www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 2/2
 
Muerte entre anaqueles
'La neblina del ayer', última novela de Leonardo Padura y el caso más reciente del detective Mario Conde.
por JULIO CéSAR AGUILERA, Barcelona
 

En La neblina del ayer, su instinto fisgonea tras la que pudo haber sido voz insustituible del feeling, la cantante Violeta del Río, que abruptamente, en el cenit de su futuro promisorio, decide retirarse. Habrá que desapolillar los anaqueles suculentos que fueron legados por la aristocrática familia de los Montes de Oca a los hermanos Ferrero, hijos de la secretaria del último de la prosapia, para sobresaltarnos con una cadena de acontecimientos espeluznantes del pasado, que el presente (año 2003) recoge con manos y rostro de impotencia.

Digno corolario

No uno, sino cuatro o cinco asesinatos recorren el libro. Cada cual se va anexando con el otro, burlando cualquier frontera de espacio, de época, de escala social. La muerte se pasea como elegante damisela. Arropa, en primera instancia, la belleza de la cantante, quien yace con un legendario final a lo Marilyn Monroe. Luego, asola la fortuna y poder de Alcides Montes de Oca. Así, en flexible y atronadora expedición por la cañería de la bajeza humana, los vicios, el delito.

Puede que resulten fatigantes las especulaciones intelectuales del policía después de adentrarse en los más peligrosos barrios de La Habana actual. Esos instantes le sirven a Mario Conde para su autoflagelación, para introspeccionarse, hacer justicia de ángeles y borrar demonios. Pero se compensa por su credibilidad y actuar honesto, sin maniqueísmos. Las mejores escenas serán aquellas donde se da verdaderas duchas de nostalgia, sumergiéndose en la neblina del pantano grotesco de estas vidas, laceradas por el dolor, la separación, el falso bautismo, la envidia, el adulterio y la expiación.

De notable peso narrativo, la novela es digno corolario de aquella tetralogía que protagonizó antes el Conde. Lamento que Padura, quien ha alcanzado una prosa efectiva y cuyas imágenes ya cuentan con la plena adultez, exquisitas y de gran vuelo, nos deje incrédulos ante algunos golpes de efecto que quedan inconclusos.

El pasaje de Juan el Africano pierde tensión cuando sabemos que su asesinato va por otro camino de los ya acaecidos y que no aporta mucho más que una anécdota de profilaxis mental sobre La Habana que ahora es. Es más gozosa la cena de ricos en casa de Josefina y el Flaco, que la golpiza que sufre el ex policía de manos de la delincuencia.

Detalles más o menos, no enturbian la neblina vigorosa en que nos ha sumergido. Digna de leerse, a sabiendas de que el inventario bibliográfico que empolvaba los entrepaños de la vieja biblioteca que desata los hechos, ya es sólo un baile parapléjico de fantasmas. Más soberbio y desconcertante aún, cuando alguna vez volvamos a escuchar las voces que claman, pálidas, profundamente laceradas, desde un bolero.

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