www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 1/3
 
La revolución de HCB
El fotógrafo Henry Cartier-Bresson falleció en agosto pasado. ¿Le bastaron unos días en Cuba al 'ojo del siglo' para vislumbrar el futuro?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Hay otra fotografía de Ernesto Guevara. No tan conocida como la famosa foto del Che, aunque la tiró un fotógrafo más célebre. Al contemplarlas unidas, las diferencias hacen evidente que lo importante no es el sujeto que aparece retratado, sino la fecha en que son publicadas. La primera  estuvo guardada en un archivo por varios años y la posterior fue divulgada de inmediato. El hombre y el mito.

Che
Che Guevara at a luncheon meeting for Trade Union (HCB, Tete a Tete).

La distancia entre ambas encierra la historia de la revolución cubana. La foto menos famosa nos muestra a un Che jovial y joven —pese a las arrugas prematuras del rostro. El llamativo reloj en el brazo izquierdo, las dos copas y la taza de café al frente contribuyen a humanizar el retrato. Pero es la sonrisa del guerrillero la que nos devuelve a la época en que aún era posible la duda: nada más alejado de las intrigas por el poder, los combates sin escapatoria en la aridez del campo latinoamericano y el empecinamiento en una lucha a muerte que ese argentino —porque la instantánea permite otorgarle una nacionalidad y no perderlo en un símbolo— que mira confiado y risueño a sus supuestos interlocutores.

Una logra acaparar una eternidad que ahora se resume en camisetas y carteles para turistas y manifestantes tras una ilusión perdida. La segunda es apenas un documento histórico. La primera y famosa se identifica con un período convulso, que afectó a todos los países. La otra nos devuelve a una época de ilusión en sólo una isla; permite una mirada triste pero no un rechazo en blanco y negro.

Henry Cartier-Bresson llegó a La Habana en 1963, para captar el momento aún sostenido de una esperanza  que se perdía irremediable en los excesos. Vino a mirar el despertar cubano —del que sólo sobreviven documentos como su fotografía del Che—, pero especialmente a transmitir al mundo sus imágenes, como una forma de entender lo que ocurría en un país enfrentado a una gran potencia y cada vez más aliado a otra. Viajó enviado por la revista Life, para realizar un reportaje gráfico de la Isla, gracias a su condición de fotógrafo de primera y ciudadano francés. Lo hizo con el entusiasmo que lo caracterizaba —siempre estar en la primera línea en cualquier lugar del mundo en que surgiera una noticia—, pero también con la prudencia del que sabe los peligros que acechan al que marcha en busca de la historia.

Elogios y silencios

Antes de viajar a Cuba, se comunica con Nicolás Guillén —al que conocía desde 1934— e indaga las posibilidades que tiene de poder moverse sin problemas: "lo que más me gustaría es no estar con las delegaciones y hospedarme en el viejo hotel Inglaterra —que probablemente esté muy destartalado—, donde se hospedó Caruso". El poeta nacional apoya la idea: "De acuerdo. Qué más". "Quiero que me asignen un intérprete", añade el fotógrafo. "¡Pero si tú hablas español!", replica asombrado Guillén. "¡Sí, pero de este modo sabré dónde me meto!", responde previsor.

No por gusto "el ojo del siglo XX" había estado en la guerra civil española, participado en la lucha de liberación de Francia de la ocupación nazi y presenciado el triunfo de Mao, el "deshielo" en la Unión Soviética, el asesinato de Gandhi y la construcción del Muro de Berlín.

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