Pero volviendo al artículo de Mañach, éste anotaba las dificultades a las que, de entrada, tenía que enfrentarse una persona negra de talento, debido a "ciertas formas difusas de resistencia social. Éstas existen, por sutiles que se nos muestren y por reprobables que a algunos nos parezcan, y para sobreponerse a un público en que tales complejos operan, el talento tiene que ser de una calidad muy genuina".
El talento de Zenaida Manfugás lo era, y sólo así pudo continuar pasándole por encima a los prejuicios raciales, que entonces no eran en Cuba tan difusos ni tan sutiles como apunta Mañach. Para ilustrar con un ejemplo, cito una anécdota que contaba Ernesto Lecuona. En una ocasión, los productores de un programa de televisión le pidieron les recomendase a una artista que interpretara una de sus piezas más difíciles. Él les envió a la joven cuyas cualidades tanto admiraba, y el comentario que recibió fue: "Le pedimos una pianista. ¿Por qué nos envió a una negrita?".
Lecuona simplemente les dijo: "Escúchenla tocar y comprenderán por qué". Nada de eso consiguió desalentar a Zenaida. En 1949 debutó como pianista en el Anfiteatro de la Avenida del Puerto, en un concierto de la Banda Municipal que dirigió Gonzalo Roig. Cursó luego estudios en el Conservatorio Municipal, y gracias a una beca del Ministerio de Educación en 1952 pudo viajar a España. Allí tomó clases en el Conservatorio de Madrid, donde tuvo, entre otros profesores, a Tomás Andrade de Silva. De aquellos años guarda un hermoso recuerdo, pues, según ella, en España logró realizar todo lo que no pudo hacer en Cuba, donde, a pesar de contar con el apoyo de músicos del prestigio de Roig y Lecuona, encontró muchas trabas por su doble condición de mujer y de negra.
A partir de su vuelta a Cuba, desarrolló una significativa actividad como pianista. Acompañada por agrupaciones tan importantes como la Orquesta Sinfónica Nacional y la Orquesta de Cámara Nacional, ofreció recitales por toda la isla, y se presentó además en varios países de Europa y Asia. Desde 1974 se radicó en Estados Unidos, donde aunque no disfruta del reconocimiento y la estimación que merece —los productores no se interesan por una pianista negra de edad madura, y los afroamericanos nunca han mostrado ser solidarios con los cubanos que pertenecen a su misma raza—, ha logrado actuar en plazas tan selectas como el Carnegie Hall, donde trabajó como solista con la Orquesta Sinfónica del Nuevo Mundo.
Ha sido profesora del Kean College, de Nueva Jersey, donde impartió clases de Historia de la Música. Asimismo ha grabado varios discos, donde recoge algunas de sus magníficas interpretaciones de los compositores cubanos, cuya obra tanto ha contribuido a divulgar. Miami es la ciudad a donde más a menudo acude, pues aquí cuenta con un público integrado por compatriotas que la consideran uno de sus bienes culturales vivos más valiosos y queridos. El del próximo viernes será, pues, un concierto más a sumar a los varios que aquí ha dado.
Quiero concluir esta suerte de homenaje, reclamo comercial e invitación a asistir al concierto de Zenaida Manfugás, con unas palabras de Mañach tomadas del artículo del Diario de la Marina que antes cité: "Antier, en la Casa Cultural de las Católicas, Zenaida Manfugás tocó 'como los ángeles' en más de un sentido. Quiero decir que se hizo ella misma incorpórea, mera presencia musical. Ni siquiera se deslizaron en sus modos de interpretación aquellos acentos que una crítica sobreaguda suele asociar a su raza —la exuberancia, la voluptuosidad en el regodeo melódico, cierto íntimo patetismo superpuesto. Fue (hasta donde se le alcanza a quien sabe poco de estas cosas) música de una gran sobriedad, castidad, pureza interpretativa; esa música que no cae en los engreimientos a medias y que, por consiguiente, sólo se escucha en la etapa reveladora o en la etapa ya muy gloriosa de los grandes talentos". |