www.cubaencuentro.com Miércoles, 06 de abril de 2005

 
  Parte 4/4
 
Blues de minorías, Habana de sediciones
'Habana Blues' explota una conciencia diferente sobre la vida del cubano, de una Cuba más compleja de lo que habitualmente muestra el cine en estos lares.
por SUSET SáNCHEZ, Madrid
 

Habana Blues es un filme que dibuja el boceto de algunos colectivos minoritarios que exceden las preocupaciones existenciales medias del cubano. Perfila las connotaciones de un anhelo migratorio que rebasa la simple condición económica, para convertirse en el canto ontológico de una conciencia sobre la insularidad y el contenido utópico de la libertad.

Quizás una de las escenas que trata de condensar ese dilema es la comilona entre el grupo de bohemios, lamentablemente poco lograda, que llega a ser uno de los momentos más lamentables del filme y desluce la excelente dirección actoral general de la obra, al punto de desaprovechar las posibilidades histriónicas de Alexis Díaz de Villegas, uno de los actores fetiches de Carlos Díaz y El Público, y ensombrecer la excelente interpretación que hasta entonces venía haciendo Yailene Sierra de su personaje de Caridad.

Primero, la selección de los comensales aporta una vez más el sello sutil del director al lograr una composición heterogénea de subjetividades, donde no llega a faltar ni una pareja de lesbianas. No obstante, los parlamentos utilizados e incluso las actuaciones restan la lucidez que pudo tener un instante de abstracción intelectiva en la película. Resultan harto pedestres y superficiales los comentarios sobre "el artista puro", noción añeja y desvalorada por una teoría artística que ha reconocido las mutaciones del modelo romántico y vanguardista del creador en un texto antológico de Donald Kuspit como El artista suficientemente bueno, más allá del artista de vanguardia. Mientras que, por otra parte, se realiza una analogía reduccionista entre el valor del gesto de permanecer en Cuba y la dignidad artística; la emigración y las concesiones intelectuales.

Habana sin grandilocuencia

La misma escena, en contrapartida, obtiene uno de los pasajes más relevantes y sensibles de la película a través del paralelismo entre una canción y la fotografía de una Habana mirada sin la grandilocuencia habitual del cine cubano. Una Habana nocturna que encuentra al hombre urbano en la esquina del Yara, sentado a la espera sobre el muro del Malecón, o añorando la realización de un sueño, tal vez rumiando sus frustraciones frente a la vidriera donde un vetusto maniquí con traje de novia le convida al diálogo silencioso. Una Habana física que se desmorona incesantemente, una Habana de la memoria que también fenece.

Sin embargo, las imágenes que nos regala Jean Claude Larrieu, director de fotografía del filme, no pretenden mitificar un espacio en el que la belleza ha encontrado resquicios en medio de las ruinas, pero tampoco se ensañan en el deterioro de su aspecto y su gente.

Una fotografía sencilla, sin altibajos, posiblemente entrenada en la mirada del que de tanto trasegar por Prado, San Lázaro o Monte, ha hecho habituales y cotidianas las huellas de los puntales enmohecidos. Una fotografía que no busca sorprender, pero hechiza por la solución no artificiosa de sus planos y la habilidad no forzada de sus retratos colectivos. Visiones que trasladan la poesía humana de la desesperación y la esperanza desde las fachadas hacia los interiores habaneros, tratados en las casas de Ruy y Tito como marcas fehacientes de la abnegación de una "clase media" extendida que persiste en su lucha contra la decadencia, aferrándose a la presencia de un piano, o al sortilegio de la luz de las velas.

Sin lugar a dudas, Habana Blues es un cuadro necesario de una ciudad que vive su pequeña odisea al límite de las posibilidades de cada uno de sus habitantes. Una obra avalada por el nombre de su director y que, sin dejar de ser un cine comercial, posee toda la dignidad de una mirada carente de prejuicios y sincera. Una obra impregnada de buenas actuaciones y del espíritu bohemio que no ha desfallecido en el desconsuelo de la noche habanera, matizada por una banda sonora encomiable, que amenizará a partir de ahora las tertulias de miles de azoteas. Una película que muestra esa otra Habana que subyace bajo el estereotipo de la visión infundida por el Otro, cualquiera que este sea, y eso no concierne sólo a los de fuera.

El valor de una obra no puede desligarse de su función para el contexto de referencia y mucho menos para el espacio en el que se consume. En tal sentido, quizás uno de los aciertos mayores de Habana Bluesradique en lograr brindar para muchos, amén de las risas o las lágrimas, una conciencia diferente sobre la vida del cubano ahora mismo, aunque sea sólo para descubrir que esa también es Cuba, alimentada y sentida en las ficciones particulares de su gente, muy diversa y más compleja de lo que habitualmente muestra el cine en estos lares.

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