El documental Suite Habana, del realizador Fernando Pérez, ha provocado una verdadera avalancha de críticas, en su mayoría favorables. Este jueves se presenta en el Festival de Cine de San Sebastián —su primera exhibición en el extranjero—, aunque han circulado algunas copias "piratas" en diferentes ciudades del mundo.
La crítica oficialista, para sorpresa de muchos, ha sido muy elogiosa, quizás no tanto por lo que se dice en el documental, sino por lo que no se dice. No se abordan temas escabrosos, como la prostitución, las drogas, la mendicidad generalizada, etc. Según declaraciones de Fernando Pérez al diario oficialista Juventud Rebelde, tuvo que escoger: "Estaba La Habana de los funcionarios y los teléfonos celulares, pero no sabía cómo retratarla. También se encontraban los marginales, con su carga de corrupción y violencia".
Puede pensarse en varias explicaciones: después de los últimos acontecimientos en el país, no sería conveniente censurar un documental de gran calidad, y que trata con respeto temas difíciles, pero "manejables". Resultaba más inteligente "apropiarse" del filme y no mencionar demasiado los delicados aspectos que aborda, pero eso sería tema para otro artículo. Lo cierto es que todos en la Isla tratamos de entender por qué esta película se ha convertido en un verdadero acontecimiento y ha despertado tanto interés y tantas emociones.
Suite Habana es un documental, aunque no se ajuste totalmente al género. Según definición del propio director, "son personajes reales que viven sus vidas en una puesta en escena de ficción". La película está muy bien realizada, con una fotografía y una edición excelentes, además de un sonido impresionante, que por momentos llega a abrumar.
Pérez ha reconocido la influencia de los filmes Koyaanisqatsi y Powaqatsi. El ruido de la ciudad resulta insoportable, se llega a sentir el calor, la humedad... El agobio y la tensión en que viven todos los personajes nos penetra a través del sonido y la fuerza de las imágenes. Las diferentes historias se cuentan solas, sin diálogos, en una atrevida camisa de fuerza que el realizador se ha impuesto, si se tiene en cuenta, entre otras cosas, que el cubano tiene fama de conversador, extrovertido y bullanguero. La edición va creando un "suspense" y las historias se "resuelven" muy bien al final; aunque hay algunas —las que podrían calificarse de secundarias— que no se desarrollan lo suficiente (secundarias, a fin de cuentas), como pueden ser los casos de la esposa del travesti, o del esposo de Amanda, la vendedora de maní. |