www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 3/3
 
La soberanía flotante de Puerto Rico
¿Es nuestra visión de la isla vecina un compendio de los peores síntomas del nacionalismo cubano?
por RAFAEL ROJAS, México D.F.
 

"Ay, yo bien conozco a tu enemigo,/ El mismo que tenemos por acá,/ Socio en la sangre y el azúcar,/ Socio asociado en sociedad:/ United States and Puerto Rico,/ Es decir New York City with San Juan,/ Manhattan y Borinquen, soga y cuello,/ Apenas nada más…/ No yes,/ No sí,/ No bien,/ No well,/ Sí mal, sí bad, sí very bad!".

Algunas ironías del poema exponen la certeza de que el vínculo cultural entre Hispanoamérica y Estados Unidos es imposible. Esta certeza se expande desde enunciados geográficos (¿cómo es posible que una isla de "cocoteros y guitarras", "luna y mar", ande "del brazo del Tío Sam") hasta enunciados lingüísticos: hablar en Puerto Rico es "masticar una jerigonza, medio española, medio slang". Sin embargo, el verso más sombrío es aquel que transfiere al cuerpo la enfermedad moral del "alma puertorriqueña", por obra del contacto infeccioso con Estados Unidos: "arde tu frente pálida, la anemia en tu mirada logra un brillo fatal". El fraternalismo se despliega un poco más adelante al insinuar el poeta cubano que dicha fiebre es causada por un desconocimiento del virus. El hermano menor no conoce al "imperialismo yanqui", aún no ha alcanzado la mayoría de edad nacional que se requiere para percibir la maldad del vecino: "ay, yo bien conozco a tu vecino, el mismo que tenemos por acá".

25 de julio: una fecha controvertida en la historia de Puerto Rico
-1898: Desembarcan las tropas norteamericanas.
-1952: Se convierte en Estado Libre Asociado con una nueva Constitución.

Mañach y la soberanía flotante

Por mucho tiempo pensé que la única reacción, en la historia intelectual cubana, contra ese firme estereotipo, había sido la de Jorge Mañach en su Teoría de la frontera. Lo sigo pensando, pero ahora no leo en el texto de Mañach una inversión del paradigma, según la cual Puerto Rico es la "aventura profética" y Cuba la "utopía náufraga". Además de una lectura mañosa, que consiste en atribuir a un republicano clásico como Mañach nociones postnacionales, esa sería una operación demasiado fácil contra la cual hay que movilizar cierta vigilancia, sino se desea prescindir de capital crítico.

En realidad lo que atrae a Mañach de Puerto Rico es el ejercicio de una idea de frontera que parte de la posibilidad del diálogo y la permeabilidad entre culturas que hacen de la vecindad una tensión. Pero si se lee bien se observará que a Mañach sutilmente le incomoda la ingravidez de la soberanía puertorriqueña y por eso concluye que la de Puerto Rico es un "alma indecisa todavía respecto a su destino; pero es un alma preocupada por él".

De manera que aún colocado frente a la mirada de alguien, como Jorge Mañach, que rechazaba ese "acento de conmiseración" con que tantos intelectuales pensaban —y piensan— el caso puertorriqueño, el desafío de Puerto Rico a la imaginación cubana podría estar relacionado con la flotación de la soberanía.

La cultura cubana, como es sabido, identifica fuertemente la "nación" y lo "nacional" con un ejercicio telúrico, gravitacional de la soberanía. Por eso, todavía hoy, cuando la diáspora cubana junta ya una ciudadanía de dos millones de personas, el gobierno de la Isla carece de una política migratoria. Como en el mito de Anteo, matriz de la imaginación criolla, el emigrante es considerado traidor porque, al abandonar el suelo, queda suspendido, no gravita y, por tanto, no paga un tributo a la tierra.

Aunque nunca llegó, Jorge Mañach es el único intelectual cubano que se acercó a entender la soberanía flotante de Puerto Rico como una situación histórica, sin síntomas de alguna patología cultural, aunque sí con los elementos de un drama: "un drama que no deja de serlo, antes más bien se agrava, por el hecho de que tantos no lo perciban, o adopten ante él una actitud resignada o frívola".

Esto nos regresa a la canción de Pablo Milanés. El "ala que no pudo volar", pero que flota en su soberanía, ha sido durante todo un siglo una entidad incomprensible para una cultura tan cercana y afín. Y si miramos esta obsesión interinsular al revés, es decir, desde Puerto Rico hacia Cuba, nos sorprenderíamos al encontrar, tal vez, demasiadas interpretaciones puertorriqueñas sobre el caso cubano que subliman un complejo de inferioridad con exaltaciones de ese vecino caribeño que sí llegó a la plenitud nacional.

Supongo que lo ideal sería emparejar un poco ese intercambio de miradas: hacer la cubana más desprejuiciada y la puertorriqueña menos idílica. Tengo la sensación de que en los próximos años veremos el abandono de dicha asimetría, no por la gestión de "ingenieros de almas" o de políticos de la cultura, sino por el inevitable aumento de la visibilidad y la comunicación entre los espacios públicos de ambas islas.

Algo de ese desencanto mutuo se percibe ya en la nueva ensayística puertorriqueña. Varios de los mejores libros del género, en los últimos años, publicados por la admirable editorial Callejón —El arte de bregar (2000) de Arcadio Díaz Quiñones, La raza cómica del sujeto en Puerto Rico (2001) de Rubén Ríos Ávila, El ciudadano insano. Ensayos bestiales sobre cultura y literatura (2002) de Juan Duchesne Winter, Nación postmortem. Ensayos sobre los tiempos de insoportable ambigüedad (2002) de Carlos Pabón, Caribe Two Ways. Cultura y migración en el Caribe insular hispánico de Yolanda Martínez San Miguel (2003)—, trasmiten una nueva visión crítica del nacionalismo puertorriqueño y de sus íntimas proyecciones de la mitología revolucionaria cubana.

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