www.cubaencuentro.com Martes, 12 de abril de 2005

 
Parte 1/2
 
Polemiza, que algo queda (II)
El supuesto plagio de un soneto provocó una encendida polémica entre el 'Diario de la Marina' y los intelectuales cubanos.
por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Farmville
 

En el sistema judicial norteamericano, muchos de los juicios federales siempre dan inicio con la frase: "El pueblo contra…". Si la polémica a la cual me voy a referir en este trabajo hubiese llegado a los tribunales, podría haberse dicho con absoluta propiedad: "El pueblo contra el Diario de la Marina". Tales fueron el carácter y las proporciones que alcanzó.

Espadas

Todo empezó con un famoso soneto, La más fermosa, escrito por Enrique Hernández Miyares (1859-1914). El poeta se inspiró en el último párrafo del discurso que Manuel Sanguily pronunció en el Senado, en marzo de 1903, cuando se discutió el Tratado de Reciprocidad. Sanguily se identifica allí con Don Quijote, quien tras ser derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, se niega a decir que su dama no es la más bella que vieran ojos humanos (episodio del bachiller Sansón Carrasco). Bajo el sinónimo cervantino de Grisóstomo, el soneto de Hernández Miyares apareció en el periódico El Mundo, el 1 de abril de ese mismo año. Cuatro días después se publicó en el Diario de la Marina una nota de Ruy Díaz (se trataba de Enrique Corzo y Príncipe) en la que se aseguraba que La más fermosa no era "de un poeta egregio de por acá", sino "de otro poeta español que lo publicó hace ya años en una colección de ciento un sonetos".

Dos días después Hernández Miyares contestó desde las páginas del diario El Mundo. Entre otros cosas, expresaba que "mala fe o mezquina venganza debe haber en esa afirmación". Y emplazaba así al autor de la nota: "No basta que usted diga, señor Ruy Díaz, que he plagiado al poeta español: pruébalo, publicando el otro soneto". La respuesta que dio el Diario de la Marina se redujo a reproducir una carta remitida por José Íñigo Romero, un periodista sevillano que se hallaba a la sazón en la Isla, quien aseguraba que La más fermosa era en realidad un plagio. Al pedírsele que aportara pruebas de lo que decía, alegó que no existían en La Habana ejemplares de las antologías Ciento y un sonetos y Sonetos sencillos, debido a que eran ediciones no venales y de tiradas muy reducidas. Sospechosamente, días después Ruy Díaz reprodujo ambos sonetos, es decir, el de Hernández Miyares y Al eterno Quijote, de Francisco Rodríguez Marín, objeto del supuesto plagio. Salvo el primer verso, los dos eran idénticos. La fuente de donde Ruy Díaz dijo haber tomado este último era… la memoria de Íñigo Romero.

Hernández Miyares volvió a escribir, esta vez en el periódico La Discusión. En su nuevo artículo expresó: "No importaría coincidir en un asunto poético; pero se me hace cuesta arriba creer que yo, que no he estado en Sevilla, ni en España; que no conozco ni por el forro su libro, haya tenido un pérfido cerebro que, por arte de encantamiento, copiar pudiera telepáticamente idénticos consonantes, la estructura de los endecasílabos, las mismas palabras".

Solidaridad de los intelectuales

Para entonces, se había hecho evidente que la acusación de plagio era una manifestación más del tradicional espíritu anticubano del Diario de la Marina. Varios escritores y periodistas cubanos se sumaron por eso a la polémica, a favor de su compatriota. José Manuel Carbonell se refirió, desde las páginas de La Discusión, al denunciante del plagio, "un hombre a quien nadie conoce en esta tierra y del cual no sería aventurado pensar que es un farsante". Y en cuanto al soneto plagiado, apuntó que "no existe más que en la perniciosa imaginación del infame acusador". Todos esos comentarios hicieron que Íñigo Romero diese por fin señales de vida. Lo hizo, faltaría más, en el Diario de la Marina, donde se limitó a aclarar que no se le conocía en La Habana "porque hemos procurado vivir retraídos, dedicados en absoluto a los asuntos particulares que aquí nos trajeron".

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