www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 1/2
 
De Abilio es el reino de la nostalgia
'Inventario secreto de La Habana', el nuevo libro de Estévez publicado por Tusquets, es un tratado personal del recuerdo.
por JULIO CéSAR AGUILERA, Barcelona
 

Un hombre sentado, bajo la pertinaz llovizna, en un deslucido café de Palma de Mallorca. Observándolo todo: los pocos metros cuadrados del lugar, la pareja de camareros —emigrantes—, la escasa peatonalidad. Evoca, desde esta isla, a la otra. Saltimbanqui, cruza en segundos del Mediterráneo al Caribe. De sus fértiles cincuenta, cebados en tierras múltiples, a su niñez polvorienta de Bauta. Inventa, se consolida a través de la memoria. Su nuevo libro es del recuerdo, un tratado personal del recuerdo.

Inventario secreto

Abilio Estévez es uno de los nombres más sólidos de las letras cubanas de hoy. Sus dos anteriores títulos —Tuyo es el reino y Los palacios distantes— son precedentes más que prometedores para adentrarse en el último: Inventario secreto de La Habana.

Mientras lo he leído, sobrevino cualquiera de los encuentros con la amiga Kenia Campano, quien, en mi período caraqueño, me hablaba de la marginalidad en psicología, aquel concepto gestáltico que explica cómo el no integrarse a los nuevos contextos de existencia puede inducirte a ser un marginal, a vivir en la periferia de las sociedades.

Los cubanos del exilio, y no sé cuáles otras nacionalidades, por mucho que insistimos en hacernos de otra lengua, de arroparnos diferente, de movernos y conducirnos con gentiles maneras que no trajimos en el viaje, de cierta forma seguimos al margen de las ciudades que nos han acogido. En mi caso, con esta lectura, reincido en la marginalidad. Me he autoflagelado. No hay bendito día en que no piense en los míos, en la levedad de aquella mesa, en lo que nos comparte Estévez, nostálgico y elegante.

Lo imagino con el silencio que ha llenado miles de horas frente a su ordenador. Es un libro de silencios. Como el que inunda la escultura viviente del Carrer dels Capellans que refiere. O la madrugada barcelonesa, a la que describe como un inmenso decorado operístico cuyas luces y candelabros quedan agotados tras el fragor de cada jornada. O sus habitantes, que, presurosos y callados, no miran a los ojos, sólo al pavimento. O los endiablados murmullos, nunca lingüísticos aunque sí linguales, de cualquier baño público de La Habana, donde comenzó haciendo sus fechorías, como joven que va a la caza de otros, en su despertar de la libido.

Silenciosamente, deja entrever exhaustivas lecturas que han condicionado su competencia narrativa, a través de voces que cita, reveladoras de quienes conocieron la capital cubana. Los de fuera y los de dentro. Son puntuales recuadros que cuelga en algunas páginas pares, y así juega el discurso de aquellos, con su cercanía a las reflexiones que vamos encontrando en cada capítulo. Es hacer de La Habana una metonimia. Lo que hemos imitado muchos: culparla por nuestro andar cansado, por su canícula, por su fealdad, su oscuridad, su desfachatez.

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