www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 2/2
 
'La Habana Elegante', otro triunfo del objeto
Un número especial en papel con motivo del V aniversario de la edición electrónica de la revista.
por MANUEL SOSA, Atlanta
 

Asimismo, la oficialidad cultural en la Isla no puede, por naturaleza, dar cabida a criterios atípicos o que se aparten de su inclemente e inflexible canon. Ciertas aproximaciones sobre cultura e historia, ya vengan de Rafael Rojas, Emilio Ichikawa, Antonio José Ponte y otros, son de antemano difamatorias del modus que hace interactuar a la Cultura Profesa con el Estado, en concubinato de sábanas tibias.

Tuvo que exiliarse parte de lo que fue contracultura para buscar una plaza que no tuviese alambradas. Y por mucho que conceda esa élite isleña, siempre les va a faltar la "naturalidad" que admite incluso el riesgo de ir demasiado lejos. Por mucha irreverencia que pretendan insuflar a sus Jiribillas, les va a faltar la impiedad de Enrisco, la truculencia de Ramón Fernández Larrea, la lengua mordaz de Fermín Gabor. A la hinchada y solemne retórica de sus muchas hornadas poéticas, a su desconcierto y prestancia a orientarse adonde soplen las brisas convenientes, les faltará el nevermind de los que escriben versos irremediables, sin saber cuál destino tendrán.

Ejercicio plural de la nostalgia

La Habana Elegante, ejercicio plural de la nostalgia, que hace de Julián del Casal y la ubicua Villa sus puntos aunadores, se sigue tejiendo en la añoranza de lo que fue escribir y vivir en una ciudad, en un país. De lo que pudiera haber sido y lo que aún se traza en ambos reinos: la figura de nuestro modernista mayor, su trascendencia aún por delimitar; el dibujo a veces impredecible de calles y atajos, con su arquitectura huidiza al marco que pudiera expresarla.

No siendo inefable, como ocurre a todo hecho que se alumbra y depende de la complicidad que es un ordenador (máquina insumisa, demasiado impersonal para el que pretende ordenar otro tipo de ecuaciones), pretende describirnos y contarnos los modos en que somos redimibles, las aristas de esos modos. Como generalidad, lo logra mezclando lo evidente con lo acechante, la tradición con lo que empezamos a adquirir y no habíamos previsto.

Su diseño es atractivo (tiene que ser esa la palabra) y si empleáramos jergas de reseñador, diríamos que es una página "page turner", con redundancia y todo, pespunteada con motivos gráficos hechos con la ingenuidad de un escolar maldito.

La edición impresa trae las secciones habituales, salvo las que su condición de sitio web facilita con mejor sentido, y por ellas desfilan quienes con mayor recurrencia han colaborado a través del pasado lustro, lo cual deviene en una especie de recompensa, justa al fin pero a la vez representativa de la variedad y el balance que siempre se ha pretendido alcanzar en la edición digital. Esta representatividad es vital para su revista, y Morán deberá gastarse más en su gestión como editor para que en un futuro no pueda reprochársele ese clásico achaque de todo selector: no ver más allá de su propio horizonte.

Por suerte, Morán ha ido a casi todas las aguas, y de ellas ha traído buenas prendas: autores desde la Isla, fuera de la Isla, Ovidios en tierra propia, clásicos e inéditos, el morral goteante sobre el muelle.

Salir del acorde y la tradición

Ya como objeto, La Habana Elegante funciona desde su unicidad y demuestra que el peso mayor de sus colaboradores calan el hecho literario desde perspectivas únicas, ajenas al sopor del concierto que embelesa al país. Poemas, ensayos, artículos, cuentos salvados de lo que pudo ser un mapa de retóricas, si la habitual senda no pudiese ser despreciada. Algunas de estas voces resaltan por lo peculiar de su registro, hacen aparte para salirse del acorde y la tradición, ya sea en poesía o ensayo.

Este número brinda homenajes a Celia Cruz y Ángel Escobar. Celia Cruz flotando aún en el aire, Ángel Escobar sangrando sobre el pavimento. Que sean ellos los escogidos pudiera ser un hecho fortuito, pero nos sirven igual para detenernos a mirar las estelas que dejaron sus carencias y sus dolores en nombre de otros que nos fueron arrebatados, negados, ocultados. Nos sirven para reexaminar nuestro destino como pueblo, como intención no siempre cuajada en lo real. Siempre, en nombre de alguien o de algo, nos han empujado al límite, a veces a lo innatural; y de ello hemos tenido que hacer nuestras propias ficciones, para bien y mal de lo que es "Ser Cubano".

Este libro invierte el orden usual que acostumbramos a concebir: la página escrita trasladada a la página digital. Ahora se materializa lo que pudo ser un número más en el ciberespacio, y se concretiza en un volumen que será algún día afán de coleccionistas. En su reciente presentación en la Feria del Libro de Miami, un peculiar intercambio se estableció entre el público asistente y los presentadores: los poetas Germán Guerra, Orlando González Esteva y Félix Lizárraga.

Aparte de una interesante disquisición sobre poesía, cultura cubana y el hecho digital en sí, varias nociones despertaron tácita aprobación: ningún proyecto cultural viene sin esfuerzo; la poesía sigue siendo un misterio inapresable; todos somos un país ambulante, llevamos sus fragmentos por doquier, dígase Miami, Madrid, Estocolmo.

El mismo Germán Guerra, colaborador cercano de la revista, nos reveló claves para asir una parte de lo que La Habana Elegante condiciona, el mecanismo terrenal que le hacen ser, además de un afán y un gozo, una carga y un desvelo. Si bien es difícil apresar un símbolo, venga como revista o umbral rutilante, más difícil es mantenerle a buen recaudo. Vaya pues una palmada cómplice al hombro de Francisco Morán, para cuando dejemos de creernos infalibles, para cuando no necesitemos dar tantas explicaciones.

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