www.cubaencuentro.com Miércoles, 06 de abril de 2005

 
  Parte 2/4
 
Blues de minorías, Habana de sediciones
'Habana Blues' explota una conciencia diferente sobre la vida del cubano, de una Cuba más compleja de lo que habitualmente muestra el cine en estos lares.
por SUSET SáNCHEZ, Madrid
 

De cualquier modo, esta película constituye un hito en el ámbito de las coproducciones cinematográficas entre Cuba y Europa, y especialmente con España. Será uno de los pocos momentos en que un director extranjero logre representar con acierto un segmento de la realidad social y cultural de un país cuyo entramado existencial deviene complejo y ditirámbico en la mayoría de sus aspectos, imposible de explicarse más allá de los márgenes de la subsistencia del individuo que habita a diario la Cuba de hoy haciendo juegos malabares.

Fundamentalmente, se trata de una película cuya narración penetra además parcelas de la sociedad cubana que han quedado fuera del imaginario cinematográfico nacional; que reconoce sujetos que no conforman una media popular, enclavados en los márgenes silenciosos de una cultura underground, apenas identificada con identidades minoritarias, y percibidas por el poder de las instituciones culturales sólo a través del trabajo de algunos coordinadores provinciales de la Asociación Hermanos Saíz.

'Ya no hay mayoral que nos reprenda'

"No preguntes quiénes somos/ mucho menos quiénes fuimos,/ en dónde nacimos,/ qué hicimos que sobrevivimos./ No te preocupes así, que lo importante no es cómo llegamos si estamos aquí, es lo que representamos cada momento./ Quiero ser libre cada momento por el pavimento./ Escucha como suena el mestizaje de esa lengua.

Subleva'o, ya no hay mayoral que nos reprenda…". (No se vuelve atrás, Free Hole Negro).

Habana Blues se centra en la vida de colectivos humanos minoritarios, sujetos que constituyen un canto de resistencia desde la alteridad frente al modelo del "Hombre Nuevo" promulgado por la revolución. En un sentido se trata de un estrato intelectual que no representa la cultura instituida en Cuba, sino la mixtura de componentes propios de una cultura popular ancestral y elementos provenientes de la dinámica de la cultura contemporánea, en continuo canibalismo de las experiencias occidentales. En este caso el guión nos entrega a dos músicos que distan del prototipo de éxito de los salseros y soneros, cuya obra ha tenido una repercusión comercial que ha convertido a muchos en parte de una élite económica, con una imagen que ha calado en el consciente colectivo como signo de prestigio social.

En este caso, Ruy (Alberto Joel García) y Tito (Roberto Sanmartín) son músicos que alternan y combinan el rock, el pop, el rap, etc., fusionados con elementos propios de la tradición musical popular cubana, para construir un discurso de tenacidad melódica y textual que narra y critica la sociedad en la que viven y sus experiencias como ciudadanos en un espacio público conflictivo, que se extrapola hacia el perímetro de lo privado agudizando las crisis comunes a cualquier persona, independientemente de su procedencia.

Obviamente, los matices entre la ficción y el documental posibilitan traducir a través de estos personajes, el lenguaje y la realidad de cientos de músicos cubanos que pugnan por elaborar una estética propia, lejos de concesiones o facilismos comerciales, que en muchos casos implicarían optar por hacer un tipo de música más acorde a la demanda de lo que comercialmente se considera "música cubana" en el mercado internacional.

Nombres como los de Kelvis Ochoa, Descemer Bueno, Equis Alfonso, Free Hole Negro, Telmary Díaz, Roberto Carcasses, Habana Abierta —algunos de ellos colaboradores de la película—, entre muchos otros, conformarían tan sólo una nómina escueta de los referentes que Habana Bluestiene en la realidad, y cuya obra resulta tan legítima como la de grupos emblemáticos de la música popular y de otras generaciones creativas.

De algún modo, pese a la emergencia de programas para promocionar la música alternativa —llamémosle así, entendiendo que no forma parte del circuito prioritario de difusión— y la consolidación de espacios ya antológicos como los de Juan Camacho o Humberto Manduley, es inminente la precariedad que posee la Institución cultural en la Isla para afrontar esa producción.

Ello, sin mencionar los reparos que la televisión pone al difundir la imagen de grupos y artistas marginados por su estética. Resulta paradójico que aún se pongan obstáculos al respecto frente a tatuajes, cabellos largos masculinos, ciertas indumentarias, parecería que no hubiesen pasado varias décadas tras tanta persecución y repudio insólito de rockeros, homosexuales, hippies, etc.

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