www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 1/2
 
Réquiem por La Esquina Habanera
Tributo a Babalú Ayé del grupo cubano Raíces Habaneras, en el Shuetzen Park, de Union City.
por ARMANDO LóPEZ, Nueva Jersey
 

Tributo a Babalú Ayé. La rumba resonó nuevamente en Union City, en el enorme salón que construyeron los alemanes a principios de siglo, el Shuetzen Park. No se cabía. Acudieron caribeños del Bronx, sudamericanos de Queen, judíos del Alto Manhattan. Vinieron a disfrutar de la madre de todos los ritmos, a gozarla. Llegaron temprano, elegantes: con sombrero los hombres, con collares vistosos las mujeres, como en los tiempos de La Esquina Habanera (1996-2004), cuando "El Domingo de la Rumba" se hizo tradición, reforzado por los balseros llegados vía Guantánamo, y por la nostalgia de los que, en medio de la nieve, se aferran a su isla en la memoria.

S. Lázaro
Grupo Raíces Habaneras.

Qué esquina aquella. Guanabacoa en un suburbio de Nueva York. ¡Asere, qué envolvencia! ¿Cuántos cubanos, nacidos acá, no descubrieron la tierra caliente de sus padres en La Esquina Habanera? ¿Cuánta dama de los cincuenta, no reencontró a su nana conga en un rumbero viaje a la semilla, entre el espeso humo de cigarrillos del bar (decorado con la farola del Morro), al tiempo que el grupo Raíces Habaneras retumbaba los cueros: "Ocana, tapa la letra, ocana ebó…".

Pero en la esquina de la Avenida Summit, y la calle 14, ya no suena la rumba desde abril, el toldo verde que aún anuncia La Esquina Habanera siente vergüenza de cobijar un billar de barrio y discusiones. Celofanes negros cubren las vidrieras por donde hace apenas unos meses asomaba Babalú Ayé apoyado en sus muletas. En la rockola, La Banda el Recodo sustituyó a Los Van Van. Los vecinos de los altos (eran cubanos) se mudaron despavoridos, sabe Dios a dónde…

"El inmigrante no para de correr", me había dicho un taxista loco llevándose una roja por la Quinta Avenida. Tenía razón. La dinámica del capitalismo no perdona. A los alemanes que construyeron el Shuetzen Park, los sustituyeron los italianos por los años cuarenta, con sus teatros de vodevil (prohibidos en Manhattan), hoy convertidos en almacenes. Y los cubanos se han ido desplazando hacia el sur de Nueva Jersey, y la Florida.

La rumba ya no tiene casa en Nueva York, pensaba, cuando llegué al Shuetzen Park, al Tributo a San Lázaro, y sonaron los cueros del grupo Raíces Habaneras. Y bailaron las negras (y las blancas) agitando caderas… y "ave María Morena, tanto tienes, tanto vales, ave María Morena", ripostaron los machos, retorciéndose de gozo, mientras sus pantalones de dril cien, impecables, no perdían el filo y, por debajo, se marcaban sus deseos de vivir, ¡qué elegancia!

Claves para la rumba

La rumba se instaló en Nueva York con Chano Pozo, pasó por las orquestas de Machito, Dizzie Guillespie y Tito Puente. Y hoy no se puede entender ese engendro neoyorquino que llaman salsa, sin contar con los tambores de la rompecueros de los ritmos cubanos, la que exhibe, sin complejos, su africanía bañada de mar Caribe. Porque esta Mamá Rumba es negra retinta, aunque las décimas y el aire de sus cantos le vengan de España, y hasta la acusaran de mujer de rumbo o mala vida, los petimetres de la colonia, de ahí su nombre.

Si el son es oriental, esta negra es habanera y matancera. Nació de la buena memoria de esclavos en los barracones de los ingenios, en solares, en los muelles de los puertos. Se toca percutiendo tambores, cajones de madera, claves, tenedores, botellas o cualquier cosa que suene. Y es la improvisadora por excelencia. No hay hecho real, social o político que esta negra chismosa no convierta en estribillo y lo pregone a los cuatro vientos. Esta heredera de los toques religiosos yoruba, congo y carabalí, es música profana, irreverente, lujuriosa, y es fiesta por antonomasia de negros, mulatos y blancos sandungueros y gozadores.

Se conocen cuatro modalidades de la rumba: el yambú, la más antigua y lenta; el guaguancó, metódica y pegajosa; la columbia, de gestos acrobáticos, con fuerte influencia de los bailes de diablitos abakúa; y la jiribilla, rápida y trepidante, la abre que voy… Pero todas las rumbas comienzan con un canto expresivo, al que se suman los tambores y demás instrumentos y, en alternancia, los coros que cantan los estribillos.

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