www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
Parte 1/2
 
Un huracán llamado Tía Julita
Una reedición recupera la deliciosa novela para niños con la que Luis Cabrera Delgado obtuvo los premios Ismaelillo y La Rosa Blanca.
por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami
 

Los últimos años no están siendo muy propicios ni fértiles para la literatura para niños y jóvenes que se escribe en Cuba. En las décadas anteriores, este género había alcanzado entre nosotros un notable nivel de calidad, que lo situó en un sitio relevante en el ámbito latinoamericano. Fue una etapa en la cual se dieron a conocer autores como Nersys Felipe, Alberto Serret, Julia Calzadilla, Ivette Vian, Antonio Orlando Rodríguez, Excilia Saldaña, David Chericián y Aramís Quintero, a los cuales se vinieron a sumar las aportaciones de otros de promociones anteriores como Dora Alonso, Onelio Jorge Cardoso, Mirta Aguirre, Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Renée Méndez Capote, Félix Pita Rodríguez y Anisia Miranda.

Tia Julita

En cambio, entre las nuevas incorporaciones escasean los nombres que merezcan realmente ser tomados en cuenta, y la calidad de las obras galardonadas en las últimas ediciones de los concursos La Edad de Oro e Ismaelillo anda bajo mínimos.

Por suerte, siempre queda el consuelo de las reediciones, que permite volver a leer algunos de los buenos textos publicados años atrás. Ese es el caso de Tía Julita (Editorial Gente Nueva, La Habana, 2002), la deliciosa novela con que Luis Cabrera Delgado (Jarahueca, 1945) obtuvo los premios Ismaelillo 1982 y La Rosa Blanca 1987. No es primera vez que su nombre aparece en esta sección. He comentado antes un par de libros suyos, ¿Dónde está la Princesa? y Maritrini quiere ser escritora.

La razón que explica el que me ocupe de él con cierta regularidad responde a que se trata de un escritor muy laborioso y cuya obra, además, está llena de alicientes y estímulos. Descubrir sus textos ha sido una de las buenas y gratificantes experiencias que he tenido últimamente como lector, aunque confieso que siento ya una viva curiosidad por saber cómo es el autor que los crea. ¿Será calvo, como Vladimir Nabokov? ¿Flaco como Samuel Beckett? ¿De malas pulgas como Salinger? ¿Miope como Isaac Babel? ¿Tendrá una cicatriz detrás de la oreja, como el novio de Doña Rosita la soltera?

Cabrera Delgado parte del antiquísimo motivo del viaje (los remito, para remontarme bien atrás, a La Odisea) para contar una entretenida historia, que también posee elementos de eso que se conoce como novela de aprendizaje. Se inicia cuando Tía Julita sale con sus diecinueve sobrinos de paseo hacia Cualquier Parte, un sitio al cual llegarán mucho tiempo después. Antes de partir, se les une el maquinista del tren de Morón, que se ha enamorado de ella. Durante el trayecto se les unen además cincuenta y tres hormigas. El libro, narrado en primera persona por uno de los sobrinos, cuenta las aventuras y peripecias que viven a lo largo de su itinerario.

Tan pronto salen por el camino de Meneses y se desvían por un trillo desconocido, asisten a un maravilloso concierto. Tía Julita, que pasa a ser la batutera de la banda, les explica que los pájaros carpinteros habían abierto huecos en los canutos de las cañas bravas, fabricando así miles de flautas naturales que únicamente sonaban con el aire producido por las risas de los niños.

Llegan luego a un pueblo al que sólo se puede acceder si uno ha hecho las tareas y se ha cepillado los dientes. Ah, y para entrar hay que hacerlo además a la pata coja. Es la Villa de El Botellón, fundada en el siglo XVIII en el interior de la isla, y cuyos habitantes adquirieron el hábito de tomar bebidas alcohólicas y se olvidaron de todo lo demás. Hasta el sabor de los alimentos se les olvidó, y fue gracias a la sopa de tomate preparada por los visitantes que se les despertó el apetito que habían perdido hacía no se sabe cuántos años.

Tres años les toma llegar al cruce de caminos, en donde debían decidir qué rumbo tomar. Había tantos caminos como gotas de agua hay en el mar, y por indicación, claro está, de Tía Julita escogieron el que iba a Itabo. Antes de que llegasen, se encontraron una güira-semáforo, que colgaba de una mata de caimitos. En lugar de las luces verde, roja y amarilla, dada el paso con una flor de Pascua, una cotorra verde, un pollito recién nacido o una flor de calabaza. El cambio además demoraba varios meses, y permitió a algunos niños mudar los dientes de leche y a otros hasta terminar un curso completo en la escuela cercana.

1. Inicio
2. Prosiguen el viaje...
   
 
RegresarEnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Un año de Raúl Rivero
Música bailable para el nuevo milenio
CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami
Apuesta conceptual
DENNYS MATOS, Madrid
Escrito en la Cuba de enfrente
CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami
La política del silencio
ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir