www.cubaencuentro.com Martes, 30 de septiembre de 2003

 
  Parte 4/4
 
Castro el infiel
La nueva biografía de Fidel Castro, escrita por el francés Serge Raffy, reconstruye el proceso sobre cómo se forja un autócrata.
por ELIZABETH BURGOS, París
 

Cierre de un período

Resulta imposible bosquejar lo íntegro de una obra de tanta sutileza y detalles, pero conviene señalar, entre otras cualidades, el significado que tiene dar a conocer una versión despojada del aura mítica que siempre ha rodeado a la figura del caudillo caribeño dentro del panorama político francés. No fue sino hasta abril, cuando el personal de seguridad de la embajada cubana, dirigido por el propio embajador, arremetió con barras de hierro contra la pequeña manifestación organizada por Reporteros Sin Fronteras para protestar contra la ola represiva que se abatió contra periodistas independientes y disidentes, que la opinión pública francesa comenzó a abrir los ojos ante la anomalía que representa hoy el régimen de la Isla. Si en Francia actuaban así, ¿cómo será entonces en Cuba?, comenzaron a preguntarse en Francia.

Castro l'infidèle cierra un período. Es el divorcio consumado de las élites políticas francesas —de izquierda y de derecha— con el mito castrista. El idilio de más de cuarenta años de los franceses con el castrismo: uno de los más persistentes del panorama europeo. Pese a las crisis surgidas a lo largo de más de cuatro decenios, entre las cuales el Caso Padilla significó la primera gran decepción, la fidelidad al mito persistía, salvo contadas excepciones. Muchos soportaban infracciones flagrantes a principios inviolables en Europa, so pretexto de que el régimen cubano le había otorgado la "dignidad" a su pueblo: de ello se infería que el resto de los pueblos de América Latina vivían en estado de indignidad.

Siempre alerta a los cambios y a las especificidades locales, el gobierno de La Habana le otorgó un mínimo espacio al espíritu crítico de sus incondicionales franceses a condición de que lo expresaran a sotto voce, en la intimidad de la embajada. Ello tenía la ventaja de afianzar más la complicidad: el criticado consolaba al mismo tiempo al crítico por lo irrealizable de la revolución ideal. Así se mantenía una situación de afecto-dependencia.

Uno que otro se ha atrevido a emitir, públicamente, alguna crítica de orden económico; pero las mismas que se admiten en la propia isla. A lo que no se arriesgaban era a tocar el ámbito de los derechos humanos. Ese rubro quedaba cubierto con las campañas contra las dictaduras de Chile, Argentina, Uruguay, Guatemala... Jamás nadie cuestionó el intervencionismo militar cubano, ni los métodos empleados por la policía, ni las parodias de juicio. Y a los aquí militantes contra la pena de muerte, no les molestaba que en Cuba se aplicara como método de gobierno.

En cuanto a los balseros, no había de qué ofuscarse, ¿acaso no los había también que huían de Haití, Santo Domingo y Puerto Rico? Tampoco son islas muy felices que se diga. Todos los argumentos son válidos para justificar lo injustificable: hasta llegar a pretender que todas las islas del Caribe se valen o son intercambiables. De Cuba y de su historia se ignora hasta lo más elemental: la versión oficial será acatada como dogma absoluto. Cualquier texto que pretendiera dar una imagen más acorde con el contexto real del régimen cubano, se enfrentaba a los guardianes del mito, que detentaban el monopolio del tema en las gacetas más prestigiosas y leídas del país.

Castro l'infidèle marca un antes y un después. Ya nadie puede escudarse en la ignorancia o pretender ingenuamente, todavía hoy, que "la isla de nuestros sueños de juventud se volvió la isla de las pesadillas", como si esas pesadillas fuesen recientes.

Pero sería injusto adjudicar sólo a los franceses el monopolio de la ceguera en cuanto a Cuba. América Latina no se queda atrás en la materia y ello reviste una gravedad mayor, pues son víctimas de la criminalización de los derechos humanos, y valoran negativa o positivamente los crímenes, según la simpatía o antipatía que se le profese a quienes los ordenan, como lo demostró Rigoberta Menchú al acudir a La Habana para expresar su solidaridad al dictador cubano.

Cuesta admitir la indiferencia de una persona tan profundamente identificada con la cuestión étnica, ante los fusilamientos de tres jóvenes negros por el simple hecho de haber intentado huir de la Isla. Cuesta aún más admitirlo de quien se ha ganado ante la opinión pública internacional el título de paladín de los derechos humanos. Es la misma persona que ha hecho llorar a millones de personas con el testimonio de la muerte de sus padres y hermano a manos de los militares guatemaltecos. Creo necesario acotar, sin buscarles circunstancias atenuantes a esos crímenes, que fueron cometidos en Guatemala en un contexto de guerra revolucionaria, lo que no es el caso de los jóvenes fusilados en Cuba, pese a lo que afirme Fidel Castro. Solidarizarse con un gobierno criminal, le quita toda legitimidad a su acción. En el mismo caso se sitúa el otro Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel; como también el sector de las Madres de la Plaza de Mayo, cuya presidenta Eva Bonafini, es ya un esperpento lastimoso.

Es de desear que la repercusión de Castro l'infidèle se haga sentir en América Latina, donde todavía Francia goza de una influencia innegable, y cesen de continuar midiendo los derechos humanos con el doble rasero de los crímenes buenos y los crímenes malos. Que por fin se comprenda que Castro el infiel es el hombre que se interpuso en el camino, cuando Cuba andaba en la búsqueda de un cauce.

1. Inicio
2. Sueños de grandeza...
3. Las modalidades de la irrupción...
4. Cierre de un período...
   
 
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