www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 1/4
 
¿Y de mi Cuba qué?
Virgilio Piñera en persona, de Carlos Espinosa Domínguez. Editorial Término, Colección Ideas, Denver, 2003.
por JESúS JAMBRINA, Iowa
 

Acaso ningún otro autor como Virgilio Piñera, en la literatura cubana, hizo tanto esfuerzo por fijar una imagen de sí mismo más allá de su propia labor artística. Como se dice en uno de los testimonios del libro que nos ocupa, es curioso ver cómo un hombre que declaró importarle poco la posteridad, se ocupó de construir la suya al detalle. Pues bien, es tiempo de que la crítica ponga entre comillas toda la obra piñeriana e indague minuciosamente en los significados de la misma por encima de los propios designios de su autoría y, por supuesto, de las batallitas y los prejuicios locales —entiéndase en la Cuba de dentro y de la diáspora—. Esa será la única forma de incorporar—léase hacer cotidiano, viable, productivo—, al interior de la sensibilidad y el pensamiento cubano contemporáneo la dialéctica autocrítica que es lo que, en última instancia, el autor de La vida tal cual (1961) nos entrega en su afán autobiográfico.

El libro de Espinosa se inscribe entonces bajo la idea de que la biografía de los autores es un factor indispensable en el estudio de sus textos literarios. ¿Cómo separar de su obra los intríngulis existenciales del sujeto-escritor —cualquier escritor o artista— cuya materia de trabajo por excelencia es la naturaleza humana? En el ensayo que Espinosa parafrasea con su título, Piñera hacía esta misma propuesta en 1955 con respecto a la influencia de la (homo)sexualidad en la vida de Emilio Ballagas. Este fue un proyecto crítico que, en oposición a las veladuras origenistas, la revista Ciclón comenzó a estimular en los años 50 como parte de la modernización del campo cultural en la Isla. Casi cuarenta años después y a pesar de haberse reconocido a nivel teórico —e histórico para América Latina— el valor de la propuesta de Piñera en aquel polémico ensayo, todavía hoy en la Isla mucha de la crítica profesional y académica —por no mencionar la netamente impresionista, que es mayoritaria— se resiste a aceptar completamente que la vida de un autor, en todas sus dimensiones (ideológica, de clase, orientación sexual, raza y religión, entre otras que puedan ser pertinentes), es parte inseparable de su existencia y por ende de su escritura misma. O peor, de los elementos citados anteriormente se validan algunos como la ideología, la clase e incluso la religión, mientras se descalifica el resto, fragmentando así la complejidad discursiva de los textos y proponiendo para ellos un paraíso de genialidades y jerarquías inmovilistas, hijas aún de una interpretación organicista  —que ni siquiera orgánica— de la literatura nacional.

El libro de Espinosa es útil y abre nuevas perspectivas en su tópico, de acuerdo a la información que tenemos hasta este momento, pero al mismo tiempo, más allá de él mismo, describe una deficiencia cultural con respecto al sistema de promoción y circulación de la literatura dentro de Cuba: ¿Por qué si existe una autobiografía (inconclusa, pero sustanciosa) de Piñera, los lectores tenemos que conocerla a pedazos en publicaciones esporádicas y dispersas en el tiempo, sobre todo habiendo una industria editorial en el país? ¿Por qué si hay un cúmulo bastante amplio de correspondencia ya publicada en La Habana, no se organiza una edición de la misma? ¿Por qué, habiéndose probado en un trabajo anterior la seriedad de Espinosa en este tipo de investigación, ningún editor le pidió dar a conocer antes su nuevo libro? ¿A qué se espera para publicar unas obras completas de Virgilio Piñera?

Sin demeritar la creatividad con que Espinosa Domínguez ha organizado esta papelería, alguna de ella poco conocida —véase, por ejemplo, el fragmento donde el escritor cuenta sobre cómo y con quién consiguió su alquiler en la calle San Lázaro a su llegada a la capital—, es necesario subrayar que, al menos en su aspecto biográfico, Virgilio Piñera en persona (2003) es una respuesta tardía al silencio que las editoriales cubanas han impuesto a ciertos tipos de escritura, en particular cuando sus autores abordan asuntos controversiales en sus páginas, ya sean políticos, sexuales o ambos a la vez, y desde una posición confesional. Es lo que pasa actualmente con la autobiografía del pintor Raúl Martínez, de quien se usa su nombre para distinguir a una escuela de arte en provincia, pero a la vez no se le deja hablar por él mismo, en este caso a través de su propio relato de vida. De la autobiografía de este artista plástico sólo se han publicado fragmentos en revistas. Ni hablar siquiera de permitir la venta de la de Reinaldo Arenas.

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