En 1981, una exposición colectiva en una galería de La Habana se convirtió en una especie de manifiesto de un grupo de once artistas jóvenes que se desmarcaban radicalmente de las promociones precedentes. Su título fue Volumen I, y provocó una acalorada reacción en la prensa, por lo que significaba de reacción contra el lenguaje estético institucionalizado.
Por ejemplo, desde las páginas de El Caimán Barbudo, Ángel Tomás González comentó que la muestra se inclinaba "mayoritariamente por el abandono de las identificaciones con los valores definitorios de nuestra identidad nacional, por caer en la falsa homogeneidad de un arte cosmopolita que simula desconocer fronteras geográficas o ideológicas". Una actitud que, de acuerdo con él, "puede entrañar el peligro de tomar como orientación los derroteros trazados por las 'vanguardias' promovidas y manipuladas en las metrópolis".
Los cuadros e instalaciones allí reunidos, pertenecientes a Tomás Sánchez, José Bedia, Juan Francisco Elso, José Manuel Fors, Flavio Garciandía, Gustavo Pérez Monzón, Leandro Soto, Israel León, Rogelio López Marín (Gory), Ricardo Rodríguez Brey y Rubén Torres Llorca, venían a poner de manifiesto la presencia de un lenguaje diferente e iconoclasta, y eran el índice de que en nuestras artes plásticas se habían experimentado cambios que, tal como el tiempo demostró, iban a ser muy saludables.
Contrariamente a lo sostenido por González, para quien asomarse al exterior era pernicioso, Volumen I contribuyó, como expresó el pintor y crítico uruguayo Luis Camnitzer, a plantear el debate sobre "la razón de ser del arte cubano y la validez de la producción artística hasta entonces y reafirmó el derecho de ver lo que se estaba haciendo fuera de Cuba".
Acerca de Pieza inconclusa para pintor mecánico, la pieza con la cual Gory participó en Volumen I, existe una curiosa anécdota. Su autor había estudiado pintura en la Escuela Nacional de Arte y estaba preparando para la muestra un cuadro. Pero cansado de que los críticos lo tildaran de ser poco cubano y de que copiaba a creadores extranjeros, a manera de protesta decidió presentarlo inacabado en el caballete, junto a la foto que le sirvió como fuente.
Para sorpresa suya, su obra fue recibida como una muestra de arte conceptual con un toque irónico. La inclusión de la foto, por otro lado, incorporaba una actividad a la cual Gory se dedicaba desde 1975, de modo paralelo a su labor pictórica (el mismo año de Volumen I recibió uno de los galardones del Premio de Fotografía Latinoamericana y del Caribe, organizado por la Casa de las Américas). Entre ambas existen además fuertes nexos y vasos comunicantes, algo que se puede apreciar en Una Retrospectiva Pequeña, la exposición suya que permanecerá abierta hasta el 8 de mayo (Chelsea Galleria, 32 NE 39th Street, Design District, Miami. Telf.: 305-576 2833).
'Una Retrospectiva Pequeña'
Tal como su título adelanta, se trata de una muestra panorámica de proporciones más bien modestas. Me imagino que así lo impusieron la dificultad de localizar muchas de las piezas y las propias dimensiones de la galería. En cualquier caso, las obras que se exponen dan una idea aproximada de la estética de Gory, así como de su evolución a lo largo de unas dos décadas.
Por ejemplo, en Mi dulce Señor (1980), la obra más antigua, se ponen de manifiesto ya el tratamiento pictórico de las imágenes, el uso de elementos iconográficos universales y el lenguaje alegórico que caracterizan su trabajo. Rasgos de los cuales también participan fotógrafos cubanos contemporáneos de Gory, como José Manuel Fors, Marta María Pérez Bravo y Carlos Alom. |
