www.cubaencuentro.com Miércoles, 22 de octubre de 2003

 
  Parte 1/4
 
El milagro en La Habana
La actuación en Cuba, en 1949, del polémico director austriaco Herbert von Karajan se inserta entre los grandes hitos históricos de la Orquesta Filarmónica de La Habana.
por JOSé ANíBAL CAMPOS, Madrid
 

El 18 de junio de 1946, como parte de los necesarios —y a veces turbulentos— procesos de desnazificación que se produjeron en toda Alemania y Austria después de la caída del Tercer Reich, el teniente coronel Ernst Lothar, encargado por el Ejército de ocupación norteamericano de llevar a cabo esas depuraciones en Salzburgo, convocó a su despacho del Mozarteum a un joven músico de 37 años. Su nombre: Herbert von Karajan.

Karajan
Director sinfónico Karajan (1908-1989).

El ejército de ocupación norteamericano había ordenado hacía poco la reanudación a toda costa de los Festivales Mozartianos de Salzburgo, pero eso debía suceder sin la participación de aquellos músicos sobre quienes recaía la sospecha de haber colaborado con el régimen nacionalsocialista. Para señalar a esos músicos existía una "lista negra", y en ella figuraba el nombre de Karajan.

A diferencia de muchos otros músicos de renombre, Karajan no había abandonado Alemania después de la llegada al poder de los nazis. Por el contrario, su carrera y su fama habían experimentado un rápido ascenso en pocos años, beneficiándose de la partida al exilio de directores como Bruno Walter, Otto Klemperer o Erich Kleiber. Desde su oscuro puesto como director musical general en el Teatro de la Ciudad de Aquisgrán, había saltado repentinamente a la fama en 1938 con la presentación, como director invitado, del drama wagneriano Tristán e Isolda, en la Ópera del Estado de Berlín.

Esa actuación le valió una entusiasta y luego legendaria crítica del influyente Edmund van der Nüll en el diario B. Z. am Mittag el día 21 de octubre de ese año, en la cual se le presentaba como "El milagro Karajan", un titular que, además de resumir las notables dotes del joven director, celebraba con júbilo desbordante la oportuna aparición de este nuevo talento de la dirección orquestal en la diezmada escena musical berlinesa.

Como todo régimen que, a fin de legitimarse, pretende reducir la idea de nación a esas corrientes de pensamiento y figuras que se ajusten más o menos a un proyecto ideológico rígidamente diseñado, provocando el éxodo, la exclusión o el exterminio de todo aquello que no encaje o se someta a los rígidos moldes preestablecidos, la Alemania nazi de 1938 necesitaba con urgencia, en el ámbito musical, un nuevo talento que todavía no hubiese marchado al exilio espantado por la persecución a los judíos, la política de terror y el absoluto control del Estado de todas las esferas de la vida nacional, incluida la cultura. La aparición de Karajan fue, por tanto, también en ese sentido, providencial, "un milagro", y el joven director supo aprovechar muy bien esa nueva condición de "ángel caído del cielo".

Su pasión era hacer música. Nada más. No importaba que por el momento tuviera que prescindir en sus repertorios de la obra de músicos como Félix Mendelssohn-Bartholdy ("¡Judío!") o de óperas modernas como las de Alban Berg y Kurt Weill ("¡Arte degenerado!"). Así lo dio a entender aquella tarde de 1946 el teniente coronel Lothar en el informe enviado a sus superiores.

Aunque en el informe se consignaba que sobre el joven director no pesaba ninguna acusación sobre crímenes cometidos o persecución de carácter político en contra de sus colegas, el teniente coronel Lothar recomendaba que la prohibición de dirigir se mantuviera vigente, si bien se solicitaba una pronta decisión favorable al respecto y se consideraba oportuno, "en interés de la celebración del Festival de Salzburgo", que no se impidiera a Karajan continuar trabajando intensamente en la preparación del mismo, tal y como lo venía haciendo hasta ese momento. En todo caso, propuso Lothar, podía ponérsele a trabajar junto a un músico de cierto rango que estuviera "limpio" y apareciera nominalmente como director.

La prohibición de dirigir, por tanto, siguió en pie. No fue hasta septiembre del año 1946 que se vislumbró un cambio favorable para esa situación. Esta vez las buenas llegaban desde Londres. El empresario Walter Legge, por entonces director artístico de la firma discográfica Columbia, conocía del talento de Karajan a través de grabaciones realizadas en Alemania durante la guerra, y se empeñó en iniciar con él una serie de grabaciones para su sello discográfico. A ese propósito, sin embargo, se interponía la prohibición impuesta por los ejércitos aliados.

1. Inicio
2. Legge, con la astucia...
3. La temporada cerraba...
4. Fue sin duda ese mismo...
   
 
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