www.cubaencuentro.com Lunes, 16 de agosto de 2004

 
  Parte 1/2
 
'Clase muerta', vanguardia poética, 'literatura menor'
Memorias de la clase muerta, VV. AA. (Antología). Compilación y epílogo de Carlos A. Aguilera. 'Prólogo sin credenciales', de Lorenzo García Vega. Editorial Aldus, México D.F., 2002. 173 pp.
por DUANEL DíAZ
 

En un ensayo incluido en un dossier que en su último número (noviembre-diciembre, 2003) La gaceta de Cuba dedica a la poesía cubana contemporánea, Arturo Arango afirma que "no parecería disparatado afirmar que, salvo la poética proclamada por los ideólogos de Diáspora(s) (Rolando Sánchez Mejías, en primer lugar), y la escritura de autores cimeros como Hernández Novás y Ángel Escobar, toda la poesía cubana contemporánea oscila entre el conversacionalismo y el posconversacionalismo". Memorias de la clase muerta. Poesía cubana 1988-2001, la más reciente antología de una zona indiscutiblemente importante de esa poesía, que cayó en mis manos por los mismos días en que lo hizo el susodicho número de La gaceta, contradice de modo bastante rotundo esta afirmación. Porque muestra un corpus poético que trasciende el conversacionalismo con todas sus variantes y transformaciones, y porque, aunque incluye a todos los poetas de Diáspora(s), no es exclusivamente una antología del grupo: ni Rito Ramón Aroche, ni Juan Carlos Flores, ni Omar Pérez pertenecen a él, aun cuando sus obras muestren, sobre todo en el caso de los dos primeros, cierta afinidad con la que se ha producido desde el proyecto de escritura alternativa liderado por Sánchez Mejías.

Si la poesía que Jorge Luis Arcos ha llamado acertadamente posconversacional crece en tierras de conversacionalismo, es evidente que la antologada por Carlos A. Aguilera lo hace en un campo sembrado por otras semillas. Partiendo de la crisis de la norma conversacional, del tácito rechazo de su impostura u obsolescencia, la poesía que muestran estas curiosas Memorias no vuelve sin embargo cómodamente al arsenal poético sobre el que los poetas conversacionalistas ejercieron su ascesis. Ascética en otro sentido, la obra de la "clase muerta" parece entrañar, en relación con la poesía posconversacional y la posorigenista, por un lado un descenso de la temperatura lírica, en la medida en que se sustrae conscientemente de un lirismo del yo más o menos condimentado de culturalismo, y por otro, un aumento de la misma temperatura en la medida en que se abre a la pregunta por la poesía misma en tanto experiencia, a partir de una selectiva asunción de la tradición de la vanguardia que, en el contexto inmediato de estos poetas, cumple cabalmente su genuina función desautomatizadora, transgresora y hasta epatante.

Pero más que como vanguardia "clásica", yo entendería buena parte de la poesía que conforma estas curiosas Memorias como "literatura menor", más o menos en el sentido en que la definen Deleuze y Guattari en su renovadora lectura de Kafka. Esto es, como literatura política; no, desde luego, en el sentido en que la poesía social o el realismo socialista lo son, sino en el sentido de lo político como lo transversal al poder, como la producción de líneas de fuga que apuntan a un espacio liso alternativo con respecto al espacio estriado instaurado por el estado. "Devenir menor", ser, ya no sólo "absolutamente modernos" como quería Rimbaud, sino menores, parece una intención de estos poetas cuyos textos, según explica Aguilera en su epílogo, "se acoplan a una reflexión sobre el poema, el escritor y sus articulaciones en determinado hábitat", inscribiéndose en "una tradición moderna de lo conceptual" que según el epiloguista se echa de menos en la literatura cubana. Recortando el terreno de esta "clase muerta" —improductiva, casi carente de valor de uso, según explica a Lorenzo García Vega en un e-mail que éste reproduce en su prólogo a la antología—, Aguilera apunta que "estas poéticas pueden ser una salida a un romanticismo de corte 'blando', común entre los poetas de los 80, y a una sublimidad-de-la-mentalidad-literaria que (…) tiende a simplificarlo todo, convertirlo, en Literatura-Nación". Menor, según se desprende de estas afirmaciones, es esta poesía en relación con la lengua mayor en que ha llegado a convertirse el estilo poético de un sector mayoritario de la generación de los 80. Pues si la sensibilidad que en aquella década retó el absolutismo de la norma coloquialista característica de la promoción anterior fue entonces revolucionaria, hoy resulta en buena medida conservadora, toda vez que los márgenes de libertad que conquistó en su batalla contra la lírica más o menos realista-socialista representada por poetas como Raúl Rivero y Osvaldo Navarro han sido cooptados por las instituciones, volviéndose inocuos para un estado que ante la crisis del marxismo-leninismo ha debido ampliar su permisibilidad estética y hasta echar mano de los "idealismos" que antes había prescrito. Ahora bien, no creo que la calidad poética sea variable exclusiva de estos posicionamientos respecto al nacionalismo, al estado o a lo que Aguilera denomina "mala ontología". Ciertamente es posible encontrar, entre los practicantes del conversacionalismo o del posorigenismo, mejores poetas que algunos de los aquí incluidos, pero parece indiscutible que entre estos últimos se encuentran algunos de los nombres más importantes de eso que llamamos "poesía cubana contemporánea".

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