www.cubaencuentro.com Miércoles, 08 de septiembre de 2004

 
  Parte 2/4
 
Un mambo por Pérez Prado
Aunque muchos se atribuyen su paternidad, fue el pianista matancero de los gritos guturales quien creó el género a partir de un novedoso formato musical.
por TONY ÉVORA, Valencia
 

Como en Cuba nunca le hicieron mucho caso, en 1949 decidió instalarse en la capital azteca, agrupando los metales mexicanos que necesitaba, pero los percusionistas eran cubanos. Ensayó mucho y finalmente alquiló el teatro Blanquita, anunciando un espectáculo titulado Al son del mambo. Aquellas presentaciones se convirtieron en un éxito y le dieron la plataforma que necesitaba.

P. Prado

Había que ser muy buen instrumentista para trabajar con él, sobre todo los metales, porque les exigía muchas notas altas, difíciles de alcanzar. Y empezó a lanzar una composición tras otra, grabando primero para la RCA Víctor de México y luego para la de Nueva York, tratando siempre de incluir el vocablo mambo en los títulos para identificarlos, sin olvidar aquellos gritos guturales en cada cierre, su famosa marca de fábrica. Y pegó.

El Rey del mambo ganó mucho dinero y se hizo imprescindible en pocos años. Qué rico el mambo vendió 4,5 millones de discos entre 1950 y 1951, una cantidad extraordinaria para aquella época. Quizá fue un hombre difícil, un solitario insolidario, incluso algo mezquino con su dinero. El dominicano Johnny Pacheco relató cierta vez que estaban ensayando en un estudio y cuando bajaron a tomar café, alguien le pasó un sobre a Prado, como le solían llamar. Al abrirlo ante sus compañeros descubrió que traía un cheque por 10.000 dólares americanos. Ni siquiera los invitó.

En una entrevista realizada en 1984 se quejaba amargamente de los que pretendían arrebatarle la autoría del mambo. Lo cierto es que antes de emigrar a México, entusiasmado por los cuentos que le hacía el cantante Kiko Mendive sobre las oportunidades de trabajo en el vecino país, Pérez Prado trató de lanzar el mambo en Cuba.

Llegó a grabar un pequeño disco de 45 rpm, a manera de demo, con su Mambo caén y So caballo, realizados con músicos de categoría, sus amigos, que lo hicieron gratis, fascinados por los arreglos del teclista. Entre ellos estaban el saxo alto Germán LeBatard, el guitarrista Vicente González Rubiera Guyún, el saxo barítono Osvaldo Urrutia y el contrabajista Reinaldo Mercier. Pero los empresarios timoratos no se dieron cuenta de que se trataba de algo realmente innovador.

El pequeño pianista estaba muy avanzado para su época. Algo parecido le sucedió a Bebo Valdés con su ritmo batanga y al tresero Niño Rivera con su cubibop. Según el musicólogo Leonardo Acosta, Pérez Prado recibió en México el apoyo de la vedette Ninón Sevilla y de otros cubanos, mientras que el bongosero Clemente Chicho Piquero le ayudó a resolver el carnet de la omnipotente Unión de Músicos Mexicanos.

Trabajó muy duro, como siempre, experimentando y desarrollando un estilo que jugaba con diferentes planos sonoros con dos registros básicos, enfrentando las agudas trompetas (que en algunas grabaciones hizo sonar contra una pared para obtener la resonancia que buscaba), al tono grave de los saxofones que llevaban la síncopa. Los primeros mambos que grabó para la RCA Víctor fueron José y Macamé, muy lentos, y no alcanzaron la popularidad de los posteriores.

Sus números más populares incluyen Mambo Nº 5, Qué rico el mambo, Pianolo, Caballo negro, El ruletero, Lupita, Mambo en sax, La chula linda y Mambo Nº 8. Grabó no sólo para la Víctor, sino también para Seeco, United Artists, Epic y otros sellos. En 1952, el director de orquesta Armando Romeu tomó un tema creado por Stan Kenton, lo arregló al estilo de Pérez Prado, y se lo envió a México como reconocimiento por su enorme éxito. Así surgió Mambo a la Kenton, erróneamente atribuido a Pérez Prado. Leonardo Acosta considera que de ahí surge la confusión sobre la influencia del norteamericano en la obra del cubano.

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