www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 1/4
 
Más allá de las ideologías
Pablo Neruda y Nicolás Guillén llegaron a ser grandes amigos. En el trigésimo aniversario de la muerte del chileno, se analiza el oscuro suceso que rompió esa relación.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

A cualquier critico literario que se respete le costaría trabajo negar que uno de los lazos más fuertes que vinculó a Cuba con Pablo Neruda fue Nicolás Guillén, de quien lo separaría algo mucho más grave que lo que el amigo y biógrafo del artista chileno, Volodia Teitelboim, llamaría "dolorosos malentendidos".

Pablo Neruda
Poeta Neruda.

Neruda, que hacía honor a los ataques que recibía (piénsese en Rokha, Huidobro o sus clásicos intercambios de dardos con Juan Ramón Jiménez), sería objeto de una carta en esencia intolerante que se publicaría en Cuba en 1966 y que daría prácticamente la vuelta al mundo. Fue uno de los escándalos literarios y políticos de la época. Allí se le acusó de poco menos que de traidor y sumiso, escribió Neruda en sus célebres memorias. Entre quienes rubricaron la misiva estaba el autor de Motivos de son.

Si se apartan algunos pocos argumentos discutibles, el ataque, en lo esencial, carecía de razón, pues pretendía "con arrogancia, insolencia y halago", "enmendar mi actividad política, social y revolucionaria", dice el escritor de Confieso que he vivido. Guillén era, desde hacía tiempo, la cabeza más visible —y encumbrada por el sistema— de la intelectualidad isleña.

A la fecha, Neruda conocía muy bien al camagüeyano, y no falta a la verdad quien diga que eran amigos en el mejor sentido de la palabra. Ambos militaban, desde muchos años atrás, en las mismas ideas antimperialistas y de redención social, y se les consideraba intérpretes de las ansias populares en Latinoamérica. Los dos, además, eran muy reconocidos dentro y fuera del continente.

Se ha dicho que Guillén sintió envidia por Neruda, pero quien revise los tres tomos de Prosa de prisa y lo que quedó fuera de esta compilación de textos periodísticos, que es mucho, tendrá oportunidad de leer los elogios del cubano al poeta chileno, elogios que reiteró en los no pocos recitales que hicieron juntos en distintos rincones del planeta y que se remontan a los años de la guerra civil española.

Después de la muerte de ambos, un catedrático italiano calificaría la carta aludida como la herida más profunda que sufrió en sus últimos años el autor de Las uvas y el viento. Más que un centenar de personalidades, eran las maquinaciones del sistema las que estaban detrás de aquella carta injuriosa. De un plumazo, se olvidada que Neruda había sido el primer poeta universalmente aplaudido que publicó tan temprano como en 1960 su Canción de gesta, un testimonio lírico de exaltación de la victoria revolucionaria.

No pocas veces ha llamado la atención que Neruda no mencionara siquiera el nombre Nicolás Guillén cuando contraatacó a los escritores que consideró principales inspiradores de la misiva. A Carpentier, que a propósito no vincula con ella, lo conceptuó de francés neutral, incluso contra la amenaza fascista. Sin duda, Neruda hacía honor —y a veces se pasaba— a quienes consideraba agresores.

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