www.cubaencuentro.com Lunes, 28 de marzo de 2005

 
Parte 1/2
 
Más que poesía, es carne dolorida
A ochenta años de su nacimiento, la obra poética de Rolando Escardó ha caído en un injusto olvido.
por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Farmville
 

"¿Es mejor que un escritor sea olvidado antes de morir, o que muera antes de que lo olviden?". Así se interrogaba el novelista y científico Arthur Koestler, al reflexionar sobre un asunto que seguramente alguna vez a él mismo le preocupó. Su pregunta no es fácil de responder, pues alude a un problema que en muchas ocasiones no se rige por leyes lógicas. Hablo del inmerecido olvido —póstumo en unos casos, en vida en otros— que cae como una losa sobre algunos escritores y artistas.

Todo esto viene a propósito de un autor del cual hoy pocos se acuerdan, y que de no haber muerto, cumpliría este mes ochenta años: Rolando Escardó (1925-1960). Su prematura desaparición física fue lamentada como una pérdida significativa para nuestra literatura. El suplemento Lunes de Revolución le dedicó un número completo, que fue coordinado por Virgilio Piñera y Oscar Hurtado. Allí aparecen textos de José A. Baragaño, Antón Arrufat, Calvert Casey, Ambrosio Fornet, Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Pedro de Oráa y el propio Piñera. Al año siguiente de su muerte dos poemarios suyos, Libro de Rolando y Las ráfagas. Dos décadas después vio la luz la Órbita de Rolando Escardó, que preparó el recién fallecido Luis Suardíaz. Desde entonces no se le ha vuelto a editar, aunque sus poemas han sido incluidos en varias antologías. Es notorio además el desinterés crítico que hay por su obra. Que yo recuerde, sólo Virgilio López Lemus se ha ocupado de la misma en Palabras del trasfondo (1988), libro que precisamente toma su título de unos versos de Escardó.

Triste destino para la obra de un poeta cuya breve existencia constituyó, desde la infancia, la lucha agónica de un hombre aporreado por una sociedad hostil e inhumana. A pocos escritores cubanos se les puede aplicar tan cabalmente el calificativo de "artista del hambre", acuñado por Kafka. Todo eso de lo cual habló en sus poemas fue real: la miseria, las penurias económicas, los días que pasaba sin poder comer, la vida en los sórdidos cuartuchos de la Plaza del Vapor. Algunos amigos suyos han contado sobre las noches que tuvo que dormir en los bancos del Parque Central. En el prólogo al Libro de Rolando, Piñera cuenta una patética anécdota. A uno de los ensayos de su pieza La boda fue a verlo Luis Marré, acompañado de Escardó. Le dijo: "Virgilio, préstame un peso. Rolando está muerto de hambre, tiene mareos, hace días que no come". Y comenta Piñera que ante sí vio a un fantasma ambulante que apretaba unos libros bajo el brazo.

De ahí que sean tan exactas las palabras de Escardó cuando expresó: "Estos poemas son la historia de mi vida". Cuando escribe: "Hace frío, hay sed, estoy hambriento, son las 3", está hablando de un frío, una sed y un hambre que no son poéticos, sino reales. Eso confiere a su poesía la cualidad de lo auténtico, el valor desgarrado y terrible de lo que se ha vivido de modo intenso. Es imposible por eso no sentirse sobrecogido al leer versos como estos: "En esta noche todo se desploma./ Ay, yo debía haber muerto algún día/ hace ya mucho tiempo./ Si pudieras mirarme en este banco así/ sentado con mi espanto/ muerto de andar/ de preguntar/ porque es que no sé/ si estoy realmente vivo de esta muerte/ o si es que estoy viviendo entre los muertos". Esa orfandad, esa sobrecogedora desolación, estaban ausentes en la obra de sus contemporáneos. Uno de ellos, José A. Baragaño, así lo reconoció: "Escardó llevaba sobre sí la mayor carga de miseria, la mayor carga de experiencia, y lo que más nos fascinaba: una experiencia que ninguno de nosotros poseía".

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