www.cubaencuentro.com Lunes, 16 de agosto de 2004

 
  Parte 1/2
 
Guayaba dulce
Guayaba Sweet de Laura P. Alonso Gallo y Fabio Murrieta. Ed. Aduana Vieja, Cádiz, 2003. 369 pp.
por ELENA TAMARGO
 

Cuando el poeta judío alemán Paul Celan no sentía ya necesidad de justificar su origen ni su pertenencia a una cultura asesinada, al ser interrogado acerca de por qué aún seguía escribiendo en la lengua de los que habían matado a sus padres, respondió con una frase que devendría lapidaria: "porque el poeta en otra lengua miente". Celan, como otros tantos, eligió el papel del testigo sobreviviente, del que alcanza el umbral de lo indecible, pero no deja de decir.

La perfección con que los escritores de Guayaba Sweet. Literatura cubana en EE. UU. transitan de una lengua a otra, en un trabajo semejante al de la incineración, funde las tradiciones y los lenguajes y libera las posibilidades confinadas del testimonio, porque tal vez toda escritura nace como una necesidad testimonial, interrogándose sobre la naturaleza de aquello que no puede dar fe de su existencia: esa otra no lengua, que se habla sola, de la cual nace, en una perpetua renovación, el lenguaje útil de la comunicación cotidiana.

Una presencia insistente, que parece impulsar la escritura de todos estos ensayos y que aparece por diversos caminos, es la que, casi por comodidad, podemos denominar "de lo exiliar". Su secreto radica en que señala una continuidad más allá de los personajes y de los temas, como si alrededor del exilio, de cada propia interrogación, todas las preocupaciones intelectuales encontraran su verdadera significación. Una huella que visita sin permiso la memoria, un mandato impostergable que plantea sus exigencias más allá de las posibles simulaciones y de los posibles abandonos, una distancia que se proyecta desde su opaca lejanía y pinta con colores ideales una visión del mundo que se realiza y se da sentido en esa búsqueda.

En los ensayos que integran Guayaba Sweet persiste la conciencia de lo que no es conciencia, algo parecido a la aporía de Sartre en el sentido de que la conciencia, para ser conciencia, tiene que reflejar algo que no lo es. De ahí que los discursos se estructuran sobre la base de lo otro, y se tejen con un hilo invisible que se resuelve en parábolas.

Las preocupaciones de estos pensadores cubanos, donde quiera que hayan crecido o escriban, entre ellas las filosóficas y las lingüísticas, deben enfrentarse con los síntomas de una profunda ruptura, que debe buscar la continuidad en un repensarse a sí mismos, comprender que las ideas tienen una historia y que su despliegue en el tiempo exige una indagación que se dirija a la comprensión de sus originalidades y las mutilaciones que las diversas interpretaciones generaron en la historia personal de cada uno.

¿Por qué no somos nada sin aquella tierra?, la cubanía como opción, otros modos de nombrar la patria, el drama de la bilingüidad, la experiencia humana y el exilio primordial, no sólo exilio sino una poesía exiliada, la Isla que no existe frente a la Isla sin fin, la doble pertenencia, la acumulación ilimitada de los préstamos culturales, el exilio de la palabra o la palabra exiliada, son las invocaciones y los reclamos de este libro, cuyo sabor no resulta tan dulce como el de las guayabas de la Isla, aunque mantiene el olor de aquellas con que nuestros aborígenes taínos hacían ofrendas a sus dioses y sus muertos.

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