www.cubaencuentro.com Lunes, 28 de marzo de 2005

 
   
 
Réquiem por una baladista
Martha Strada: Una artista que vio cercenada su carrera profesional cuando estaba en pleno apogeo.
por JOSé SOROA, Miami
 

En la madrugada del 1 de marzo de 2005, en un hospital de la ciudad de Miami, falleció de un infarto la baladista cubana Martha Strada. A mediados de los sesenta, La Strada irrumpió exitosamente en el ambiente musical de la Isla: radio, televisión, teatro, cabaret. Su estilo de cantar era diferente, su manera de proyectarse en el escenario, original y rebelde. La Strada solía vestirse de negro y en muchas ocasiones se presentaba con lentes oscuros en sus actuaciones, como una Martirio precoz.

M. Strada
Martha Strada. (EL PAÍS)

Aún recuerdo una de sus más entrañables presentaciones en el Teatro Amadeo Roldán de Calzada y D, acompañada por la Orquesta Cubana de Música Moderna. La baladista salió al escenario luciendo un vestido negro de mangas largas y alto cuello. El pelo azabache cortado al estilo medieval sobre el rostro resaltaba la brillante palidez de su perfil aguileño y sus inmensos ojos negros.

Martha Strada hizo gala en todo momento de su voz ronca y desgarrada, afirmando la singularidad de su estilo en cada interpretación. Con el mismo ingenio que un escultor, La Strada modelaba el espacio a su alrededor desencadenando la carga emotiva de sus níveas manos en una metamorfosis expresiva.

Cuando comenzó a cantar Non pensare a me, en italiano: sus manos asemejaban un vuelo de lágrimas. En su ambular por el proscenio, se percibían los estados anímicos de la canción. La baladista, dramáticamente, ascendía de la gravedad a la dulzura en una casi imperceptible gradación llena de música, actuación y poesía. Sus miradas parecían enviar mensajes al vacío. Para La Strada, resultaban estrechos los pentagramas e insuficientes los textos de las canciones. Martha sobredimensionaba la canción, creaba palabras con sus gestos, descubría ternuras inéditas en las baladas.

Con canciones como Abrázame fuerte, Días como hoy, Viento, Amor, perdóname y otras, Martha Strada alcanzó el pináculo de la fama en Cuba sin el apoyo oficialista con que contaron otros. Por su negativa a convertirse en miliciana, fue desterrada de todos los medios de comunicación de la capital y obligada a actuar en los pueblos más apartados de la Isla como castigo.

Una estrella cercenada

Un empresario del teatro Olympia, de París, quiso contratar a Martha Strada en La Habana, y el gobierno rechazó la oferta alegando indisciplinas de la cantante. Cuando Los romanos eran así, una de las más famosas y grandes producciones de la historia de Tropicana, de la cual Martha era la estrella principal, fue requerida por un productor canadiense para una gira mundial. El gobierno aceptó el ofrecimiento, pero sin La Strada en el elenco. Por supuesto, el productor se negó rotundamente: "Si no va Martha Strada, no hay contrato".

La Strada pudo haber sido una cubana más en las pléyades del arte mundial, una gran estrella de la estirpe de Edith Piaf, Juliette Greco o Nati Mistral. Y debido a la ferocidad política de los dirigentes castristas, esta gran artista cubana vio cercenada su carrera cuando estaba en pleno apogeo.

En su conmovedora autobiografía Antes que anochezca, el escritor cubano Reinaldo Arenas la señala como la estrella de moda en La Habana, a finales de los sesenta. También en el primer cuento de Viaje a La Habana la toma reiteradamente como referencia. Alejo Carpentier, ese otro grande de las letras cubanas, la elogió y la comparó con las grandes divas del existencialismo francés.

Martha Strada llegó al exilio muy tarde para el triunfo. Arribó a Miami a principios de los noventa a visitar a su hijo y a su hermana, y pidió asilo político enseguida. Debido a un accidente automovilístico en Cuba, vino con una dolencia ortopédica de la cual nunca se recuperó.

No obstante, dio varios conciertos en el antiguo Mambo Club y en el Teatro Trail, a espacio lleno. También fue invitada especial en uno de los conciertos de Meme Solís en el Dade County Auditorium de Miami, ganándose las palmas del público allí presente.

Sin embargo, Martha no disfrutó nunca de los honores que merecía por parte de un exilio, en apariencias politizado, que se manifiesta abiertamente punitivo con los artistas oficiales de la dictadura. No obstante, en el momento que debe honrar la dignidad y el valor de sus artistas, se muestra reticente.

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