www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 2/2
 
Mensajero de Ochún
«Soy mulato, injerto de españoles y africanos, y como decía el poeta: 'dejo que mi canto negriblanco suba'», porque los orishas negros son mensajeros de Dios', dice el artista Alberto Morgan.
por ARMANDO LóPEZ, Nueva Jersey
 

Alberto Morgan cumple 43 años de haber recibido a Ochún, de que su letra de santo revelara que tenía que consultar a los demás. Si a veces no lo hace, es por los prejuicios del llamado exilio histórico (los que vinieron antes de los años setenta) contra la santería. Frente a sus monumentales altares de porcelana coronados por girasoles (la flor de Ochún), aclara que los orishas habitaban humildes jícaras en los barracones de los esclavos, pero que al igual que las iglesias cubren sus altares de oro, los santeros también derecho a enriquecer los suyos.

Cuba en su voz

Insiste en que la Virgen de la Caridad del Cobre es Ochún para millones de cubanos, y que tanto una como la otra, son símbolos, a los que uno viste o alimenta, con tanto amor, que llegan a cargarse de energía, a trascender, a convertirse en portadores del rezo. Ahora muestra una pequeñita Virgen de la Caridad, para la que está bordando una capa blanca y oro.

"La heredé de una prima; le prometí en su lecho de muerte que la iba a cuidar. Sé que es sólo una muñeca, pero para mí es la Virgen que habita mi corazón. Y lo mismo sucede con Ochún. Dentro de esas soperas de porcelana sólo hay piedras y caracoles. ¿No frotan en China las piedras para lograr energía? ¿No las pasan sobre los enfermos para lograr curaciones? Los santeros las depositamos en soperas, y las alimentamos con sangre de animales, pollos, gallos, para devolverles su fuerza telúrica".

"Hay gente que llama a eso atraso, brujería", le comento.

"Eso es racismo —protesta Morgan—; las creencias son reflejo de uno mismo. Yo tengo un montón de ahijados americanos rubios de ojos azules, porque el poder de los orishas no cree en colores de piel, ni en buenos o malos. La religión yoruba no discrimina a nadie, en la tierra de Olofi no se nace con el pecado original, buenos y malos formamos una gran familia, no de sangre, sino de piedras y caracoles".

"Soy mulato, injerto de españoles y africanos, y como decía el poeta: 'dejo que mi canto negriblanco suba', porque los orishas negros son mensajeros de Dios, igualitico que los santos blancos. Y lo mismo que no tengo necesidad de ir a Cuba para ser cubano, igual me sucede con la iglesia. Mi casa es mi iglesia. Aquí están mis santos, aquí vienen mis ahijados, aquí rezo y cocino para mis amigos".

"En las paredes de esta casa-templo no hay un espacio vacío".

"¿Horror vacui?", pregunto. "Son regalos para mis santos —observa Morgan con ternura— y, por pobrecitos que sean, les encuentro un lugar porque irradian amor".

Miro, sobre nuestras cabezas, la insólita lámpara de la que cuelgan frutas de cristal, collares de cuentas de colores, y cuanta cosa existe. Está sobrecargada, no obedece a ningún estilo, pero es bellísima.

Ahora estoy en el Teatro Repertorio Español de Nueva York. Los tambores batás resuenan, se abre el telón. Alberto Morgan actor interpreta el Gallero, destino conductor de Ana en el Trópico: su figura patriarcal, su piel oscura, curtida por el sol y la nieve, su pelo blanco, su tímida arrogancia, se desplazan por la escena con movimientos infantiles, pareciera que el orisha niño que abre los caminos, nos devolviera a Cuba en su voz.

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