www.cubaencuentro.com Jueves, 27 de enero de 2005

 
   
 
Sontag, Carpentier y la moneda del castrismo
El precio de tomar partido: De la escritora 'maldita' al genial comodín de prestigio.
por ORIOL PUERTAS, La Habana
 

Una escueta nota en el diario Juventud Rebelde anunció a los cubanos la muerte de Susan Sontag, la gran escritora norteamericana. Para muchos pasó absolutamente inadvertida. Sólo algunos lectores empecinados o medianamente informados supieron de quién se trataba.

S. Sontag
Susan Sontag, otra voz discordante silenciada por Castro.

Y en efecto, se trataba de una acérrima crítica del comportamiento hipócrita de algunos intelectuales denominados "de izquierda" en torno al caso cubano. Mucho se comentó su cuestionamiento directo al Nobel colombiano Gabriel García Márquez, un paradigma de ese reprobable proceder, a raíz del injusto encarcelamiento por parte de las autoridades castristas de 75 opositores y periodistas independientes en marzo de 2003.

Los medios de comunicación que circulan dentro de la Isla mantuvieron un férreo silencio sobre la actitud de Sontag. Curiosamente no llegaron a satanizarla públicamente, según acostumbran. Tampoco lo hizo Fidel Castro, acaso acostumbrado a esas andanadas provenientes de quienes viven en libertad y saben usar esa negada condición de humanos libres, sin amos.

Es que Susan Sontag representa todo lo que Castro odia y ha enseñado/obligado a odiar en un intelectual, en estos casi cincuenta años de oportunismo totalitario. Como también odia y ha obligado a sus seguidores a odiar a Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, Czeslaw Milosz, Milán Kundera, Octavio Paz, Joseph Brodsky, Reinaldo Arenas, Hanna Arendt, Rafael Rojas y un larguísimo etcétera, escritores cuyos libros no pueden ser publicados en Cuba sencillamente porque pesa sobre ellos el estigma de los prohibidos.

Ellos, los que todavía viven y escriben, no dejan de expresar sus ideas, a pesar de que el clima político y mediático les sea adverso y retornen sobre sus nombres las injurias que suelen proferir los sempiternos voceros del anciano caudillo en cualquier tribuna del mundo. Con sus defectos y retrocesos, humanos al fin, adquirieron un compromiso en defensa de esos otros oprimidos que la historia, tristemente, margina y que no eran precisamente víctimas del nazismo condenado por unanimidad, sino del estalinismo (ayer) y el castrismo (hoy).

El reverso de la moneda

En el otro extremo de estos espacios cerrados al debate se halla la figura enorme de quien es considerado el más grande escritor cubano del siglo XX, y cuyo centenario acaba de celebrarse en medio de muy burdas manipulaciones políticas por parte de la oficialidad castrista: Alejo Carpentier.

Su nombre significa mucho para las letras cubanas. Significó mucho también para la proyección cultural de Fidel Castro en la escena mundial. Carpentier detentó cargos diplomáticos. Fue utilizado, manipulado en vida, y no podemos asegurar que no se sintiera a gusto con esas maniobras.

Cuando han transcurrido casi 25 años de su muerte, habrá que decir que Carpentier no hizo nada por desligarse del verdugo en favor de la víctima, y el gran consuelo que nos queda a sus lectores de siempre es que en su monumental obra novelística no aparece la sombra de una loa vana a un proyecto social marcado por el afán de poder personal de un ambicioso Comandante y el terror del totalitarismo.

Más bien Carpentier rehuyó ciertos compromisos y presencias, puede decirse que desagradables para él. Antes de 1959 viajó mucho, era un cosmopolita redomado que tenía a París por centro. Después de la toma del poder por Fidel Castro continuó viajando, evocando a una Habana de ensueños que ya no existía más que en su imaginación y retomando sus viejas costumbres de viandante parisino, ahora como agregado cultural de una nación gobernada por guerrilleros respondones.

Hay pocos rastros —o sus editores y albaceas se han encargado de omitirlos cuidadosamente— sobre sus valoraciones o toma de partido en torno a los sucesos más candentes de la represión contra intelectuales cubanos en los años sesenta y setenta: las UMAP, el caso Padilla y las regulaciones emanadas del Congreso de Educación y Cultura de 1971, entre ellas la ya pública marginación de homosexuales.

Carpentier era un hombre nacido en libertad, venía de ella, y por todas las vías posibles trató de conservarla para sí después de 1959. Sólo que a partir de entonces, esa libertad adquirió una dimensión demasiado tacaña y personal al no querer para sí lo que deseaba para todo el pueblo cubano.

El centenario del autor de El siglo de las luces, celebrado a finales de diciembre pasado con actos oficiales y discursos de desgastada palabrería contra "el Imperio", es una invitación a la relectura de sus grandes obras. Hagámosla al margen de tantos desaciertos políticos, los del escritor manipulado y los de sus manipuladores, siempre a la caza de un comodín con prestigio. El prestigio que ya ellos de ninguna forma pueden agenciarse.

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