www.cubaencuentro.com Miércoles, 06 de abril de 2005

 
  Parte 3/4
 
Blues de minorías, Habana de sediciones
'Habana Blues' explota una conciencia diferente sobre la vida del cubano, de una Cuba más compleja de lo que habitualmente muestra el cine en estos lares.
por SUSET SáNCHEZ, Madrid
 

Tolerancia insuficiente

Lo curioso es que esa marginalidad no proviene de la percepción de conductas éticamente condenables, ni de la participación de un contexto delictivo determinado, sino de la epidérmica apreciación de opciones estéticas que resquebrajan la norma de un gusto medio, tanto por parte del poder como de los estratos sociales populares, en medio de una conciencia fálica y machista.

De hecho, uno de los aspectos esenciales de este filme proviene del tratamiento meticuloso de la banda sonora (producida por Juan Antonio Leyva, José Luis Garrido y Jorge Marín), que constituye un hilo narrativo a lo largo del desarrollo de la trama para enfatizar la crónica sentida de la Cuba actual, y que señala abiertamente la insuficiente tolerancia generalizada de nuestra sociedad.

No en balde una de las primeras ideas de Zambrano, era partir de la historia de un protagonista cuyo personaje fuese un músico negro. Finalmente, la elección de Alberto Joel García no da al traste con esa prístina intención de tener a un negro, un mulato, en fin, no a un blanco, como suerte de campeador de la lucha cotidiana. Es poco probable que ello obedeciese a una estrategia de representación "políticamente correcta", y ello podría confirmarse escuchando algunos de los temas que conforman la narrativa musical del filme, tales como el Superfinos negros, de Free Hole Negro.

Es conocido que pocas veces el cine cubano ha tomado la figura del negro como objeto de representación, sin condenarle sólo a ser objeto de una mirada superficial y discriminatoria, que es testigo de una realidad postcolonial paradójicamente racista e ignorada conscientemente por el poder.

Durante el siglo XX, el cine producido en Cuba tomaba la figura del negro como motivo terrorífico y bárbaro. Tras la creación del ICAIC, excepciones como De cierta manera (Sara Gómez, 1974) o María Antonia (Sergio Giral, 1990), y otros títulos exiguos dentro del cine de ficción, portan un acercamiento profundo y respetuoso a conflictos culturales generados, entre otros aspectos, por el signo de la diferencia racial.

¿Reterritorización colonial?

En este caso, Habana Blues tiene su protagonista en un mulato músico, que de cierto modo encarna el estereotipo del símbolo sexual y el machismo con que se ha juzgado al negro cubano; sin embargo, la misma relación que se entabla entre este personaje y otros de la trama, como su esposa Caridad (Yailene Sierra) y sus amantes extranjeras-jineteadas de turno, descodifican el sentido unidireccional de la representación del negro, resemantizando su función como objeto en motivo de resistencia.

En medio del margen estereotipado que puede implicar, Benito Zambrano logra insertar en su guión una serie de personajes tipo que conforman el cuadro costumbrista de la sociedad cubana contemporánea. En esa urdimbre no faltan determinados tipos populares como el "trapichero", el "vendedor clandestino", el "pariente de la yuma", el "dueño de paladar", el "mulato jinetero", que muestran el desplazamiento de usuales roles sociales dentro del contexto cubano de finales de los noventa y principios de este siglo, hacia zonas más sofisticadas de subsistencia, que es a fin de cuenta la función que les une a todos ellos.

Mientras que la interacción del personaje de Alberto Joel con Marta (Marta Calvó), la empresaria de la discográfica española, más allá de fomentar un sustrato moralista sobre la conducta de Ruy, pone en escena la negociación pactada e hipócrita que muchas veces yace en el fondo de esos fenómenos peculiares de prostitución.

Se agradece bastante el hecho de que siendo un director español, Zambrano ponga el dedo sobre la llaga de los mecanismos de reterritorización colonial que envuelve no sólo la búsqueda de aventuras "sentimentales" por parte de los extranjeros en la Cuba del abismo social y turística de hoy; sino también en la conciencia que sobre la manipulación explícita a la que está sujeto el cubano, por parte del forastero, tienen sus ciudadanos e incluso las instituciones artísticas que trafican con nuestro capital simbólico. Por fin una historia donde no se mitifica el amor entre extraños, ni queda el visitante como pasto fácil de la picaresca nacional.

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