www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 1/2
 
La lucidez relativa
Un escenario hipotético: Michael Moore y Pino Solanas son cubanos. ¿Qué hubiera pasado con sus filmes contestatarios?
por ORIOL PUERTAS, La Habana
 

La maquinaria propagandística cubana se ha disparado a hablar de cine. Con los ilustres antecedentes de filmes como Diarios de motocicletas, Fahrenheit 9/11 y Memoria del saqueo, estrenados casi al unísono en La Habana, los voceros del régimen apostaron de una vez por clarificar un poco sus posiciones en materia del llamado séptimo arte. Y se agradece, la verdad. Sólo que quienes esperaban romper la rutina de una tarde tras otra, inmersos en los teques políticos, volvieron a llevar su cuota de decepción.

Familia
'Fahrenheit 9/11', en la televisión cubana (Reuters).

Una reciente Mesa Redonda Informativa —contraproducente perorata diaria transmitida en directo por los canales de la televisión nacional y las ondas de las más importantes emisoras radiales de la Isla— dedicó sus casi dos horas a deslindar lo que han denominado "el despertar del cine comprometido" en todo el continente, correspondiendo atinadamente a la necesidad de enaltecer la herencia contestataria y de denuncia aportada por realizadores de la talla de Santiago Álvarez, Tomás Gutiérrez Alea, Glauber Rocha y Fernando Birri, y por movimientos como el cinema novo.

Está claro que siempre viene bien un acercamiento a las diversas aristas de la cultura de una nación. Entre nosotros hace rato se nota la falta que hace.

Uno siente que gracias al debate oportuno sobre temas del arte y la literatura se puede crecer espiritualmente. Y más si se habla de una manifestación tan dada a cautivar multitudes con gustos disímiles, porque quién pone en duda que en materia de eficacia comunicacional el cine es difícil de superar.

Pero nunca será justo que secuestren el criterio equilibrado y en lugar del debate esperado endosen una larga diatriba permeada de dobleces que muy poco tiene que ver con el arte y sí mucho con las manipulaciones tan al uso en Cuba.

Son muchos los temas a debatir si de cine en Cuba se habla. Por ejemplo, cómo obviar la nefasta incidencia de las prohibiciones y la censura —desde el cisma de PM hasta hoy— sobre importantes obras de los cineastas cubanos que no han encontrado a su destinatario principal, debido a las pésimas lecturas de carácter ideológico que de ellas se han hecho.

Cómo negar la deformación del gusto y la sensibilidad en miles de espectadores que prefieren cualquier mediocre película extranjera, especialmente norteamericana, a la mejor propuesta estética de, por ejemplo, Fernando Pérez. O cómo eludir el irreparable daño que ocasiona la creciente cantidad de salas de cine cerradas, o en pésimo estado constructivo o convertidas en verdaderas saunas por la falta de ventilación. O cómo comenzar a revertir un orden de cosas que actualmente privilegia lo político sobre el arte, Fahrenheit 9/11 sobre las definitivamente proscritas Suite Habana y Fuera de liga.

Por la tangente

Las voces oficiales suelen irse por la tangente. Es menos escabroso y ya está escrito, no hay que salirse del libreto. Lo doloroso es que notables artistas de renombre mundial se presten al juego sin temer a las tercas manchas de la hipocresía.

El invitado principal de ese día ante las cámaras fue el director argentino Fernando Pino Solanas, un conocido de millones de cinéfilos, gracias a excelentes películas como Sur y Tangos, el exilio de Gardel. Solanas, además de incisivo y agudo en sus criterios sobre la situación en su país —denunciada magistralmente en su documental Memoria del saqueo, exhibida también en el espacio de la Mesa—, estuvo muy lúcido en la defensa de las propuestas del norteamericano Moore y en el ataque despiadado a la cultura de masas y del entretenimiento en Estados Unidos, catalogada por él de "cloaca" y "bochorno".

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