www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
   
 
La obsesión perenne
Gertrudis Rivalta se enfrenta a los demonios de la Historia en la exposición 'Fnimaniev!!', que permanecerá abierta durante el mes de noviembre en la Galería Aural de Alicante.
por SUSET SáNCHEZ, Madrid
 

Gertrudis Rivalta vuelve a la carga, la suya es una pelea contra los demonios de la Historia. Hasta finales de noviembre permanecerá abierta la exposición Fnimaniev!!, que reúne pinturas, dibujos y un vídeo de la artista en la galería Aural de Alicante.

Quinceañera
Quinceañera con Kremlin.

La muestra ratifica la pertenencia de esta artista a un conjunto de promociones que emergen en la Isla desde principios de los años noventa, y cuyos discursos, en muchos casos, portan una voluntad neohistoricista que se enfrenta críticamente a múltiples enfoques legitimados de la Historia y la Historia del Arte.

Series anteriores de Rivalta paneaban la iconografía del fotógrafo Walker Evans para recontextualizar y reinterpretar la visión y representación del negro como sujeto social en el arte cubano.

Precisamente, la discriminación y la existencia supuestamente solapada de expresiones de marginación racial en la sociedad cubana contemporánea, es una de las problemáticas históricas que más interesan a esta creadora como objeto de estudio. Desde su reconocimiento, Rivalta pretende activar una reflexión abierta y contundente sobre las laceraciones que ese lastre deja en el modelo de un proyecto social que trata de ignorar la existencia de males ancestrales como el racismo.

En esta ocasión, la artista insiste en analizar el repertorio de motivos visuales que en décadas recientes han sublimado las líneas de un modelo oficial popularizado, la imagen del "deber ser" de los sujetos sociales integrados al proceso de transformación social revolucionario.

Como lúcidamente apunta el crítico Kevin Power en el catálogo a la exposición, "Rivalta ha concentrado su atención en la situación de la mujer cubana en los años sesenta y principio de los setenta, es decir, dentro del marco eufórico de la revolución. Esta situación de la mujer cubana sirve de índice para un fenómeno sociológico más amplio. Las imágenes de Rivalta revelan las pautas de comportamiento que caracterizaron aquellos tiempos y que construirían los principios sobre los que se basa la sociedad cubana y, en buena medida, muchos de los cambios que han tenido lugar en el terreno socioeconómico".

Paradójicamente, esos paradigmas institucionalizados y mitificados desde el Poder, sospechosamente traducen con insistencia las marcas de una conciencia discriminatoria hacia la imagen del negro, atada desde el momento colonial a una suerte de epopeya de blanqueamiento que tuvo sus inicios en la misma plantación y en el dilema sexual de la dominación entre esclavista y esclavo.

Discurso de género

Al respecto, basta un repaso al entramado de conductas cosméticas habituales de muchas mujeres en Cuba, para comprobar la asunción subconsciente de tantos estereotipos instrumentados por la presión social del modelo del Otro.

En ese sentido, una deliciosa anécdota de Rivalta es tomada por Power en su texto para referir el absurdo de la moda del uso de lazos —importados de la Unión Soviética— en el trópico, por las niñas cubanas durante decenas de años, aunque ello significara para las madres poco menos que una encarnizada batalla en las tiendas para su obtención, o pactar con el tráfico de las rusas. Elementos tan cotidianos y por comunes apenas imperceptibles, constituyen la sumatoria de miles de detalles sobre los que pende el filo del estigma de la mirada del Otro.

Posiblemente sea la obra de Gertrudis Rivalta uno de los pilares de los discursos de género en el arte cubano contemporáneo, que analizan la imagen y los roles de la mujer en una sociedad donde el sujeto femenino ha estado en el centro del planteamiento de reivindicaciones del proceso revolucionario.

Justamente dentro de las transformaciones concebidas por el proyecto social posterior a 1959, el protagonismo de la mujer en diversas esferas de la vida nacional ha encarnado una de las grandes utopías cubanas. La misma ha tenido que sufrir una de sus embestidas mayores, precisamente en la década de los noventa, al desatarse la opción de la prostitución como una alternativa femenina —incluso familiar— ante la grave crisis económica del país.

No en balde, se ha potenciado la representación de la mujer como objeto sexual, y especialmente se ha reactivado la imagen de la mujer negra o la mulata como fetiche y mito erótico.

La poética de Gertrudis Rivalta se caracteriza por un compromiso con la indagación sociológica y por dejar testimonio de cómo vive una época. No ha de extrañar que muchas de sus obras partan de situaciones particulares de su existencia para adentrarse en un análisis que metaforiza los síntomas de las experiencias colectivas de una sociedad como la cubana. De ahí que el gesto creativo en Rivalta posea un marcado posicionamiento ético que le lleva a observar con ojo atento fenómenos que oscilan entre los extensos registros de la cultura popular y los contextos intelectuales de producción de sentido.

En ese palimpsesto de referencias, obras canonizadas por la Historia del Arte, consignas revolucionarias masificadas —como "Los Diez Millones van"—, los agudos y viscerales estribillos de las canciones de la orquesta Los Van Van…, encuentra la artista cientos de elementos para revisar, cuestionar, o simplemente sacar del olvido y del mutismo a que han sido condenados por los que siempre escriben las historias en mayúsculas y en tonos épicos.

Los modelos y el poder

Aunque lógicamente el discurso de Rivalta no puede limitarse a una comprensión del universo femenino, es necesariamente el vehículo desde el cual esta artista enfrenta las presuposiciones historicistas del Poder. Al tiempo que se desprende del maniqueísmo con que una buena parte de la creación visual de las mujeres contemporáneas se aferra a los enclaves de un feminismo radical que poco aporta al reconocimiento real de los problemas que subsisten en las sociedades falocéntricas de hoy.

Asumir una crítica de los discursos de género desde la perspectiva de la experiencia privada y los ecos de un colectivo, conduce a la artista a la sinceridad de motivar la reflexión desde el supuesto de ser mujer, mulata y cubana, y por ende, no ser ajena a las circunstancias en las que se ha fomentado un modelo de "mujer nueva" en la Isla.

Una de las obras que conforman la exposición es un autorretrato de la artista portando un cartel que reza: "Frida, tu dolor ya no tiene más valor porque el mercado no lo comprende". En esta pieza, Rivalta aporta otro dato sobre la incomprensión de la función del arte y la manipulación que discursos originariamente transgresores y críticos ante el establishment sufren bajo el prisma de la mitificación, ya sea política o comercial.

Mientras que en Quinceañera con Kremlin, un retrato de su hermana ataviada con los usuales vestidos anacrónicos que suelen usar las jóvenes para festejar la ocasión, se resumen las ambivalencias de algunas costumbres arraigadas popularmente en medio de un contexto sociopolítico como el cubano.

La joven como princesa, como personaje emergido de un cuento de hadas, con una indumentaria absurda para las temperaturas caribeñas, que más que resaltar la belleza de las cumpleañeras convierten el acontecimiento en un calvario de transpiraciones. Un acto lleno de poses y frivolidad, gestos que contagian a familias enteras y desangran sus perentorias economías, en múltiples ocasiones por el mero hecho de seguir un ritual proveniente del antiguo universo de la sacarocracia y la burguesía criolla cuyo gusto se perfiló durante el período neocolonial a partir del paradigma norteamericano.

Y en el caso de una quinceañera mulata o negra, ingenuamente se recompone el viejo mito del blanqueamiento racial a partir de la imitación de las costumbres de los blancos, eternas Cecilias encadenadas a la aspiración de un futuro prominente.

Gertrudis Rivalta, sin embargo, no se erige como censora absoluta de los hechos que su particular narración histórica acumula como rasero del tiempo reciente, pues de hacerlo reactivaría la metodología excluyente y discriminatoria con la que opera la otra Historia. Como buena cronista relativista, prefiere sólo llamar la atención, aunque tenga que dar un grito en ruso, sobre las contradicciones de la vida cotidiana frente al discurso modélico de una nación matizada por la corrección de un paradigma político.

Costumbres como las que implican las fiestas de quince, o desrizar el pelo, o asumir miméticamente los patrones de culturas diametralmente opuestas, como la rusa, más que modas o simples gustos, pueden traducir el guiño burlesco a una norma social que pretende fingirse igualitaria; y el seguir caminando hacia delante con la vista puesta en el pasado.

El papel de la censura

Un aparte en la exposición merece el vídeo homenaje realizado por la artista a partir del montaje y la edición de fragmentos memorables de documentales vetados. Censurcuba, más allá de la solemnidad que pudiese implicar un homenaje, se regodea en la irónica estrategia de exacerbar el mito de lo prohibido, que en esta ocasión queda explícita en el propio título de la pieza, afín a tantos eslóganes que hacen de Cuba motivo infinito para marcas.

La posibilidad de ver momentos de piezas como Soy Cuba (Mikheil Kalatozishvili, 1964) y Coffee Arabiga (Nicolás Guillén Landrián, 1968), junto a segmentos de dibujos animados rusos, convierten el vídeo en un compendio de imágenes entrelazadas con la memoria y la vida de muchos cubanos en casi medio siglo.

Tanto en los lienzos como en el vídeo, Rivalta se convierte en una caníbal de la cultura y la historia para legarnos la duda sobre una realidad cada día más híbrida y plagada de contradicciones que devienen la misma trampa que se ha puesto el dogmatismo del Poder. Ante ello Rivalta exclama: Fnimaniev!!

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