www.cubaencuentro.com Lunes, 28 de marzo de 2005

 
  Parte 1/2
 
Una historia gráfica ¿interminable?
Cartelística en el cine cubano: Un libro reúne imágenes y artículos que reflejan la evolución de esta modalidad en la Isla desde 1961 a 2004.
por SUSET SáNCHEZ, Madrid
 

A finales del año 2004, la editorial El Gran Caid S.L. publicó El cartel de cine cubano. 1961-2004, suerte de recopilación de textos críticos y ensayos sobre el desarrollo gráfico paralelo al Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).

Vampiros en La Habana
Cartel de 'Vampiros en La Habana' (Eduardo Muñoz Bachs).

Esta edición bilingüe, además de aportar un bosquejo historiográfico sobre la cartelística cinematográfica producida en la Isla, ofrece un repertorio visual de casi 300 carteles testigos del esplendor y las épocas doradas de una industria lamentablemente agónica en la actualidad, debido a la carencia de recursos económicos que enfrenta el país y que tiene una de sus repercusiones más abominables en el campo de la cultura y de una de sus parcelas más costosas.

Editado por Antonio García-Rayo, el libro reúne las firmas de estudiosos de la imagen, cuyos artículos proporcionan una comprensión heterogénea de la evolución que ha experimentado esta modalidad gráfica insular.

Desde las versiones más historicistas, que ahondan en las circunstancias socioeconómicas que rodean la citada producción artística, con un análisis de la crisis de la industria fílmica cubana en la década de los noventa y, por ende, en la mengua de la serigrafía artística que ha marcado la promoción del cine y una presencia urbana y popular del mismo, de la historiadora cubana Sara Vega; hasta análisis estilísticos y tipográficos de la impronta cartelística cubana en los capítulos firmados por Raúl Equizábal, Pedro Vidal y Raquel Pelta; pasando por los testimonios más apasionados y coloquiales de los propios artistas, como es el caso de Antonio Fernández Reboiro y Alfredo Fernández Rostgaard.

Se trata de una edición de lujo que permite regodearse en los trayectos de una historia gráfica que remite paralelamente a la historia del séptimo arte en Cuba y a la realidad misma de una sociedad en la que esta producción ha contribuido a la comprensión del cubano, a sortear con ironía las barreras burocráticas institucionalizadas, y a burlarse de los estereotipos a los que hacemos culto.

Un libro que también posee la distancia propicia, aunque peligrosa, de mostrar cómo se comprende el cine cubano desde fuera de casa, cómo se pueden percibir los giros sugestivos que la iconografía de los cartelistas ha dejado como memoria visual de una obra y de millones de espectadores.

Posiblemente, amén de lo provechoso del rigor de los textos contenidos en el volumen, el segmento más delicioso para quien lo hojea, sea pasar una tras otra las cientos de páginas que reproducen algunos de los carteles más emblemáticos producidos desde la fundación del ICAIC. Algunos se reencontrarán con obras míticas de René Azcuy, Reboiro, Raúl Martínez, Julioeloy, Eduardo Muñoz Bachs; otros hallarán las imágenes de jóvenes diseñadores como Pepe Menéndez y Laura Llopiz, graduados del Instituto Superior de Diseño Gráfico —cuya relación con el ICAIC durante los noventa apunta Sara Vega, al reconocer la importancia que posee ese nexo para el desarrollo del cartel de cine, contrarrestado por la crisis económica que repercutió negativamente en las producción de la serigrafía, técnica principal usada para los carteles.

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