www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 1/2
 
A la deriva
La insularidad en la plástica de los noventa: Kcho y Sandra Ramos como paradigmas de un concepto con expresiones diferentes.
por ANDRéS ISAAC SANTANA, Madrid
 

La narrativa de la migración y el exilio, y con ello la figura misma del viaje en tanto metáfora de libertad y redención, constituyen el centro de mira de la nueva subjetividad cultural. Frente a una realidad de este tipo —cada vez más fragmentada e incierta en términos cartográficos e ideológicos—, el arte contemporáneo aguza sus armas estéticas y hermenéuticas en la capacidad de discernimiento para no sacrificar en la anécdota y la crónica sensacionalista de turno el legado de su espíritu crítico.

Para olvidar
Para olvidar (Kcho, 1996).

En este sentido, el arte cubano ha sido de los más elocuentes en el tratamiento de un tema, que no sólo afecta la consolidación de un modelo social a todas luces en crisis, sino que re-escribe —por sus propias dimensiones antropológicas y culturales— los perfiles de una identidad nacional escindida entre los que se quedan y los que se van. Una identidad que, aunque algunos la desean monolítica y la reducen a los claustrofóbicos límites de la Isla, se debate en el trauma de las dos orillas, en el espacio vacío del naufragio y la pérdida.

Los más jóvenes creadores cubanos no se reportan ajenos a las circunstancias de una Isla que es ella misma balsa, escenario de nadie, asidero de impensadas utopías, desvío de la racionalidad, gueto de la enajenación. Ello explica —si se quiere— la recurrencia obsesiva que en el arte de los noventa se corrobora respecto al uso de figuras que pronominalmente hablan del viaje: el tren, el barco, el avión y, sobre todo, la tipología de la balsa. Esta última, por fuerza de repetición y por su significado cultural en tanto reina del viaje, ha devenido icono en una época que tiene en el desplazamiento y la ida su paradigma de libertad.

De ahí la trascendencia y el verdadero sentido de una obra como la del artista cubano Alexis Leiva (Kcho). Desde la aparente rudeza en las soluciones formales y el presunto facilismo en la articulación conceptual (por la que llegó a llamársele "el tosco del arte cubano"), las creaciones de este artista han logrado describir mediante el emplazamiento paranoico de la balsa a la deriva, el relato de una situación insular marcada por el trauma, la ruptura y la desolación.

Sin dudas, y pese a ciertas reiteraciones que en verdad a algunos críticos incomoda, la obra de Kcho se inscribe —con todos los derechos— en la historia de un arte que cada vez se hace más difícil acomodar dentro de los marcos restrictivos y ortodoxos que determinan los límites del vocablo "nacional". Su abstracción de la contingencia y, al mismo tiempo, su buceo premeditado en ella, junto al carácter evocador de sus rotundas instalaciones, le convierten en el gran comentarista de la experiencia de la diáspora cubana (y no sólo de esta), cuya génesis se localiza en la ansiedad y en el medio de una travesía marítima traumática, que ignora la posibilidad del regreso. Este es ya, por siempre, la utopía del viajante, el sueño impensado y nostálgico de quien a ciegas y con todo el desespero y la ilusión de una vida mejor se echa a la mar.

Simbología de la insularidad

Si bien la práctica artística de los ochenta en Cuba, de indiscutible perspectiva crítica y social, se concentró en advertir los signos y las características que daban forma a un supuesto discurso de identidad, mediatizado por los imaginarios provenientes de la antropología, la religiosidad y la cultura popular y urbana; es en cambio el detenimiento en la condición insular y sus paradojas, la máxima de especulación estética por la que apuestan la mayoría de los artistas.

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