www.cubaencuentro.com Lunes, 17 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/2
 
El comandante ya tiene quien le escriba
Convencido de la relación entre humor, tolerancia y democracia, el escritor Enrique del Risco (Enrisco) presenta su tercer libro sobre el tema.
por MICHEL SUáREZ, Madrid
 

Publicado por Ediciones Universal (Miami, 2003), el libro El comandante ya tiene quien le escriba aparece en un contexto especialmente tenso para la Isla. La cobertura informativa que sobre la represión de marzo último ha mantenido atenta a la comunidad internacional y las decisiones —cada vez más desacertadas— del gobernante cubano, constituyen materia prima de primera mano para el escritor Enrique del Risco (Enrisco), Licenciado en Historia por la Universidad de La Habana y actual doctorante en Literatura en la Universidad de Nueva York.

Enrique del Risco
Humorista Enrisco.

¿Existe una dicotomía entre el doctorante en Literatura Enrique del Risco y el humorista Enrisco?

Cuando te sale una dicotomía entonces vas al doctorante para que te la quite. En serio, para mí no existe dicotomía entre dos cosas, son diferentes modalidades o tonos de una misma visión de la realidad. Sí existe una separación entre la actitud que se asume al leer una tesis doctoral y la que se asume frente a un artículo humorístico y eso, inevitablemente, lo he tenido en cuenta cuando trabajo en la tesis o en un artículo humorístico.

De ahí que, incluso, estos últimos los firme como "Enrisco", mientras que para mis ensayos y tesis y casi toda mi obra de ficción, que es a la que siempre le he dedicado más tiempo y esfuerzo, use mi nombre completo. El lector es un animal de costumbres, y a mí mismo me sucede que cuando me acostumbro a leer artículos que intentan con más o menos fortuna un chiste, cada dos o tres líneas llevo inconscientemente esa expectativa a todos los textos del mismo autor escritos en otro tono.

El contraste puede resultar frustrante. Ahí tenemos el caso de Ramón Fernández Larrea, humorista y poeta de primera línea, a partes iguales, y a quien se le hacen preguntas parecidas. Sólo creo que, en su caso, al existir una distancia más marcada entre poesía y prosa, al lector le resulta más fácil asumir el cambio de registro. Y es que si uno se pone a definir la esencia del humor, ésa sería, precisamente, el convencimiento de que no hay esencias, de que nada tiene más valor que el que le atribuimos, que las cosas más sublimes apenas están a un paso del ridículo y que todo, en definitiva, no es más que una cuestión de perspectivas. Eso me ha sido muy útil en la tesis a la hora de trabajar en la idea de nación en Cuba y en los mitos que la nutren. Y también sucede lo contrario: utilizo a veces en los textos humorísticos elementos que he ido descubriendo mientras trabajo en la tesis.

¿Por qué Castro como centro de tu creación humorística?

Gracias por la pregunta, porque quiero dejar esto bien claro: Hipólito, o sea, el señor que dice que se llama Fidel Alejandro Castro Ruz, no es ni siquiera el centro del libro que acabo de publicar, aunque se llame El comandante ya tiene quien le escriba. El centro del libro es, insisto, el humor. De hecho, el título original iba a ser La política cómica, como la publicación humorística cubana de principios del siglo XX, donde aparecía el personaje de Liborio. El editor me sugirió un cambio de título y, a falta de otro mejor, elegí éste, que a la vez entra en juego con la ilustración de la portada.

Más que Hipólito, el tema principal del libro es la obsesión de identificar a Cuba con su régimen político, obsesión de la que el propio Hipólito es, por supuesto, el primer responsable. A la hora de hacer humor en un diario digital dirigido a cubanos o a personas interesadas en temas cubanos, me di cuenta con tristeza que el denominador común entre gente convocada por la palabra "Cuba" no es otro que la política.

Ignorar eso no creo que sea el mejor modo de lidiar con esa realidad. Como han dicho otros antes que yo, no es útil ni sensato jugar a ser postcastristas, mientras el castrato o hipolitismo, como quieran llamarle, sigue siendo una vergonzosa realidad. Me temo que el hipolitismo sobrevivirá a su creador, no como sistema político, pero sí como una especie de esquizofrenia nacionalista.

Pensé que no era mala idea proponerse desinflar esa actitud, y de paso, burlarme del símbolo principal que la sustenta. Es curioso, pero muchos de los que se anuncian como sus principales enemigos lo imitan en esa gravedad impostada y hasta sienten que burlarse de Hipólito es una forma de burlarse de ellos mismos, de restarle peso al sentido redentor de su "lucha".

Cuando uno cae en cuenta de que eso que todavía llaman revolución cubana ha resultado, a la larga, un mito inventado para mantener en su puesto de trabajo a un tipo que no sabe hacer otra cosa que aferrarse a ese puesto, entonces se comprende que ni Hipólito ni su mito merecen que se le tomen en serio. Lo único que se puede tomar en serio, en ese caso, son sus crímenes y desastres, y a sus respectivas víctimas.

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