www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 3/3
 
Carpentier: exemple et antiexemple
En el centenario del escritor que contribuyera a inaugurar la mayoría de edad de la literatura latinoamericana.
por JOSé PRATS SARIOL, México D. F.
 

Consagraciones

Paradojas, lo indubitable es que estamos ante uno de los escasos escritores capaces de enorgullecer cualquier literatura. No por gusto Carlos Fuentes —permanente crítico de la dictadura cubana— en La novela hispanoamericana reconoce: "las novelas de Carpentier pertenecen, de pleno derecho, al movimiento universal de la narrativa. Movimiento de renovación que sustituye la convención crucial, personajes-argumento (similar al cruce vertical-horizontal de melodía y armonía en la música) por una fusión en la que personajes e intriga desalojan el centro para convertirse en resistencias a un lenguaje que se desarrolla, a partir de sí mismo, en todas las direcciones de lo real".

El talentoso escritor mexicano —autor también de una novela sobre el poder absoluto: Terra nostra— llega a afirmar que "Carpentier es el primer novelista en lengua española que intuye esa radicalización y su corolario: todo lenguaje supone una representación, pero el lenguaje de la literatura es una representación que se representa (…) Como en Cervantes, en Carpentier la palabra es fundación del artificio: exigencia, desafío frente al lector que quisiera adormecerse con la fácil seguridad de que lee la realidad; exigencia, desafío que obliga al lector a penetrar los niveles de lo real que la realidad cotidiana le niega o vela".

Y no exagera, aunque haya sido delirio o frenesí el consejo de Roberto González Echevarría a Harold Bloom, pues Carpentier comparte con otros grandes escritores latinoamericanos la primacía en el siglo pasado, como Jorge Luis Borges o dos tocayos que escandalosamente no aparecen en El canon occidental (1995), nada menos que Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti…

Ni siquiera podría considerarse el autor magistral de Cuba —donde el canon aún no se ha estudiado con rigor—, ya que al lado del eros cognoscente de la poesía de Lezama —trasuntado también a su novela inconclusa (Paradiso-Oppiano Licario) y a sus ensayos—, a veces Carpentier queda como ornamentación gótica, superficial palabrería, baste leer La consagración de la primavera, esforzarnos en llegar a su última parrafada.

Equívocos y exageraciones a un lado, malos pasos y polémicas exógenas a otro, los primeros 100 de Carpentier representan una alegría y un desafío para los escritores que llegamos después. Sentirnos herederos de su profesionalismo —como estudiara Alexis Márquez— establece una curiosa relación agónica, es decir, una fraterna competencia. No creo que haya narrador de habla hispana contemporáneo que deje de reconocerlo, de establecer su Conciertobarroco o no— bajo la mágica y maravillosa batuta que nos legara. Minimizar los logros de su escritura por razones políticas sería una mezquindad imperdonable, un acto de barbarie similar al que comete Castro con los escritores disidentes.

En sus palabras cuando le otorgaran el Premio Cervantes, al referirse a la supuesta crisis de la novela, Carpentier especifica que se trataba de la "crisis de una determinada novelística". Quizás hoy estemos ante un mismo fenómeno. En tal caso, releer El acoso o El reino de este mundo introduce un excelente antídoto, favorece las variaciones locales y universales, reabre zonas al parecer agotadas tras el boom y el mal llamado postboom.

Conmemorar este cumpleaños nos alienta, nos da ánimo. Navegamos con su Colón —El arpa y la sombra— con similar temperamento, aunque sin mandato filotiránico, bajo el signo que nuestro tan versátil —en todas las acepciones— Alejo Carpentier contribuyera decisivamente a inaugurar: la mayoría de edad de la narrativa latinoamericana.

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