www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 1/2
 
Muerte entre anaqueles
'La neblina del ayer', última novela de Leonardo Padura y el caso más reciente del detective Mario Conde.
por JULIO CéSAR AGUILERA, Barcelona
 

La fascinación es siempre un buen pretexto para cualquier propósito. Andamos con el corazón en un susto ante la música que se llevaron de la Isla a otra parte, tras los rastros del menor símbolo de la otrora nación, persiguiendo con hambre de fanáticos cualquier evidencia que refuerce nuestro pasado, ante la resignación de un presente sin muchas expectativas. Fotos, discos, libros del índice negro, guayaberas, tabaco. Por ello, una novela que trace con valentía su historia, enlazándola sin murallas desde el ayer con el aquí y el ahora de Cuba, es rotundamente plausible.

La neblina de ayer

Leonardo Padura nos sorprendió con su título anterior, La novela de mi vida, hermoso testamento de un profesor de Filología, en paralelo con una exhaustiva búsqueda de la verdad tras el poeta Heredia. Ahora, en La neblina del ayer (Tusquets, 2005), con mayores posibilidades para la fábula, rescata a su viejo personaje, aquel protagonista de Las Cuatro Estaciones, el policía Mario Conde, para develarnos un misterio que aflora de las arcas del período prerrevolucionario: en una biblioteca abarrotada de textos valiosísimos, aparece una nota de prensa que informa del retiro de una cantante de boleros en la flor de su éxito.

Conde ha dejado el cuerpo de investigaciones hace más de una década. Ahora compra y vende libros de segunda mano, en un mercado que hace de este oficio de subsistencia una ocupación insólita. Pero Padura, como sus colegas en la profesión de narrar intrigas, sabe una verdad que es basa y filosofía del escritor de este género: la novela negra nunca viene sola; se desgaja en serie.

Eso facilita un mejor marketing a la vez que permite una verosimilitud científica en la concepción de los personajes y de las situaciones. Sobre todo, de los primeros, y más que nada, de la psicología del detective, protagonista o deuterogonista. Crear un ser de agudeza extrema, con sus manías, presunciones, arrebatos, frustraciones y deseos, no es tarea fácil, como para después hacerlo desaparecer, lanzándolo a la papelera. Es de imaginar la cantidad de variaciones posibles, el boceto caótico con que se da luz a esa personalidad especial.

Al tratarse de un antihéroe, desertor, solitario, apremiado por la inmediata existencia, sin el pomposo contexto que otros investigadores han disfrutado a su alrededor en momentos capitales de esta literatura, Mario Conde permite la repentina identificación con una amplia masa de lectores, dentro o fuera de la Isla. De amplia humanidad, nos lleva a sus rutinas —periciales, afectivas, sexuales— como la mejor compañía.

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