www.cubaencuentro.com Lunes, 17 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/2
 
Arte, dinero y contemporaneidad
Los precios de las obras de arte han entrado en el siglo XXI con una tendencia hacia la estabilidad, tras una época marcada por los altos y bajos.
por DENNYS MATOS, Madrid
 

Muchos investigadores y críticos sitúan a principios de los años setenta el nacimiento del mercado del arte contemporáneo en Estados Unidos. Existen dos señales iniciales de este creciente mercado, que no ha hecho más que desarrollarse vertiginosamente desde entonces hasta la fecha.

Can you tell...
Can you tell the difference (Armando Mariño, 2003)

Por un lado, la subasta que tuvo lugar el 18 de octubre de 1973 en Parke-Bernet (representante norteamericana de la Sotheby's londinense), bajo el título Selección de 50 obras de la colección de Robert C. Scull. Por otro, la venta de una obra de Jackson Pollock, que el marchante de arte Ben Heller (presente también en la subasta) hiciera meses antes a la Galería Nacional de Australia, en Camberra.

A poco de comenzar la subasta, en un abrir y cerrar de ojos se rompieron varios récordes, protagonizados sobre todo por artistas del pop art norteamericano, entre los que se encontraban Cy Twombly, Rosenquist, Warhol y Rauschenberg. Quizá la más sonada fue la obra Mapas blancos dobles, de Jasper Johns, adquirida por Scull en 10.200 dólares y adjudicada a Ben Heller por 240.000, lo cual batió la cotización de cualquier otro artista norteamericano vivo.

Pero si espectacular fue esta venta, más aún lo había sido la que el propio Heller hizo a los australianos. Este marchante vendió el Pollock Postes azules, comprado en 1956 por 32.000 dólares, en nada menos que dos millones doscientos mil dólares.

Esto fue sólo el comienzo, y por supuesto que los inversores tomaron nota de ello. Algo estaba pasando en el mercado, y aunque todavía no se podía precisar qué era exactamente, una cosa si estaba clara: el arte contemporáneo ya no sólo era un valor en alza impresionante, sino que también adquiría un aura de tesoro indisoluble. Entonces se engrasaron las maquinarias y Sotheby's, que en 1957 saltó al primer orden en Londres, con la subasta Golschmidt de ocho cuadros impresionistas, abrió un departamento de arte contemporáneo.

Como no podía ser de otra manera, Christie's hizo lo suyo, dispuesta a ganar el espacio conquistado por su eterna competidora. Estos movimientos certificaban que algún nuevo y jugoso negocio se estaba abriendo. Al parecer todos captaron las señales e intuyeron lo mismo: invertir en arte.

A principio de los ochenta, aquellas intuiciones ya eran una realidad, como lo demuestra la aparición de museos, fundaciones artísticas, además de numerosas y flamantes galerías con sus no menos flamantes galeristas y marchantes de arte. En unos pocos metros del Soho neoyorquino comenzaron a concentrarse galerías tan importantes como las de Leo Castelli, Mary Boone, Larry Gagosian, Paula Cooper y Shafrazi, que convirtieron a la ciudad en capital indiscutible del arte mundial.

Muchos de estos personajes, como bien señala Anthony Haden-Guest en su excelente obra Al natural: la verdadera historia del mundo del arte, tenían tantas aspiraciones de fama y ambición que llegaron a discutirle —incluso muchas veces a compartir— el protagonismo a los artistas que representaban. En este sentido, tal vez el caso más representativo sea el de Mary Boone, en cuya galería estuvieron tres de los grandes pintores responsables del fabuloso boom artístico de los ochenta: Julian Schnabel, David Salle y Jean-Michel Basquiat.

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