www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de marzo de 2005

 
  Parte 1/2
 
Un genio a contracorriente
Arturo 'Chico' O'Farrill: El hombre que demostró que el jazz latino no era una simple anécdota.
por ORIOL PUERTAS, La Habana
 

Anclado desde muy joven en la riqueza mítica de la música afrocubana, muy lejos estaba Arturo Chico O'Farrill de imaginar que su salida de la Isla, en 1948, sería prácticamente definitiva. El propio Chico se declaraba disgustado por la falta de atención, tanto del público como de la comunidad cultural habanera de los cuarenta: "Me acusaban de destruir la tradición musical cubana", dijo en una entrevista.

O'Farril
'Chico' O'Farrill: entre los 100 cubanos prohibidos en la Isla.

Para ese entonces, Chico lideraba un quinteto denominado The Beboppers, que tenía su espacio en una de las terrazas del Hotel Saratoga. Pocos repararon entonces —refieren algunos especialistas— que se trataba de la mejor agrupación de bebop que haya conocido la mayor de las Antillas. Su plantel no era demasiado complejo: piano —en él alternaban Mario Romeu y René Urbino, dos monstruos escasamente conocidos hoy; el segundo ni siquiera aparece en el Diccionario de la Música Cubana, de Helio Orovio (el único publicado en la Isla)—, drums, contrabajo y saxos alto y tenor, además de la trompeta ocasional de Chico, quien además escribía las partituras.

Era un genio. Un genio a contracorriente. Provenía de una familia burguesa, desconectada en lo absoluto de los ritmos preferidos por Chico. Hoy, a casi cuatro años de su muerte, ocurrida en un hospital neoyorquino en junio de 2001, continúa siendo venerado por varias generaciones de músicos del mundo y un perfecto desconocido en su tierra natal, cuyo régimen político excluyente y discriminador lo borró de emisoras y catálogos discográficos durante más de cuarenta años.

Uno de los más recientes ejercicios de memoria a favor de su legado imperecedero para nuestra historia musical llega de la mano de Luc Delannoy, historiador y crítico especializado en jazz y radicado en Nueva York. Es el autor de ¡Caliente!, una historia del jazz latino, publicado en español en 2001 por el Fondo de Cultura Económica, de México, por cuyas páginas desfila una inmensa galería de excelentes instrumentistas nacidos en Cuba, como hasta ahora no lo ha hecho ningún homólogo suyo dentro de la Isla.

Quizás el mejor proyecto en este sentido hayan sido los dos volúmenes de Descarga cubana (2000 y 2002), que Leonardo Acosta configuró como esbozo histórico del jazz en la Isla, ensombrecido por las omisiones y evidentes limitaciones de búsqueda e investigación, especialmente en el complejo y diverso territorio de la influencia cubana en el universo jazzístico mundial, sobre todo en Estados Unidos. Los cubanos ávidos de empresas más abarcadoras, que salten las múltiples barreras impuestas casi siempre desde lo político en los estudios culturológicos, tendremos que seguir esperando.

Su instrumento: la orquesta

Al llegar a Nueva York en 1948 y grabar su famosa Afro Cuban Jazz Suite dos años más tarde, comenzó la rutilante carrera de Chico dentro del complejo sonoro jazzístico norteamericano. Ya no pararía hasta ser considerado con total propiedad como uno de los padres del latin jazz. Su encuentro con Machito y los Afrocubans, del cual sería parte esencial ese genio llamado Charlie Parker, puede ser catalogado justamente como un suceso a la altura del protagonizado por Dizzy Gillespie, Mario Bauzá y el mítico tamborero Chano Pozo.

Son seis nombres sagrados para la geografía musical del jazz, más allá de las fronteras de lo latino. Todos actuando e interactuando entre sí, como corresponde a un ambiente de pluralidad, a partir de formaciones, talantes y vocaciones disímiles en franca y continua retroalimentación. De todos ellos, fue Chico el de más larga vida —al morir estaba a punto de cumplir las ocho décadas— y medio mundo pudo verlo en activo gracias al filme Calle 54, del español Fernando Trueba. Como hizo durante toda su existencia, allí se aprecia a Chico dirigiendo una gran orquesta, encauzando las múltiples inquietudes que comenzaron a asaltarle desde pequeño, cuando debía esconder su trompeta en el jardín para no ser descubierto por sus padres.

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