www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 1/2
 
Paseo con espejo
En el filme 'Suite Habana', de Fernando Pérez, la degeneración del entorno enmarca la degeneración de un sistema enfrascado en su atrincheramiento.
por ALEJANDRO RíOS, Miami
 

A Suite Habana, de Fernando Pérez, le está deparado el mismo destino que tuvo un documental emblemático: Koyaanisqatsi, de Godfrey Reggio, realizado en 1983. El título es una palabra de los indios Hopi que significa "vida fuera de balance".

Malecón habanero

Conocí a Reggio en Calcuta, donde es sumamente respetado. Como buen ecologista vegetariano, su espléndido documental subraya, en una orgía visual, el daño que el hombre desarrollado ha infligido a su protectora madre naturaleza.

Con Fernando Pérez compartí hace algunos años el jurado de un festival de jóvenes realizadores en Cuba. Aunque parece vegetariano, alto, enjuto, pálido, dudo que lo sea por ese hábito "malsano" de sus compatriotas de comer carne y todo lo que aparezca en la insoportable levedad de la imprevisible mesa nacional.

A diferencia de Reggio, defender el ecosistema de su entrañable país no figura dentro de sus intereses cinematográficos. Suite Habana opta por registrar, sin diálogo ni entrevistas, el desastre ecológico de la revolución en el tejido social de la Isla durante los últimos años. Un acto de amor con quienes lo padecen desde el más lacerante desamparo.

Imagino, con cierta vergüenza ajena, el dilema de mis colegas comentaristas cinematográficos de la Isla para reseñar la película como un hecho poético maldito. No se puede explicar Suite Habana sin faltar a la verdad. Las promesas ya fatigadas de 44 años se han roto, queda la resignación casi mística a un tiempo mejor que no se vislumbra. Al final, Cuba no fue la cuenca lechera del Caribe, ni exportó el llamado oro rojo (la carne de res), ni hay frutas ni pescado en la abundancia anunciada, y la ciudad parece devorada por termitas galácticas que no discriminan entre la madera y los adoquines. La diaria existencia parece una invocación de zombies criollos, y no hay salida a la desesperanza.

Fernando no ha faltado a la verdad y enfoca su honestidad prístina sobre los desposeídos, que en su geografía han tenido un cariz más dramático debido a que todos los días deben escuchar la letanía de que viven en el mejor de los mundos posibles. Y, al mismo tiempo, sufren la intromisión desenfrenada de esa retórica sin el más mínimo respeto a la intimidad. En dos ocasiones el filme muestra en un televisor el plano de manifestantes enardecidos enarbolando banderitas cubanas, mientras los personajes, en el silencio cómplice de sus hogares, resultan testigos mudos de la doble moral de cada día.

La bella Habana, la cantada y alabada ciudad, aparece antes los ojos escudriñadores del cineasta abandonada a su suerte, como si una fuerza vengadora quisiera ponerla de rodillas por su otrora soberbia y altanería.

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