www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 1/2
 
Con Carlos en la distancia
Entre Darío Fo y Carlos Victoria: el homenaje como respiro.
por EMILIO ICHIKAWA MORíN, Nueva York
 

He conocido a mucha gente en Miami. Gente buena y gente "ya tú sabes". Uno le entra a esto con bastante espontaneidad, un poco "naifmente", olvidando que los líos de convivencia sobrepasan cualquier solidaridad política. La solidaridad es un nexo exterior  y no deben sustentarse en ella ni el amor ni la amistad. Uno es solidario, por ejemplo, con quien tiene parecidas ideas políticas, con quien comparte una geografía, una raza, una nación, cualquier ficción o afición. Pero eso no basta para sostener una simpatía de interior, "de gandinga".

C. Victoria
Carlos Victoria.

De modo que la "amistad" que se muestra en los espacios públicos entre personas que se califican como castristas, es tan ilusoria como esa camaradería que se piensa encontrar entre no-castristas o anti-castristas. Criticar a Castro en Miami es una experiencia y es, también, algo más que una pasión: es un trabajo; de modo que quien se incorpora a la faena, respecto a quienes venían haciéndola, representa "la competencia", además del correligionario.

Nunca he conocido a tanta gente como en Miami. Y jamás me he peleado de forma tan rencorosa, sin chance para la reconciliación accidental en una guagua, un cine o una calle. La semana pasada una amiga acabó por desenterrar del archivo lingüístico una vieja frase, ya en desuso, con un énfasis que el renacimiento acabará por inmortalizar: "¡¡¡Qué jiña (giña) le tengo!!!". Así se ama y se odia en Miami: ¡Con jiña!

Cada fin de año, en esas mañanas relajadas donde se fragua la fiesta de la noche (es decir, en tiempos como estos), suelo entretenerme pasando direcciones y teléfonos de la agenda vieja a un cuaderno nuevo. ¡Cuánto dato inútil!, ¡cuánta información desechada! Acabo transcribiendo un 7% de los nombres que tenía a mano; ilusiones perdidas, pasiones apagadas, emails bloqueados…

Un nombre con consistencia

Sin embargo, desde el primer día en que empecé a escribir hay un nombre selecto que brilla por su presencia en todas las mudadas. Un nombre con "consistencia" ("consistency", palabra de moda gracias a la yunta Bush-Kerry), que no cambia, firme ahí en su convicción: Carlos Victoria.

No soy, lo que se dice "un su amigo", como rumoraba Juan Ramón Jiménez. No frecuento su vida, ni somos vecinos (nuestros teléfonos, a pesar de compartir el código "305", exigen marcar el "1" de la distancia para entrar en contacto), ni conozco su tiempo, ni es mi jefe ni mi subordinado; pero hemos sido cómplices ocasionales y conversado sobre Shakespeare y algunos de sus trabajos de amor perdidos. Así que puedo hablar con cierta templanza y compromiso sobre el asunto; del asunto Carlos, quiero decir.

Carlos Victoria es un escritor. Pertenece a la llamada "generación Mariel" (no digo "mal llamada" porque es un tópico, lo es incluso decir "llamada" a secas), un grupo muy coherente en su programa literario y político. Entre todos los que lo hacen hoy, Carlos Victoria es a quien prefiero en esa ardua tarea que significa ejercer recuerdo sobre Reinaldo Arenas.

Su obra literaria, en calidad y extensión, es de las más sobresalientes en el panorama de las letras hispánicas. Es prolífico, sin dejar de ser profundo. Su trabajo ha sido traducido a varias lenguas. Su escritura es auténtica, no hay trampas ni pasajes biográficos inventados como se han apresurado a certificar algunos de nuestros escritores, a quienes el mercado exige, por lo menos, una pizquita de carisma. Carlos es intenso, y así es su obra. Yo supongo que se sitúa en el mismo nivel de dureza que Pedro Juan Gutiérrez; uno muestra la podredumbre del cuerpo, el otro, preferentemente, la descomposición del alma.

En una reciente entrevista con el editor y bibliófilo Juan Manuel Salvat, donde le comenté la idea titular de Carlos Barral acerca de que "lo peor no son los autores", terminó afirmando: "Carlos Victoria es de los mejores".

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