guayaba que prueba todos los días. Que se acerque a las cosas por apetito y que se aleje por repugnancia". Tal vez esa sea su gran enseñanza.

1. Inicio
2. Trocadero número 162 era...
3. Había llegado La Hora o La Mudada...
4. El segundo recuerdo me lleva...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Ojos abiertos
CARMEN PAULA BERMúDEZ, Graz
Una desesperada declaración de amor
CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami
Cuerdas libres
GABRIEL SALVIA, Buenos Aires
El poeta del futuro
ORIOL PUERTAS, La Habana
Literatura para leer y bailar
CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir