www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
   
 
Sin tu permiso yo me voy pa' Cuba
Pura poesía urbana: El dios de Kelvis Ocha es la música y su séquito, las composiciones.
por MARIAM NúñEZ MáS, Madrid
 

Un cubano auténtico en Madrid. Como reza en una de sus canciones más conocidas: fue "free kiss", mutante, mecánico y hasta chofer; fue ruso, ignorante y lleva en la piel resistir como un divino reptil. Este artista cubano ya tiene "un cachito pa' vivir".

Kelvis Ochoa
Kelvis Ochoa.

Cuando transita las calles de su barrio madrileño en su montañesa, semeja un nórdico simpático y extrovertido. Casi siempre va contrario y por la acera, casi siempre concentrado en alguna rima por resolver. Pero la cubanía se le nota cuando estás cerca y ensancha una sonrisa cómplice y dispuesta, tan sincera como sus letras.

Kelvis Ochoa fue de los músicos cubanos jóvenes que quemó las naves tan temprano como la emanación de su talento. Llegó a Madrid con veintitantos cortos y era ya un consagrado, como consagrado era Habana Abierta.

En La Habana, cassettes y compactos circulaban de mano en mano y el culto creció sin estar ellos en Cuba, culto nostálgico. Se pudiera decir, un amor bien correspondido, pues aquí en Madrid, para cubanos, ellos. Mientras los escuchas juntos no se puede dejar de pensar en Cuba, en La Habana, en los compatriotas. Hay algo recorriendo sus venas a la par de la sangre y es la lealtad a la cubanía. Sin embargo, están aquí. Bajo otro sol, en otras influencias, flotando, componiendo, cantando y grabando música con sabor a café mezclado, a esquinas rotas, a folklore del bueno.

Enamorando a un reducido público español y a los miles de artistas y escritores de la diáspora que no pueden vivir sin un pedazo de aquello. Dejándose visitar y airear una y otra vez por lo mejores artistas de aquí y de allá que los admiran discográficas aparte. Cubaneando muy en serio, como debe ser.

Su mejor público permanece allá. Lo saborearon en agosto. La presentación del documental Habana Abierta los asomó a su mejor ventana. Un horizonte de cabecitas de jóvenes alternativos con lo mejor de los ochenta en sus sienes. Palpitaron con lo que han sembrado sin ellos saber cómo. El director cubano Arturo Soto y el Jorge Perugorría (Pichi) más perpetuado concibieron un regalo perfecto a partir de sus conciertos en los nunca mejor ponderados Jardines de La Tropical.

Kelvis Ochoa, Boris Larramendy, José Luis Medina, Vanito Caballero y Alejandro Gutiérrez están en la envidiada categoría de "artistas que van y vienen". Que tutean a Pablo Milanés y suben a improvisar en los conciertos de Carlos Varela, de Los Van Van, y a los que nadie pide autógrafos, pues son tan cotidianamente tangibles y sencillos como los recuerdos.

Todos son genios en su especialidad. Soneros, raperos, novísimos, rockeros, ases del pop. Componen como para sorprender en cada concierto. Proponen el universo de las fusiones cuando esporádicamente se reúnen en Clamores o la Galileo Galilei, salas para la buena música en su formato. Alternan generalmente con programaciones de exquisitos jazzistas, porque también ellos son considerados músicos cubanos exquisitos.

Kelvis, el líder espiritual y musical, los arropa en esa áurea amistosa de la música. Su casa madrileña, en medio de la paradoja de un barrio tranquilo y céntrico, es una antología de guateques trovados, soneados y rumbeados.

Puedes verlo guitarra en mano, que no da sonero. Menos, si lo conoces de su época de Cuatro Gatos, de los conciertos del Patio de María y de aquel proyecto underground de rock, que auspició la Asociación Hermanos Saíz (AHS) cuando era sólo para jóvenes creadores y no para comulgantes de la Unión de Jóvenes Comunistas.

Pero sonero es. Improvisador de primera y una voz que la salsa divina se la bendiga. Un trovador capaz de hacer una conga a guitarra y colocarla en su disco debut Kelvis, con todo el atrevimiento de un juglar que ni pierde ni gana con lo que canta. El dios de Kelvis es la música y su séquito, las composiciones. Ese pie fino para escribir crónicas en los pentagramas se lo da un carácter abierto y sencillo. El vuela por la música como pájaro en el monte; pasa de la cumbia a un merengue con coros al estilo afro. Renueva el letargo de los novísimos con versos de las calles. Pura poesía urbana.

A los novísimos se le debe un libro y a Kelvis uno de sus capítulos fundamentales, su historia es completamente mágica. Era un pionero que cantaba en nuestros matutinos de antaño pañoleta en cuello; después, trovador de guitarra con cuerdas defectuosas; luego rockero de moda en Cuba y ahora alguien que alumbró sus profecías en un país extraño para ser más querido en el suyo.

Mas, su país ni siquiera es Cuba. Su país es una Isla. La Isla de Pinos (Isla de la Juventud). El sucu-sucu —ritmo pinero por excelencia— se le nota hasta en el rostro cuando canta. Le llama Bibijagua Beach a su peña de martes en el Café Berlín y a su fiel grupo acompañante, Arenas Negras. La playa y las arenas de esa isla resumen al patriota devoto. Al que quiere desde aquí pues desde aquí le es más fiel.

Con él tenemos un pedacito de tierra nuestra. Hace buena compañía cuando nos canta "sin tu permiso yo me voy pa' Cuba"; y deja un mensaje provocador cuando canta allá y todos comprenden sus efímeras despedidas.

Su hija es una madrileña que se llama Isla y ya no se debe agregar más nada.

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