www.cubaencuentro.com Lunes, 27 de diciembre de 2004

 
  Parte 2/2
 
¿Serán de Santiago?
Son de la loma. Los dioses de la música cantan en Santiago de Cuba, de Reinaldo Cedeño Pineda y Michel Damián Suárez. Andante. Editora Musical de Cuba. La Habana, 2001, 272 pp.
por TONY ÉVORA, Valencia
 

Por supuesto, habría resultado una tarea imposible incluir a todos los que de una forma u otra contribuyeron a crear en el siglo XX "el sonido de Santiago", que es como debería definirse el aporte de aquella región indómita. La misma que produjo tantos héroes como músicos autodidactas. Lo cual me lleva a una cuestión que los musicólogos profesionales criollos nunca han querido abordar, quizá por su carácter peligrosamente paradójico. ¿Cómo se explica que el bolero y el son lograran forjarse en medio de las batallas que recomenzaron en 1895? Mientras unos caían bajo las balas enemigas, otros seguían cantándole a la amada su lamento o se dedicaban a desarrollar cadencias soneras. Cosas de Cuba.

Con todo lo que contiene de valiosa reseña histórica, se asombran los autores de Son de la loma de lo poco que hay en blanco y negro sobre las diferentes polémicas surgidas alrededor de diversos temas —en este caso refiriéndose al origen del ritmo pilón que elevó al cantante Pacho Alonso, apoyado en las creaciones de Enrique Bonne, y que algunos atribuyen al efecto rítmico que lograba el percusionista de la orquesta Chepín-Chovén—, lo que los lleva a establecer elegantemente algunos axiomas ponderables: "Hemos preferido entrar a esa maleza, porque la grandeza no es acéfala, ni el silencio un fruto apetecible". Aunque es justo aclarar que nunca aparecen en condición de jueces, sino de cronistas.

Basado en su mayor parte en grabaciones —aparentemente, muchas preguntas se quedaron sin contestar—, el texto principal del libro va intercalado con toda una serie de explicaciones, compuestas en cuerpo menor, que aclaran muchos detalles y hacen menos extensa la obra.

"El lector encontrará una misma historia contada de manera diferente, con la óptica que la vivió cada cual en su momento (…) Entre otras, está la versión de Compay Segundo en cuanto al armónico de nueve cuerdas, que replica Reinaldo Hierrezuelo con su versión de que lo creó Rigoberto Hechavarría, Maduro, pero con diez cuerdas y llamado por éste armonioso o pianolo", señala Radamés Giro en el prólogo, para agregar: "También está la polémica sobre el ritmo pilón, el son de Castellanos, del cual la Familia Valera Miranda difiere de lo que hasta ahora se ha dicho".

Ese es también el caso del supuesto estribillo de Carlos Puebla (que era de Manzanillo): "Se acabó la diversión, llegó el Comandante y mandó a parar…", sobre el que Félix Valera Miranda (nacido en 1939 y miembro de una centenaria familia musical de aquella zona) explica una historia que escuchó relatar de niño: "Cuando el cabo Mónico Valera llegaba a una fiesta, daba con el paraguayo (uno de los tantos nombres que recibe el machete) en la mesa, y los músicos le cantaban temas alegóricos a su llegada, para que no hubiese problemas con él". La cosa era así: "Se acabó la diversión, el cabo Valera mandó a parar…".

Por otra parte, los investigadores señalan que la trova santiaguera original influyó mucho en la mitad occidental del país, sobre todo por la presencia en La Habana del viajero incansable que fue Sindo Garay. Pronto, un bando de trovadores tendió a alinearse junto a Manuel Corona, y otro grupo al lado de Sindo, lo que generó controversias y las famosas respuestas de canciones de un autor a otro.

Hay que apuntar que el lenguaje poético que introducen los jóvenes autores de Son de la loma recuerda bastante al de los amados pioneros de la canción cubana. Los principales barrios santiagueros en que se movieron aquellos primeros trovadores —a rascar cuerdas de tripas y a labrarse un espacio— fueron siempre San Agustín y Trocha, la Plaza de Marte y las zonas de El Tivolí y Los Hoyos, famosas también por sus derroches carnavalescos, que allá solían llamar "el componente".

Termino citando del encomiable y bien organizado trabajo de Cedeño y Suárez: "Cuna de la trova, el bolero, centro definidor del son y capital coral, Santiago de Cuba puede considerarse reservorio y proa de la música cubana: una potencia musical dentro de otra potencia musical".

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