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Encuentro en la red - Diario independiente de asuntos cubanos
Miércoles, 27 de julio de 2005
 
Cultura/El Criticón
 
¿Se va a bolina la décima cubana?
'Cántaro inverso', libro de Pedro Péglez, galardonado en la última edición del Premio Iberoamericano Cucalambé.
por ANTONIO VALIENTE, La Habana
 

En un sobrecito con las esquinas cortadas —supongo que se trate de otro acto de  alevosía de Correos de Cuba— ha llegado a mis manos un librito de décimas titulado Cántaro inverso, de Pedro Péglez González, autor cubano nacido en Ciudad de La Habana en 1945.

Según los dos o tres críticos insulares de la espinela, la estrofa endilgada al rondeño Vicente Espinel fue calificada estanza nacional por el bayamés José Fornaris, en un documento que no aparece ni en los centros espirituales, y todo indica que ese instante fue el punto de partida de la caída en desgracia de la pobrecilla "cárcel de aire puro".

Y es que la historia de la décima escrita en la Isla es un relato decadente. Pretender armonizar el coro bajo la égida de "lo identitario", "lo singular", "lo ascendente", es un dislate, en tanto los momentos más significativos de esa concurrencia creacional pertenecen a un ámbito dispersivo, penetrado por la falta de orientación, el divorcio de la mayoría de los coreutas de las corrientes, tendencias… de la poesía universal, y el apego a las aguas discursivas de ciertos paradigmas insulares (El Cucalambé, el Indio Naborí) que inevitablemente conforman una atmósfera viciada en torno suyo.

Honrosas excepciones dentro de esa historia son Eugenio Florit, la catedral lingüística lezamiana, Eliseo Diego y Severo Sarduy, voces disidentes de un fenómeno polémico y poco estudiado desde una perspectiva desprejuiciada y verdaderamente objetiva.

El permanente extravío decimero en los montes defenestrados de la ínsula, la extirpación de la frescura repentista por los medios de comunicación, que exigen la elaboración previa de la espinela para evitar supuestos errores en público o contraproducentes encrucijadas políticas e ideológicas, y la caza sin tregua de la popular o culta décima humorística que esgrime el estilete del choteo y la crítica social, han sido factores adversos para el desarrollo de la estrofa que, justamente en los años iniciales del tercer milenio, da muestras de maniatados rumbos expresivos, sólo aireados en parte por la voluntad renovadora de jóvenes poetas que se enfrentan al sonsonete cubanísimo con armas herméticas, intencionales votos por mantenerse al margen de nacionalistas legitimaciones oficiales o desde la asunción de un culto discurso negador de precedentes reconocibles en el maremagnum octosilábico.

Autores recientes como Carlos Esquivel Guerra, Alberto Garrido, José Luis Serrano, Ronel González, Diusmel Machado Estrada, entre otros, han asumido el reto de la profanación de lo establecido y en sus obras abundan los ejemplos de inconformidad ante el bien escamoteado relato histórico nacional.

Nueva maniobra de la trivialidad

Pero regresemos al bochornoso caso Péglez y echemos una ojeada a su obra anterior a esta nueva maniobra de la trivialidad, respaldada por el sistema oficial de concursos, que es Cántaro inverso.

El primer decimario de P.P.G., distinguido con una mención en el Premio Cucalambé en 1995, que apenas comentaré porque resulta tan intrascendente como los otros, es el titulado Los estertores del agua, publicado en 1998 por la Editorial Sanlope, de la oriental ciudad de Las Tunas. Balbuceo, quejido, agonía —y me quedo corto—, son algunos calificativos para ese espinelicidio.

Con una desacertada introducción de Daniel Laguna, donde se lee que "Pedro Julio acostumbra un lenguaje mesurado haciendo galas de la poesía de la tranquilidad. Filosofía fina, aguda y transparente…" (p. 3), definiciones que distan de la crítica literaria, este folleto resulta un escandaloso aquelarre.

En él pueden leerse: "A canonizar el limo/ en el pecho a las doncellas" (p. 7), "Cuánto/ le trastorna al amaranto/ el premio de la cornisa" (p. 8), "algún opalino gesto/ que se me abortó" (p. 9), "El camino/ pone polvo al cristalino/ del músculo sin pestaña/ ni párpado" (p. 10), "No me enjugues este nardo/ Monna Lisa" (p. 11), "La calavera inhóspita que cargo/ claudicó de ser madre de mi cejo" (p. 15), "me repuja/ la espada contra la bruja" (p. 16), "Tanto azote/ por ceñirme el capirote/ en medio del zafarrancho" (p. 17).

El versificador, traicionado por sus propios artificios, deriva hacia lo irracional y lo grotesco, se extasía en un embrollo palabrero que al final no deja nada claro y que será identificable como característica de su estilo recurrente en sus libros posteriores.

En el prólogo de (In) vocación por el paria (Sanlope, 2001), el poeta César López hace algunas afirmaciones sorprendentes que he descontextualizado porque no amerita detenerse en cada una: "De eso se trata en este libro, decimario heterodoxo si se quiere. De la tradición y la ruptura de la estrofa elegida" (p. 7) (ahora resulta que al disparate se le llama ruptura):

"…con este libro, llegó el deslumbramiento. (In) vocación por el paria es una fiesta de la estrofa, de la palabra, de la poesía. Para el oído y para el pensamiento. Y lo primero es ese título que revela audacia en su actualización moderna o postmoderna" (p. 8).

¡Increíble! ¡Definitivamente César López no puede haberse leído este engendro! En un título donde si se le elimina el In entre paréntesis no dice nada, ¿cómo el autor de los tres libros de la ciudad va a ver audacia y actualización?

Leamos estos (in)versos peglaicos tomados en el mismo orden en que aparecen en el volumen: "como un perro tullido de aguamiel" (p. 13), "de los cielos chorreando un sol protervo" (p. 13), "con un rumor a estroncio y a ceñiglo" (p. 17), "Gira un perro/ muerde su índice" (p. 19), "(Ah el clangor de mi androceo/ en la flor de Paflagonia)" (p. 19), "Ay del que suda un cisco/ de Apolo" (p. 24), "En su fruición de abril Siringa se baña" (p. 24), "flotando sobre un arete/ postmoderno de Dionisio" (p. 29), "Qué manía de joder/ Gautama" (p. 30), "Qué sarta/ de alaridos me acordona" (p. 47), "Qué Escipión/ en paños menores" (p. 48), "Pero teje/ tu perla negra su fleje/ sobre duelas de mi anverso" (p. 49), "Esta asepsia/ comió mi reloj más fresco/ de guijarros" (p. 50), "La cura del vencejo y su amasijo" (p. 82).

¿A estas deyecciones López llama "Fiesta de la estrofa, de la palabra, de la poesía…"?. Compañeros, no se debe andar por ahí escriturando cosas que no se sienten porque la historia después pasa la cuenta. En su afán por predisponer favorablemente al lector ante un libro anodino, el prologuista o bien apela al autoengaño o trata de justificar una decisión errónea.

Cualquiera, sin ser un especialista, puede abrir al azar este libro y deleitarse en la cacería de disparates, pero la empresa es un sinsentido. Estos libros son una burla a la verdadera poesía y una evidente estratagema de los jurados para no tener que premiar a nuevos títulos que pueden problematizar la escritura de la estrofa.

Finalmente, Cántaro inverso, distinguido con el Premio Iberoamericano Cucalambé (Editorial Sanlope, 2004) —máximo reconocimiento que se otorga a la décima escrita en Cuba y que sólo tiene de iberoamericano el nombre—, es un ejemplo fehaciente de lo que no debe escribirse en espinelas.

¡Lo que hay que aguantar!

Prologado por el poeta Roberto Manzano —flamante Premio Nicolás Guillén 2004—, que como César López asumió la engorrosa labor de salvar lo insalvable, este Cántaro… se incorpora raudo y veloz a la lista de los peores libros de décimas escritos en Cuba, en la que son abanderados los cuadernos de P.P.G.

Llama poderosamente la atención que en una isla donde sus intelectuales se precian de ser conocedores de la poesía se premien libros como estos, que hacen retroceder cien años luz el devenir poético y en particular decimístico, pero más alarmante resulta que se trate de justificar desde el prólogo lo que no tiene explicación, haciendo gala de una supuestamente depurada jerga técnica.

En la introducción a la cántara de Péglez, Manzano apunta:

"…la densidad trópica, que no teme al hermetismo sugeridor o a la intertextualidad más ecuestre, y el otro es el encabalgamiento de múltiples funciones, que dinamiza la incorporación de la décima a lo puramente poemático, al contrastar con positiva violencia lo métrico y lo sintáctico. En ambos procedimientos, que resultan básicos en el presente libro, el poeta exhibe la facilidad ergonómica de los maestros".

Y en otros momentos del texto señala: "La hechura de sus décimas es incambiable" (p. 10), "la firmeza progresiva de la línea poética" (p. 10), "semejante al talento especial del urbanista" (p. 11), "las décimas de P.P. saben sortear los riesgos de la novedad a ultranza, de la iconoclastia sin cauces, del estrépito vacío: una poderosa brújula interior le salva de los probables desequilibrios" (p. 11), "el vigor y humanismo de sus mensajes y la imaginación composicional que lo caracteriza" (p. 12).

Como dice un personaje de los dibujos animados: ¡Lo que hay que aguantar!

Excesivos encabalgamientos, rimas forzadas y falsas rimas, versos traídos por los pelos, incoherencias, adjetivaciones inconsistentes, mal empleo de la gramática y de las figuras de dicción, inseguridad expresiva, rellenos silábicos, cierres pobres, abuso de lugares comunes y, sobre todo, la presencia de algo desastroso en el discurso: la "palabrería" que conduce al sujeto lírico, no hacia el tremendismo que fue una virtud entre escritores españoles del siglo XX, sino hacia el disparate —no lírico como el delirante de Manuel de Zequeira—, lo ilógico, lo descabellado, la aberración poética.

Organizado tomando como referencia principal algo que ya en la décima cubana resultaba insulso: los cuentos clásicos infantiles, el recipiente de P.P.G. presenta un texto que no sabemos si quiere pasar por chistoso, resistente sólo por demencial, donde no se salva prácticamente ni una línea de caer en la involuntaria selva del absurdo.

"Soy loto clamando por la biosfera/ de tu reino. Esta albufera me está podando el través de la quilla (p. 15). Ningún alisio nos soplará los tormentos del icor, ni los asientos del olvido amainarán…" (p. 16).

Esas 'flores del mal'

Al querer sorprendernos, P.P.G. crea un discurso disparatado que logra el efecto contrario del que persigue: nos mueve a risa. El humor no pretendido en su obra se torna carcajada de burla. Leamos a continuación solamente algunos ejemplos, porque abundan tanto que es imposible e inútil citarlos:

"Oíd, mortales, el hambre de los ustorios. Ved: sus vientres devuelven la luz para incendiar el enjambre genófago (p. 19), la manzana predestinada a algún hueco / Dei gratia (p. 19). ¿El Adviento previó esta inulta paloma?" (p. 19).

¿A quién engaña Pedro Péglez con términos provenientes de otros idiomas, con desafortunadas referencias culturales, rimas obligadas, entre otros dislates, en este caudaloso río de tópicos y palabras incongruentes? Obviamente al jurado.

"Tú me darás a cambio/ (pierdo a veces) esa torre de Meung (p. 20), Un Beau bateau assez grand/ (Qué maravilla qué ternura esgrimir la otra mejilla)/ No es beoda esta nave ebrios tú y yo de la sed/ Toute la vie est ce grand bateau" (p. 20).

Ponga aquí atención el lector: P.P.G acaba de inventar la décima bilingüe. La Ciudad Luz lo escucha y anuncia que esta noche también habrá apagón. ¿Ganancia lírica ese tropel diabólico, esas "flores del mal" nacidas en el desarrapado Grupo Ala Décima de La Habana?

Influido por jóvenes poetas, sobre todo por Alexis Díaz Pimienta y José Luis Serrano (de quien toma prestados temas y formas, por supuesto que sin el talento del holguinero, y a quien dedica, no faltaba más, uno de los textos finales), para montarse en la guarandinga de la décima reciente, P.P.G se dedica a confeccionar esperpentos:

"The Raven entre un ceñiglo/ de oro sobre el busto ajado (p. 22), Don Miguel: Para el espejo/ no hay sitio. Algún tragaluz regurgita un arcabuz/ que me apunta al entrecejo/ del ala (p. 24), Pero debo saber/ si soy escualo/ o me falta un rabillo de somalo/ para no ser París con aguacero (p. 31). ¿Quién vela/ la paz de la sanguijuela/ desde su orgasmo?" (p. 45).

¿Qué está pasando con la décima cubana? ¿Las personas que evaluaron este libro cayeron en la trampa del aparente hermetismo o no quisieron ver la avalancha de ripios? ¿No había otros libros que premiar en ese concurso? ¿Desconocimiento o miedo? Y una pregunta que rebasa este comentario: ¿Sucede lo mismo con libros de verso libre premiados en importantes concursos de la Isla?

Desgraciadamente no puedo pensar otra cosa: asisto a la construcción de un nuevo monstruo literario llamado Pedro Péglez, alias P.P.G.: detrás de esa "figura" y de esos librillos se arrastra en silencio la temible sombra de Brutus.

¡Pero tanto da el cántaro a la fuente…!

 
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