www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
  Parte 1/2
 
Un año de Raúl Rivero
Palabras leídas por el escritor José Prats Sariol en el homenaje celebrado en México al poeta y periodista Rivero, condenado a 20 años de prisión en la ola represiva de la pasada primavera.
 

"Un año" es verso trisílabo. "Trescientos sesenta y cinco días" puede formar un vergonzante endecasílabo, si rompemos la sinalefa. Este homenaje a mi amigo Raúl Rivero Castañeda tiene que nadar en la estilística, así debe de ser. Por tanto, al borde de que cumpla el próximo 20 un año en prisión, lo más sensato es que pensemos en períodos rítmicos, en recursos versales. Estilo, estilete… Raúl, como tantos otros escritores cubanos, tuvo problemas de estilo. Aún, gracias a Dios, los tiene en la Cárcel de Canaleta.

Blanca Reyes
Blanca Reyes (dcha.) muestra una foto de su esposo, Raúl Rivero.

Cuando entró a la cárcel tenía 57 años, ahora ya alcanzó los 58 allá dentro, como La mariposa de Iosif Brodsky revoloteando por el Neva. Raúl, el poeta que obtuvo en su patria todos los premios nacionales de relieve, hala su condena… Una condena estilística, casi un homenaje a los afiladores de cuchillos y tijeras de nuestra infancia, con sus filarmónicas convocando al único trabajo digno para el escritor sin mandato: sesgar, tasajear, cortar las palabras de la tribu, sobre todo la de caciques y hechiceros.

En la celda, espantando sabandijas conformistas, ha escrito unas docenas de poemas fuertes, con el melancólico vigor de paredes y barrotes que pidió —sin que le entendieran bien— que pintaran de verde-sufí. Gracias a su esposa Blanca Reyes he tenido acceso a casi todos, algunos hasta se los comenté en cartas crípticas, necesariamente crípticas para burlar a los romos veladores, para que los martillos de herejes den golpes sin rumbo.

Comparto con ustedes la inefable experiencia de leerlos, bajo la tan concreta información de saber dónde y cuándo y cómo se han escrito. Abrazo el cariño de Raúl. Me parece que de nuevo salimos de la universidad y desandamos con Roque Dalton y Wichi Nogueras la Avenida de los Presidentes, burlándonos —desde luego— de cierto presidente cierto que en aquel entonces —13 de marzo de 1968— decretó una Ley Seca y estatalizó carritos de granizado, jugosas guaraperas, puestos de fritas, cordeles de papalotes.

Ninguno de los poemas de la cárcel tiene un motivo político, ni siquiera alusiones a la sobrevivencia, a la carcomida utopía de El paraíso en la otra esquina. Era de esperar que así ocurriera, y no sólo por la obvia grosería de censores encelados en sus dogmas y carteros empecinadamente distraídos con la correspondencia. Pienso —conociéndolo bien— que se trata de autoestima. Enemigo de la culpa ajena y del oportunismo, inclaudicable ante dádivas y componendas, apuesta su indefensión al color de la esperanza, al que no se deja contaminar por virus exógenos y bacterias ideológicas. Su compromiso —se lo vuelve a demostrar— es con Raúl Rivero Castañeda, y desde ahí, donde quiera que se halle, con las palabras, con lo que Borges llamara "pensativo sentir".

Reducir su obra —incluyendo la periodística— a la de evidencias sociológicas y críticas a los manejos de la polis, sería mutilar sus dimensiones, castrar interesadamente los plurales senderos y bifurcaciones de su voz. Mis anteriores valoraciones de su poesía siempre han hecho énfasis en cómo se produce un contraste entre los sesgos expresivos del coloquialismo, en tanto poética autoral casi única, y la diversidad de motivos. Harto fácil resulta verificar —basta leerlo— un poliedro (caras, aristas, vértices argumentales) que podría situarse entre la lírica y la épica, sin compartimentos estancos u obsesiones monotemáticas.

Que ahora se deseen opacar algunos ángulos, aunque simpaticemos con las intenciones que priorizan sus agudezas antitotalitarias y sus impresiones políticas, podría resultar en poco tiempo contraproducente, artísticamente volátil. Él mismo —como me escribiera el pasado mes de diciembre— prefiere que se hable más de su autenticidad y honradez que de sus inclinaciones democráticas y fobias al Poder. La valoración ética potencia la artística —sin excluir, desde luego, por el mismo principio, aquellos poemas cercanos al Heberto Padilla de Fuera del juego. Las similitudes en la trayectoria de sus obras y vidas, así como sus curiosas diferencias en el tiempo, también evitan cualquier sinécdoque parcializada. No dar una parte por el todo.

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