www.cubaencuentro.com Viernes, 29 de julio de 2005

 
Parte 1/2
 
La fuente viva de una etapa liminar
Una nueva edición del 'Centón Epistolario de Domingo del Monte' recupera una de las obras más singulares de nuestra literatura.
por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Nueva Jersey
 

A pesar de que se trata de un verdadero acontecimiento editorial, no conozco que haya sido recibido como tal la publicación en cuatro volúmenes del Centón Epistolario de Domingo del Monte (Biblioteca de Clásicos Cubanos, Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, La Habana, 2002). No ocurre muy a menudo que los lectores tengan a su alcance un texto agotado ya desde hacía varias décadas y que, por si fuera poco, constituye una de las obras más originales que pueden encontrarse en el panorama cultural y literario de cualquier país.

D. Del Monte

Para quienes no tengan una idea de a qué me estoy refiriendo, me parece pertinente apuntar que se trata de la recopilación de las cartas escritas a Domingo del Monte (1804-1853), quien ocupa un sitio esencial en el movimiento intelectual y literario de Cuba en el siglo XIX. Con un admirable sentido del valor que iba a tener para los investigadores del futuro, Del Monte archivó, clasificó, ordenó y encuadernó cuidadosamente la correspondencia recibida por él entre enero de 1822 y diciembre de 1845. Son cartas, tal como señala Sophie Andioc Torres en la introducción del primer volumen, del cotidiano vivir, pero que más allá de esto, "en su esencia contienen la historia de las alegrías, contradicciones, frustraciones, logros y esperanzas del mundo cultural cubano de esos años liminares".

El enorme valor que posee ese tesoro epistolar tiene que ver, entre otras razones, con la influencia que Del Monte alcanzó a tener en su tiempo. Nacido en Venezuela, llegó en 1810 a Cuba, en donde cursó estudios en el Seminario de San Carlos y la Universidad de La Habana. En 1827 emprendió un viaje por Europa y Estados Unidos, durante el cual tuvo la oportunidad de conocer a destacadas personalidades de las letras y la política. Los estudios y los viajes le ayudaron a adquirir una sólida formación cultural. Cuando regresó a la Isla en 1829 era, pese a su juventud, un humanista que dominaba el inglés, el francés, el portugués, el italiano y el latín. A partir de entonces, ejerció un magisterio que tuvo como vehículos fundamentales el periodismo y las tertulias que organizaba en su casa. Eso hizo que durante más de una década, Del Monte fuera el mentor y principal animador de la literatura cubana.

Su simpatía, su buen humor, su carácter extrovertido y su capacidad de aglutinar contribuyeron a que se convirtiese en guía y maestro de los jóvenes escritores que surgieron entre 1830 y 1840. Los recibía en su casa, les prestaba libros, les daba consejos, escuchaba sus textos, los animaba a proseguir e incluso les proponía temas. Por ejemplo, a sugerencia suya Anselmo Suárez y Romero escribió su novela antiesclavista Francisco. A su estímulo se deben también obras de José Jacinto Milanés (El conde< Alarcos), Ramón de Palma (Una pascua en San Marcos), José Antonio Echeverría (Antonelli) y Cirilo Villaverde (El espetón de oro). Gran parte de los poemas de José María Heredia están dedicados a él, y sus opiniones críticas eran las únicas que el autor del Niágara atendía. Asimismo, Del Monte ayudó a oxigenar y poner al día a nuestra literatura e hizo que los creadores de la Isla conocieran a escritores como Byron, Goethe, Jovellanos y Juan Nicasio Gallego. Por iniciativa suya se fundó la Revista Bimestre, y luchó por que se creara la Academia Cubana de Literatura. Fundó además el primer gimnasio de La Habana, en la esquina de Concordia y Virtudes, proyectó un hipódromo y dio las pautas para la edificación del Palacio Aldana. Fueron esas, entre otras, las contribuciones de Del Monte que Martí tomó en consideración cuando lo llamó "el más real y útil de los cubanos de su tiempo".

Todos esos méritos no impiden, sin embargo, que Domingo del Monte siga siendo hasta hoy una figura debatida, a causa de su compleja personalidad. Su matrimonio con Rosa Aldana, hija de uno de los hombres más ricos de la Isla, lo catapultó a los niveles más elevados de la sacarocracia cubana. Eso explica que adoptara una actitud antiesclavista que, no obstante, no llegaba a reclamar la abolición. En su vida hallamos por eso posturas que resultan contradictorias y ambivalentes. Así, si por un lado encabezó las gestiones filantrópicas para lograr la libertad del poeta negro Juan Francisco Manzano, por otro aconsejó a Suárez y Romero eliminara de Francisco "lo subversivo". Ideológicamente, se afilió a las ideas reformistas, lo cual contrasta con el modo decidido con que apoyó a José Antonio Saco en su campaña contra el anexionismo. Al enjuiciarlo en ese plano, José Lezama Lima anotó que en lo político, Del Monte "no rebasó nunca un ingenio federalismo dentro de la dominación española".

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