www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 1/2
 
Magnicidio con palabras
¿Una evocación a la literatura orweliana? La última novela de Arturo Arango, 'Muerte de nadie', acaba de ser publicada por la editorial Tusquets.
por JULIO CéSAR AGUILERA, Barcelona
 

Ha muerto el dictador. Calicito ha quedado sin patriarca. Sólo resta a la cúspide parlamentaria del remoto país encontrar al asesino, y las palabras. Y quién mejor para la búsqueda del traidor que el capitán Telegón, el hijo primogénito —aunque desconozca su parentesco—.

A. Arango

En un cuadrilátero bíblico-mitológico ubica el argumento Arturo Arango: una geografía fabulada que se presta de escenario para el diluvio que arrastrará a los cinco tripulantes de un desvencijado "María" a este pueblo que sólo conocen de oídas, y el apocalipsis con que se resuelve, el Día de la Independencia, un final de tantas historias y biografías.

En las coordenadas temporales, acoge el presente de un sexagenario marino que es arrastrado, cual Ulises, a un territorio que lo implicará demasiado en su porvenir. Por otro lado, el pasado glorioso de este proyecto de nación, redactado de puño y letra por el mandatario, en la "Historia de Calicito".

Recuerdo ahora que, en uno de los tantos trenes asmáticos en los que recorrí el Oriente cubano, mientras hacía la primera lectura, casi a escondidas, de las dos novelas más conocidas de Orwell —Rebelión en la granja y 1984— sonreía con la perspicacia de eso que Umberto Eco llamó la fruición cómplice del lector. Reconocer, entre líneas, la similitud visionaria de cada situación con la realidad a la que yo pertenecía, era una fiesta del intelecto y un goce estético. Hacía mucho que no repetía la experiencia. Hasta Muerte de nadie (Tusquets, 2004).

La literatura socialista se esculpe, históricamente, con el cincel de las alegorías. Un sistema donde todos son iguales, pero —otra vez Orwell— unos son más iguales que otros, y que posee leyes que regulan que la libertad, el autoemprendimiento y la decisión personal pesan menos que las razones colectivas, la réplica al orden de cosas reinante o es inexistente, o viene maquillada por el discurso de la adulación y la aquiescencia. Arango se aventura, como su héroe, por un escabrosísimo sendero. Difícilmente existan, dentro de la novelística cubana nacida en la Isla, obras con esta incandescencia.

Argumento para una historia

Telegón, venido desde la vastedad de ríos y mares, atraca, por la inclemencia de los elementos, en una aislada sociedad en revolución. Es el Calicito del Delegado Josué y de su nepótica Dieta del Pueblo: sus hermanos Ángel y Ada, sus hijos Eliseo y Elizabeth. Y sobrinos y nietos también envueltos, como amanuenses, desertores, y hasta fusilados, pero siempre cercanos, en este festín onomástico, a su placenta de fundador y padre de la "matria": Rubén, Damián, César.

Ellos, todos, han sido baluartes junto al viejo, que esta vez no peina canas ni alisa, tozudo, unas barbas, sino que padece de una delgadez senil coronada por una calvicie que retoma la prolifera iconografía que del líder se exhibe por todo Calicito. Enfrentan, con mano recia, todo el peligro que les llega de la cercanía con Puerto Calizo, dominado por los otrora potentados de la región: los Fernández, enemigos más que necesarios para mantener en vilo, siempre en pie de guerra, a toda la comunidad.

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